El Patronato
- El Patronato de Protección a la Mujer encerró en reformatorios a miles de jóvenes españolas
- Su objetivo era “reeducar” a las chicas consideradas rebeldes y descarriadas
- Las monjas aplicaron métodos carcelarios y castigos que hoy serían inconstitucionales
- Podían retenerlas hasta los 25 años aunque no hubieran cometido ningún delito
- Lunes 17 de septiembre a las 23:30, en CRÓNICAS de La 2
- #CRpatronato
FICHA TÉCNICA:
- Guion: Reyes Ramos
- Realización: Ángel Navarro
- Imagen: Óscar Martínez
- Sonido: Marina Toldos
- Montaje: Rafael Pinar
- Diseño Gráfico : Beatriz Agulló
- Postproducción: David Bardón
- Sonorización: Curro Escribano
- Documentación: SSII TVE
- Producción: Ana Pastor, Lourdes Calvo
Casi nadie ha oído hablar del Patronato de Protección a la Mujer, una institución franquista que nació en 1941 para controlar la moral de la población femenina. La alianza entre Iglesia y Estado impuso un modelo de mujer hogareña, sumisa y obediente, que enterró las libertadas conquistadas por la República. La expresión “mujer pública” y su significado hablan por sí solos.
Salirse de los moldes podía costarle muy caro a una joven entre 16 y 25 años. Las chicas díscolas, rebeldes o “descarriadas” podían acabar internas en los centros del Patronato. También las adolescentes que huían de la miseria de sus pueblos o de la brutalidad de sus padres. Y, por supuesto, las menores de edad embarazadas a las que la familia apartaba de su lado para esconder la vergüenza.
La niña del rincón
Se llama Consuelo García del Cid y es una de las pocas investigadoras que ha escrito y denunciado el horror que vivieron miles de jóvenes españolas en los reformatorios del Patronato de Protección a la Mujer.
Tenía quince años cuando su madre la internó en el centro de las monjas Adoratrices de la calle Padre Damián de Madrid. Creía que la lucha política de su hija contra la dictadura acabaría llevándola a un camino de perdición. Era el año 1975.
Un médico sin escrúpulos sedó a Consuelo durante 24 horas, la trasladaron en tren de Barcelona a Madrid, y sin saber cómo ni por qué, amaneció un día en una ciudad distinta y en una habitación extraña. La ventana tenía rejas y la puerta estaba cerrada con llave.
Una compañera de entonces le recordó, cuarenta años después, cómo fue su llegada al reformatorio.
Un reformatorio no era una prisión, aunque de puertas adentro el régimen era carcelario, más o menos riguroso dependiendo de la orden religiosa que lo dirigiera.
Sin juicio, sin abogado, sin derechos. No tenían libertad de movimientos, la correspondencia estaba censurada, se daban casos de explotación laboral y las monjas aplicaban castigos que ahora serían inconstitucionales.
En el Reformatorio Nuestra Señora del Pilar, de San Fernando de Henares existieron, hasta principios de los ochenta, celdas de castigo y aislamiento. El Servicio de Documentación de nuestros Servicios Informativos ha encontrado unas imágenes de archivo en el que se ven estos cuartos, llamados de catarsis, donde se encerraba a las internas como si fueran delincuentes peligrosas.
El manicomio de Ciempozuelos: la última estación
También las ataban con medios físicos o con camisas de fuerza química en el Manicomio de Ciempozuleos, donde hubo una unidad terapéutica del Patronato de Protección a la Mujer.
Allí acababan las más rebeldes, las irredentas, aquellas que se fugaban de los reformatorios y a las que el sistema no conseguía domar. Algunas padecían enfermedades mentales, pero la mayor parte, según recuerda el psiquiatra Guillermo Rendueles, tenía, como mucho, trastornos de personalidad provocados, con frecuencia, por el propio sistema.
El ojo que todo lo ve
Sus padres, el cura, un vecino, los maestros, la policía, cualquiera podía denunciar a una menor de edad que consideraran caída o en riesgo de caer. Una definición lo bastante ambigua como para poner bajo sospecha a miles de jóvenes españolas.
El Patronato contaba con un ejército de fervorosos colaboradores ciudadanos, además de con sus propias celadoras. En la surrealista España de Franco las vigilantes de la moral ganaban su puesto por oposición.
Las llevaban esposadas al Centro de Observación y Clasificación, donde se les practicaba un examen ginecológico. Si eran vírgenes figuraban en el expediente como completas, y en caso contrario, como incompletas. Y no estamos hablando de la prehistoria. Lo cuentan mujeres que ahora tienen en torno a sesenta años.
Embarazadas, solteras y pobres
Era la tormenta perfecta. Qué puede hacer una chica embarazada y sin dinero a la que sus padres ponen la maleta en la calle, su novio sale corriendo, sus amigas dejan de lado, y sus jefes expulsan del trabajo. Pedir amparo al Estado era la única solución.
Para ellas, el Patronato de Protección a la Mujer, que dependía del Ministerio de Justicia, tenía un lugar: la maternidad Nuestra Señora de la Almudena de Peña Grande, en Madrid.
Las mujeres que pasaron por allí y se han atrevido a hablar, denuncian partos inhumanos, explotación laboral, castigos y vejaciones. Los domingos, después de misa, las exponían como ganado.
Quedarse con una chica ¿para qué? ¿Para casarse con ella? ¿ Para utilizarla de criada? ¿Simplemente para utilizarla? En cualquier caso suena feo, muy feo.
Las mismas monjas que exhibían a las internas podían retenerlas hasta los 25 años si consideraban que no estaban moralmente rehabilitadas.
María García volvió a León con la cabeza alta, como se había propuesto, y preside la Fundación Isadora Duncan para ayudar a las familias monoparentales.
El Doctor Eduardo Vela también estuvo allí
Los tribunales tendrán que determinar si el doctor Eduardo Vela es culpable en el caso de los bebés robados y qué papel jugó en esa trama.
Lo que sabemos, es que daba clases en los centros del Patronato de Protección a la Mujer, y ejercía de ginecólogo en la Maternidad de Peña Grande. Dos sitios estratégicos.
También sabemos, por el testimonio de las mujeres que estuvieron en la maternidad, que las monjas las presionaban continuamente para que dieran a su hijo en adopción.
Isabel de la Cruz Gallego y otras madres valientes denunciaron lo que pasaba al Ministerio de Justicia, al Partido Socialista y al Consejo Superior de Protección de Menores. Fue el principio del fin de Peña Grande.