Las felices y locas costuras de los años veinte
- La moda liberó el cuerpo de la mujer e impuso el estilo andrógino
- Coco Chanel rompió moldes, puso de moda el negro y el bronceado
- Rafael de Penagos y Eduardo García de Benito retrataron la década
- Las licencias históricas aportan glamour a El Continental
La serie El Continental transcurre en la década de los veinte pero el equipo se ha tomado algunas licencias históricas y ha vestido a sus protagonistas, sobre todo a Michelle Jenner, con el glamour de los treinta. ¿Pero cómo fueron verdaderamente los armarios de los viente? Tras la Primera Guerra Mundial Francia se convierte en cuna de tendencias y fuente de inspiración para el arte y por supuesto la moda que renueva con ansías de libertad los armarios femeninos. Se rompe con la dictadura del corsé y la silueta muy marcada para lucir ahora una figura rectilínea y un estilo más andrógino. Las mujeres se cortan el pelo a lo garçon, nombre popular que se toma prestado del libro Garçonne de Víctor Margueritte. Estamos en 1922.
Rodolfo Valentino rueda Sangre y Arena y Concha Piquer deslumbra en Nueva York. Un Nueva York que adora a las estrellas de Hollywood como Mary Pickford, Clara Bow y Greta Garbo.
En España las estrellas son Pastora Imperio y Raquel Meller que, curiosamente, comienza su andadura en el cine ese mismo año y rueda Violetas Imperiales. Imperio Argentina irrumpe con fuerza, arrasa en en los teatros y en el cine. Primero con Las hermanas de San Sulpicio y luego con títulos como Nobleza Baturra y La Verbena de la Paloma, logrando fama internacional.
En el programa 'Los años vividos' de TVE se repasan todos los ámbitos de la vida de esta década y se retrata la escena cultural con testimonios en primera persona de artistas e intelectuales. La Niña de la Puebla recordaba decía que Pastora Imperio era una tonadillera más flamenca y Meller era más fina, y recuerda que en aquellos tiempos se cantaba "Si vas a París papá, cuidado con los apaches...".
Si en el otro lado del charo se baila a ritmo de jazz y charlestón, en España se lleva el cuplé, la copla, el tango y el chotis. Las diferencias son notables, sobre todo en el vestuario porque poco tenían en común los baúles de la Piquer con los armarios de las flappers anglosajonas, mujeres liberadas de ataduras que enseñan las piernas, llevan largos collares y fuman en boquilla. Las faldas se acortan a la vez que se las noches se alargan y la fantasía del cine invita a revitalizar la vida en las ciudades.
Las copas de champagne se sustituyen por elegantes vasos de guisqui y se brinda por la felicidad exprimiendo cada instante. Pero no todo fue frivolidad, locura y alegría. No sería correcto hablar de esta década solamente como los locos veinte o los felices veinte. Sobre todo si repasamos la historia de España.
“Fueron años muy contradictorios. Por un lado, en 1923 hubo el pronunciamiento de Primo de Rivera que instauró una dictadura que reforzó las represiones del movimiento obrero y también de los partidos de izquierda y, muy en concreto, el nacionalismo catalán. Pero por el otro fue una época de gran expansión cultural, al margen de las políticas del estado, y casi siempre a título individual o de pequeños colectivos, dice Josep Casamartina, historiador de arte y experto de moda que ha comisariado varias exposiciones sobre la historia, más o menos reciente, de la moda española”.
España estaba muy lejos de la modernidad que describían Paul Morand o Scott Fitzgerald, un estilo de vida que también, y tan bien, reflejó Tamara de Lempicka. Desde París Coco Chanel lanzó una moda rupturista, inspirada en el racionalismo de la Bauhaus. Renovó la imagen y la silueta de la mujer e inventó eso que hoy llamamos estilo de vida.
Despreció el lujo evidente, propulsó el estilo ‘pobre chic’, y puso de moda el color negro y el bronceado. No fue la única que revolucionó la moda porque en esos años destacó el trabajo de la artista Sonia Delaunay que vivió en Madrid y tuvo su propia tienda. En esos años, en España, ya destaca Pedro Rodríguez que lleva haciendo desfiles dese 1919.
Las mujeres de clase alta comienzan a salir de casa, se maquillan y necesitan ropa y complementos nuevos, como el bolso. Sacar la polvera para hacerse un retoque era un amanerado acto de coquetería, una pose que parece extraída de un tratado de elegancia.
Revistas como Blanco y Negro o La Esfera llevan en sus portadas el ideal de belleza y de estilo con imágenes realizadas por Rafael de Penagos, uno de los responsables de la llegada del estilo art déco a una España un poco lenta en la carrera de la modernidad.
Penagos y Eduardo García de Benito retrataron el estilo de la década, dibujaron la moda y la pusieron de moda.
“Si en la actualidad vivimos y nos comunicamos a través de la imagen y el audiovisual, en los años veinte la herramienta principal de comunicación eran los carteles y las ilustraciones que plasmaban el contexto de aquellos años y que incluso, llegaban a servir como modelo para una sociedad que se estaba modernizando”, cuenta Esperanza Claver que pone el foco de atención también en Penagos y García de Benito porque “reflejaron la modernidad del art decó a través de sus ilustraciones y el aperturismo paulatino de la sociedad española”.
La obra de Penagos hay que verla y entenderla más allá de lo estético porque es un soplo de aire fresco que ventiló los armarios y la mentalidad de la sociedad.
“Retrató a una mujer partícipe de una vida social e intelectual, activa, más relajada e independiente. Una nueva mujer elegante y sofisticada, que fumaba, practicaba deportes o actuaba con más libertad. En un principio, quizás era algo difícil encontrar este modelo de mujer en la sociedad española, pero poco a poco, sus ilustraciones se convierten en un claro modelo de referencia para esta lenta transformación de la sociedad”.
Claver, que ha comisariado la exposición Mad About Hollywood que se puede ver ahora en Sala Águila, compara la obra de Penagos con un escaparate de una tienda de moda. “En ellas se refleja una felicidad, disfrute o libertad que no era del todo fidedigna, pero esos aires modernos se irían incorporando a algunos sectores a través de los bailes de sociedad, las fiestas de carnaval, la incorporación de modas europeas y americanas como el jazz. Según dijo Edgar Neville “Si hay un personaje de la calle de Madrid que resuma un sector de lo que se llaman los alegres veinte, es Rafael Penagos”.
Eduardo García de Benito también retrató este contexto art déco desde las revistas americanas como Vogue o Vanity Fair o las francesas Femina y Gazette du Bon Ton, retratando a la sociedad francesa y americana, como a la actriz Gloria Swanson o al matrimonio Poiret", señala Claver.
Las chicas Penagos, nuestras flappers, toman el té en el hotel Ritz, acuden al hipódromo de la Castellana y asisten a estrenos al teatro El Dorado y compraban en los grandes almacenes Madrid-París. Pero, como señala Casamartina, hubo notables diferencias entre la sociedad madrileña y la barcelonesa que acudía a El Liceo envuelta en elegancia.
“Eran muy distintas. En Madrid dominaba la nobleza y el alto funcionariado, y también lo militar. La realeza y gente más poderosa solían pasaban el verano en Santander o San Sebastián, y es gracias a ello que en Donostia se pudo consolidar Cristóbal Balenciaga, pero no abrió casa en Madrid hasta los primeros años treinta", apunta Casamartina.
"En Barcelona en cambio, quien dominaba el panorama era la burguesía industrial, mucho más numerosa, y ésta propició el nacimiento y consolidación de muchas maisons, como las de Pedro Rodríguez, Asunción Bastida, Anita Monrós… y que grandes tiendas de tejidos se dedicaran a crear colecciones de alta costura, como Santa Eulalia y el Dique Flotante. Esta proliferación venía, además, reforzada por el hecho de que Catalunya era la fábrica de España y gran parte de los tejidos se producían allá”.
En un programa de El Liceo de 1925 llaman la atención los anuncios publicitarios y nos revelan intimidades de las damas que asistían al estreno de Guillermo Tell, como las primeras compresas, creadas por la casa Kolex, o el perfume Orgía de Myrurgia (‘Loca fragancia de mil y una flor’). Damas y caballeros que luego tomaban un coctel en el Savoy, abierto hasta las tres de la madrugada.
Pero no todas compraban en tiendas y talleres de costura. Algunas aprendían a coser con las primeras ayudantas de los modistos o leyendo el ‘Método de corte y confección’ que Encarnación Oses Hidalgo publicó en 1921.
Las licencias históricas y artísticas han desplazado los armarios de la serie El Continental a los años treinta. El vestuario femenino, del que ya hablamos, es muy glamuroso pero la imagen de los actores también está llamando la atención. Y mucho. Especialmente por los cortes de pelo.
“En la década de los veinte la moda masculina siguió siendo muy formal. El pelo se llevaba siempre engominado, en las clases altas y también en las burguesas y en las profesiones liberales, arquitectos, médicos, abogados, comerciantes… Las camisas llevaban cuello, lo que pasa es que eran cuellos duros desmontables, ya que la ropa en la época se lavaba con mucha menos frecuencia, los cuellos y puños, que es lo que más se ensucia, pues eran intercambiables, y además estaban muy almidonados, como si fueran de cartón, lo que daba un aspecto impecable a las camisas”, cuenta Josep Casamartina.
En América los cuellos de hilo puro los fabricaba la empresa Erco que los publicitaba con eslóganes como “Realza la personalidad de quien lo lleve prestándole el atractivo de la elegancia” o “Tiene el aspecto del planchado y la comodidad del blando”. En España estaba la casa Simplex que venía incluso placas de metal para plancharlos. Eran cuellos sin forro como que se vendían en Madrid (en tiendas como La Exposición, Antonio Casanova o Moisés Sancha), Barcelona (Villa de Patá) y Vigo, y costaban entre 1,50 y 2,50 pesetas.
Pero la brecha social es grande, tal y como se ve en la serie de TVE. Los tejidos de los trajes que llevan los hombres de Baena son mucho más ricos que los de la panda de Ricardo. Los primeros llevan sombrero y los segundos llegan gorra, una pieza más humilda. Los hombres de posición alta pasaban por la barbería casi cada día y utilizaban productos de la casa Williams, que importa la empresa E. Puigdengolas, y tónicos para la grasa, como el Daker. A los más pobres no les queda más remedio que llevar barba. Un rasgo de estilo que ha servido para dar a los personajes ese aspecto ‘salvaje’ que requería el guion.