El final de El Gallinero
- El Gallinero: 12 años de denuncias y sensibilización
- Romper con la marginalidad a través de la educación
- El derecho a la vivienda es el derecho a reconstruir su propia vida
- Las claves del reportaje
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LAB.RTVE.ES
"Nos vamos del infierno", pronunció Leonard con su hijo de un mes en brazos cuando se despedía para siempre de El Gallinero. Acababan de colocar en la furgoneta sus pocas pertenencias dentro de unas bolsas de cuadros grandes, esas que utilizan también los presos cuando se van de permiso o dejan la cárcel. Su mujer Mireia, sus tres hijos, su hermano y él mismo, subieron a la unidad del Samur Social que los trasladaría hasta su nueva vivienda, un piso en Vallecas. En las horas previas, Mireia no podía evitar recordar los años vividos en el poblado y tenía sentimientos encontrados.
Adiós a la chabola: un futuro por delante
Treinta familias han cambiado su chabola de plástico y cartón por un piso en un edificio de ladrillos. Esto supone según Javier Baeza, voluntario y cura de la iglesia San Carlos Borromeo de Entrevías de Madrid, que estas familias puedan imaginar un futuro diferente al que han vivido: "El tener un techo es dar una oportunidad a estas familias, es procurarles un futuro, sobre todo a sus hijos, mejor que el que han tenido sus padres o sus abuelos".
El poblado chabolista El Gallinero ya no existe. Pero estuvo ahí durante más de doce años. Empezó a levantarse a principios de 2007. Situado a 13 kilómetros de Madrid, era un espacio aislado en medio de caminos, un erial en el que llegaron a vivir unos 200 niños. La miseria con la que convivían era un grito desesperado. El movimiento vecinal empezó a organizarse para buscar soluciones y ayudas. La parroquia cercana de la Cañada Real Santo Domingo de la Calzada y la de San Carlos Borromeo de Entrevías movilizaron a sus voluntarios y emprendieron un camino de lucha que hoy por fin se ve recompensado.
"No podíamos consentir que siguiera existiendo esta vergüenza"
"El Gallinero no podía continuar, era una vergüenza", dijo la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, a las familias del poblado. “Los seres humanos no pueden vivir como se vivía en Gallinero, no hemos querido que esto continúe, no vamos a permitir que continúe", añadió. El presidente de la comunidad de Madrid, Ángel Garrido, lo ratificó: "Creo que era verdaderamente impresentable que consintiéramos que esto existiera". Estas palabras las pronunciaron en su visita al poblado a principios del mes de julio haciendo público su acuerdo para la desaparición de El Gallinero. Un compromiso que también afecta a las familias.
Se trata de que estas familias se integren en la ciudad sin problemas. Por eso estarán acompañados, no solo por las administraciones, sino por voluntarios y ONGs.
En El Gallinero todos los niños estaban escolarizados. Con el traslado, hubo que cambiarles a colegios más próximos a su nuevo domicilio, una labor de la que se ha encargado Cruz Roja.
Con el proyecto de realojo, se pretende que las familias cada vez sean más autónomas, que puedan trabajar y ser independientes, lo que requiere una mayor formación y capacitación no solo de los adultos también de los jóvenes.
El reto de los voluntarios que les han acompañado durante todos estos años será seguir estando ahí, pero a la vez permitir que cada vez sean más autónomos. Son amigos. Durante este tiempo se han establecido lazos inquebrantables. Como sintió Blanca aquel primer día cuando se acercó a El Gallinero, "el día que llegue supe que no me iba a poder ir nunca, o sea que fue un flechazo. Es muy duro, muy cansado, pero se aprende mucho, se comparte mucho". Blanca explica que no se siente voluntaria en el sentido tradicional: "Yo siento que comparto la vida con ellos".