Andrés Duque
Emisión 14 de octubre de 2019 · La 2
Andrés Duque, el cineasta ligero de equipaje (guion. Antonio Weinrichter)
Desde hace unos 15 años Andrés Duque entrega películas difíciles de clasificar, de reducir a un solo estilo, de encuadrar en un solo formato. La suya es una obra desarrollada al margen de la industria nacional pero solicitada en el circuito de festivales internacional. Siguiendo la vieja formulación de Godard, no busca hacer carrera sino interpelar y trabajar con la imagen en movimiento. Es un cineasta “trans”, porque su obra navega entre soportes, géneros y territorios. De origen venezolano, afincado en Barcelona en el año 2000, ha registrado su obra (en DVCAM o en móvil de alta definición: el soporte no importa) por los más diversos continentes.
Andrés Duque es un cineasta sin agenda, que encuentra más que planifica sus películas. Uno de sus principales motores es la curiosidad. Confiesa que su cine surge de experiencias personales que le acaban embarcando en viajes obsesivos o de personajes que le “llaman” y que tienen una historia que pide ser contada. Se enfrenta a un proyecto que nace de la fascinación pero que se concreta luego en la voluntad de capturar el misterio y la belleza de estos locos maravillosos.
De ahí nace su informal “trilogía de retratos”. El primero, y el primer título importante que firma, es Ivan Z (2004), en torno al cineasta Iván Zulueta, que constituye una de sus principales referencias. Igual que en su momento Zulueta, Duque declara lo mucho que admira a Jonas Mekas y “prácticamente todo el cine Underground norteamericano”. Luego quiso hacer un retrato en torno a Will More, el magnético actor de Arrebato, pero el proyecto no llegó a buen término. Sí lo hizo Paralelo 10 (2005), en donde filma de cerca las extrañas actividades de una enigmática mujer, Rosemarie, en las calles de Barcelona. Y el tercer retrato es el de Oleg Karavaichuk, en Oleg y las raras artes (2016), un pianista de larga trayectoria cuya máscara de divismo debe aprender a traspasar el cineasta.
Otro de los formatos privilegiados por Duque es el autorretrato; en su caso son retratos de cineasta que consisten en volver a mirar y ensamblar las grabaciones que ha ido haciendo. Impulsado por un accidente que le obliga a guardar reposo, esta forma de balance personal se concreta por ahora en los títulos Color perro que huye (2011) y Ensayo final para una utopía (2012), que incorpora a su relato un giro imprevisto, la muerte de su padre. También hay que incluir en este grupo obras performativas como No es la imagen, es el objeto (2008), en donde vemos al propio Duque llevando al extremo su pasión por ese emblema de un cine congelado que son los cromos.
De todas estas piezas podremos ver fragmentos en esta edición de Metrópolis, ilustrando una larga entrevista realizada por Antonio Weinrichter, en donde Andrés Duque nos guía en un recorrido por el mapa de su obra. Hasta llegar a su título más reciente, Carelia: Internacional con monumento (2018), en donde prolonga su periplo por el mundo eslavo firmando otro de sus experimentos inclasificables: una familia rural de costumbres ancestrales frente a la sombra de un trauma reciente. Andrés Duque, un mercenario del arte de la imagen, no deja nunca de sorprendernos.