Carlos López se ha ido
- El recuerdo de Carlos López, realizador de Informe Semanal, siempre quedará en la memoria
Dos veces tuve la suerte de viajar y trabajar con Carlos López, ambas a los Balcanes. La primera, en la ofensiva final croata para toma la Krajina, en agosto de 1995.
José Luis Márquez, con la cámara, Carlos López, con el sonido, José Ramón Gutiérrez, El Chava, productor, y Carmelo Machín, servidor, periodista que ha tenido que ir a demasiadas guerras. Y un traductor croata, Ivan, que supo con nosotros lo que su gobierno había hecho en Mostar: dividir la ciudad; destruir a cañonazos la parte musulmana.
Frente a Márquez, puro tesón, y yo, pura duda nerviosa, Carlos era pura serenidad. El hombre tranquilo. Fuimos la primera televisión no croata en entrar en Knin, capital de la Croacia medieval, reconquistada por Tudjman a sangre y fuego. Entramos en un Dubrovnik desierto por la amenaza de bombardeos. Bebimos, solos los cuatro, los cuatro solos, en un Stradum vacío.
Nos bañamos, desnudos y un poco borrachos, en la playa privada del hotel Argentina, unos de los mejores de Dubrovnik, abierto para nosotros. Enfundado en unos cascos, con la mesa de sonido inalámbrica colgada al cuello, y la caña de sonido siempre lista, Carlos seguía a Márquez, imprevisible, y captaba un sonido claro, limpio, perfecto. No daba por buena una entradilla a cámara hasta que él la daba por buena. Pero sin un mal gesto, al menos cuando viajamos juntos.
El hueso más duro que le, nos tocó pelar, fue un croata que nos impidió casi siempre pasar la barrera que guardaba, la frontera.
La guerra de los Balcanes
El siguiente viaje que hice con Carlos López fue ocho meses después, también a los Balcanes. El reportero gráfico era, es, muy distinto a José Luis Márquez, pero de una calidad profesional que bastantes periodistas prefieren: Pablo Balsa, ni más ni menos. Uno de los exquisitos del reporterismo en TVE. Un grande.
El objeto del viaje era informar del cumplimiento de los acuerdos de Dayton, que iban en teoría a acabar con la guerra en Bosnia Herzegovina.
En Mostar, nuestra estrella fue Javier Solana, que se estrenaba como jefe de la OTAN. Ante el puente destruido de Mostar, rodeado de marines y cámaras de todo el mundo, aseguró con brevedad y contundencia que la OTAN no toleraría más atrocidades...en inglés. En castellano no hubo manera de sacarlo del famoso "lalalá ,lalalá, lalalá" de los guiñoles que entonces emitían.
Fuimos de Mostar a Sarajevo de madrugada, con una nevada importante recién caída, en un Jeep más viejo que Matusalén, con el volante a la derecha porque era británico. Condujo Carlos casi todo el camino. Los puentes, prácticamente todos, habían sido volados durante la guerra. Lo que ahora había eran pontones militares construidos por los ingenieros de la OTAN. Ni un problema. Carlos estaba a los mandos.
Ninguno de los tres habíamos estado nunca en Sarajevo y no conocíamos qué entradas eran "seguras" y en cuáles podría haber francotiradores. Supimos luego que elegimos una de las peligrosas pero no nos pasó nada.
Ese mismo día conocimos la destruida biblioteca de Sarajevo. Llevamos con nosotros a Carlos Westendorp, sustituto de Solana en el ministerio de AA.EE. para que en la crónica hubiese algo más que políticos y despachos. En un cementerio grabamos a serbios desenterrando sus muertos para llevárselos con ellos en la retirada que Dayton les imponía.
Y viajamos con un grupo de bosnios musulmanes que regresaban a Goražde, uno de los enclaves protegidos por la ONU. Es una ciudad en el curso del río Drina, que los serbios consideran su frontera sagrada. Los bosnio musulmanes consiguieron sobrevivir a base de tesón e ingenio. La corriente del río alimentaba pequeñas turbinas que generaban electricidad; y cruzaban el río por un puente de madera que se ocultaba bajo el puente de superficie, que podía, era bombardeado.
Fuimos de nuevo a Dubrovnik, pero por el lado serbio. Y nos abrió la barrera que daba paso a Croacia aquel hombre que, el agosto anterior, desde el otro lado, nos había cerrado el paso una y otra vez. Nos reconoció y nos sonrió. Carlos le dio un apretón de manos.
Durante este segundo viaje tampoco hubo el más pequeño roce entre el equipo. Incluso tuvimos momentos muy distendidos. Celebramos, por ejemplo, que el Barça a punto estuvo de ser eliminado por el Numancia en la copa del Rey.
Carlos, ayudante de reportero, tenía unos conocimientos muy superiores a los que su trabajo exigía. Y luego lo demostró. Pero jamás, jamás, dejó de hacer su trabajo, recoger el sonido, lo mejor que sabía. Nos hicimos amigos aunque luego la vida nos alejó. Cuando yo volví a España, Carlos era ya realizador de Crónicas e Informe Semanal.
Descansa en paz. Yo te echaré de menos y te recordaré.