Diana, la mujer que utilizó la moda para rebelarse, lanzar mensajes y autoafirmarse
- Fue una chica tímida y hortera que se rebeló contra el destino y se transformó en icono de moda
- En el espacio Lazos de Sangre, de TVE, se analiza la vida yLazos de Sangre la muerte de la 'Princesa del pueblo'
"Evidentemente Diana de Galés es un icono de la moda, además de su gran estilo personal su sensibilidad, rebeldía, humanidad y valentía la convirtieron en una princesa diferente, en la princesa contemporánea que necesitaba el siglo XX. Sin duda alguna, es una gran referente para los apasionados de la moda". Habla María Escoté, diseñadora y jurado de Maestros de la costura ¡Diana me fascinaba!”, decía entonces en una entrevista de RTVE.es. Esa fascinación por Diana es universal. Chicas y chicos de todo el planeta se enamoraron de ella y hoy está en los altares, incluso los de la moda. Pero no siempre fue así.
Diana era una hortera. No hay más que echar un vistazo rápido a sus primeras fotografías para constatar que no tenía eso que los franceses llaman charme y que era la encarnación del mal gusto. Su armario era un despropósito y algunos de sus looks eran tan horrorosos, ridículos y rancios que daban pavor a los expertos en moda. Por eso resulta sorprendente que hoy se la considere un icono de estilo. El tiempo ha sido amable con ella y la tragedia ha envuelto su vida, y su imagen, de tal forma que es imposible no verla desde un punto de vista amable, incluso con cariño.
Cuando el mundo conoció a Diana ella tenía una pesada mochila cargada de inseguridades y traumas familiares. Era una chica introvertida que apenas levantaba la mirada del suelo. Su vestuario era como ella, tímido. Sus padres se separaron en 1968, cuando ella tenía 7 años, y ella quedó al cuidado de su padre. Dos años más tarde la internaron en Riddlesworth Hall y luego en West Heath, otro internado del condado de Kent. Estos años marcaron su vida, y su forma de ser y vestir. Diana tardó años en desprenderse del estilo señorita o estilo 'internado', y siempre iba vestida con ese tipo de prendas que alejan las tentaciones de la carne y ahuyentan el pecado.
Parece que de joven no prestó demasiada atención a su vestuario pero tuvo que hacerlo obligada por las circunstancias. En 1981 todo el mundo puso los ojos con ella. Era la prometida del príncipe Carlos y prometía ser la futura reina de Inglaterra, aunque el destino tenía para ella otros planes. Desde ese momento tuvo que ampliar su armario, consciente del interés que despertaban sus salidas y apariciones públicas. En esos años podemos hablar de transición, tanto personal como profesional, tanto íntima como pública.
Diana se somete a las directrices de los expertos del rígido protocolo que intentan moldear su imagen. Ella acata órdenes pero hay una fuerza muy poderosa dentro de ella que lucha por imponerse: la rebeldía. Diana se dejó vestir durante años de chica bien pero cuando podía, se permitía momentos de placer; pequeños pero importantes caprichos estéticos.
El estilo de Diana en esos años tiene varias características que se repiten continuamente. Los sombreros de 'señora mayor', los vestidos con babero, los colores pastel y los tonos suaves, los zapatos planos. Casi todo era horrible pero en esos años Diana da pistas para los entendidos: ella es un diamante en bruto. En algunas citas importantes o eventos de noche apuesta por vestir de negro y son esos momentos los que nos dejan ver al cisne que quiere dejar atrás al patito feo. Una transformación que traspasó los límites estéticos. Un paso necesario que nadie pudo frenar.
En los años 80 tuvo momentos gloriosos y otros terroríficos. Su vestido de boda, copiado hasta la saciedad nada más verse, era un despropósito, un diseño tan empalagoso como una tarta de merengue, un monumento al derroche estético, una oda al barroquismo y la desmesura. Era un espanto. Diana nunca estará en las listas de las novias famosas más guapas o elegantes. La creación de David Emanuel y su esposa Elizabeth se aleja de todo lo que tiene que tener un vestido perfecto, como lo fueron los de la princesa Grace de Mónaco o Carolyn Bessette que nunca pasan de moda. Aborrecerlo es natural, alabarlo es postureo.
Ella se mostraba ante la opinión pública como una mosquita muerta, y combinaba muy bien sus miradas de chica modosita y ese aire de extraña timidez con vestidos y conjuntos que pasaban desapercibidos. Se vestía con lo que se llaman colores no-color, y era la imagen de la más aburrida y pasmosa sosería. Pero el desamor, la presión y la rebeldía que latía en el fondo de su alma fueron un cóctel explosivo que ayudó a Diana a dejar salir a la 'bestia' que llevaba dentro.
Día a día, vestido a vestido, peinado a peinado, Diana pasó de la noñería a la sofisticación y supo esconder sus defectos y potenciar sus virtudes. O lo que es lo mismo, y esto es importante, supo ocultar lo que pensaba realmente y supo vestirse para controlar lo que quería que pensaran los demás. Lo asombroso es que logró redefinir su estilo liberando su personalidad. Para esta transformación contó con la ayuda de Anna Harvey - editora adjunta de Vogue, estilista y confidente de la Diana- y juntas empoderaron el armario de la Princesa del pueblo. Diana utilizó la moda como armadura contra el dolor y el sufrimiento, e hizo lo que poca gente logra: que la moda estuviera a su servicio.
En esos años apuesta por vestidos mini muy ajustados, ya que tiene una silueta perfecta. Adora los diseños con tirantes porque resaltan sus preciosos hombros y rebaja la intensidad de los tejidos para que el vestido no sea el protagonista. Diana, muy lista, utiliza la moda para que destaque su belleza. En su álbum de fotos hay vestidos inolvidables. Como el modelo 'Elvis' de Catherine Walker ( era su diseñadora de cabecera) que llevó a los British Fashion Awards de 1989. Hoy está considerado una pieza de museo y la muñeca Barbie tiene una réplica. 1992 marca un punto de inflexión en la vida de Diana porque empieza a utilizar la ropa para llamar la atención, para comunicar, para dejar señales, para hacerse valer.
Ese año, el annus horribilis para la Reina Isabel II, Carlos y Diana se separan y ella toma por fin las riendas de su vida y de su armario. Cambia de estilo de vestir, de colores, de peinado, de joyas, de actitud. Ya no es la mujer del príncipe de Inglaterra, ya no tiene que vestir moda inglesa, ya no tiene ataduras. Diana, muy bien asesorada, eleva la vista y mira más allá, mira a Milán y París, las capitales de la moda. Es entonces cuando conoce a Gianni Versace. “Diana se interesó realmente en el mundo de la moda después de su separación del Príncipe. Noté que a partir de entonces tenía curiosidad sobre los diseños y recuerdo bien que le preguntaba a Gianni constantemente por qué las cosas habían sido diseñadas de cierta manera”, contaba Donatella Versace en una entrevista que le hizo The New York Times.
Resulta curiosa esta elección. La firma italiana es la que eligen las mujeres que emprenden una nueva vida. Para dar un taconazo ante la opinión pública no hay nada mejor que hacerlo con un Versace, que se lo digan a Caitlyn Jenner. Cuenta la leyenda que Gianni le dijo a Giorgio Armani: "Tú vistes a señoras y yo visto a rameras". Esta frase viene de cine para el cambio de Diana (metafóricamente hablando) porque ella, en un momento dado, se olvidó del pudor y el recato, y de niña tímida pasó a mujer desenfadada, de chica mojigata pasó a mujer de armas tomar. Ahí empezó a forjarse el mito, al menos desde el punto de vista estético.
A mediados de los 90 del siglo XX, Diana de Gales o Lady Di (nombre de diva) empieza a llevar diseños de Versace, como el vestido púrpura (el tono del pecado), el blanco ajustado con falda corta decorado con la Medusa o el traje de dos piezas rosa al más puro estilo Jackie Onassis (otro claro mensaje de ¡Aquí estoy yo!).
En 1994 pega el mayor golpe de efecto de su vida con el llamado 'vestido de la venganza'. Carlos está a punto de anunciar que cometió adulterio con Camila Parker Bowles ( que también tiró de Versace para un día muy especial, aunque no logró el efecto que deseaba). Diana había confirmado su asistencia a la fiesta de la revista Vanity Fair y dice que no sabe qué ponerse y que mejor no va. Su mayordomo, Paul Burrell, le saca un vestido de Christina Stambolian que lleva tres años guardado en el armario y la convence. Diana luce escote y piernas, y una llamativa gargantilla de perlas con un zafiro que se pondrá en muchas ocasiones. Arrasa, tanto que al día siguiente los diarios recogen las palabras de Carlos pero la foto se la lleva ella. Es su venganza, esa que se sirve en plato frío.
En 1996 va más allá. El Metropolitan Museum de Nueva York celebra su famosa gala anual y ese año está decidida a Christian Dior. La casa francesa está en lo más alto y ha contratado como director artístico a John Galliano. Todavía no se ha visto su primera colección pero Diana estrena en exclusividad un vestido lencero que hizo temblar los cimientos de Buckingham Palace.
A partir de entonces hay momentazos, como dice Boris Izaguirre, conductor de Lazos de sangre, de TVE. Entre ellos destaca el vestido de pedrería creado por Jacques Azagury que lució en 1997 o el largo satinado en celeste de un hombro que llevó a Sidney, replicado para Naomi Watts en el biopic Diana (2013).
Durante varios años Diana compaginó las fiestas y la farándula con las obras de caridad, eso sí, con glamur. La revista Vogue la encumbró a golpe de portada, nueve en total. Pero fue Mario Testino quien la inmortalizó como icono de estilo. Ocurrió en 1997, meses antes de la tragedia. "Fotografiar a Diana para 'Vanity Fair' en 1997 fue uno de los días que más recuerdo de mi carrera. Yo solo capté un momento a través de unas instantáneas que muestran a la princesa como todos la recuerdan hoy".
Cierto. Esa fotografía es un capítulo de la historia, no solo de moda. Es parte de una herencia, es el legado como icono de estilo de Lady Di. Es la fotografía que al fin se hizo el cisne cuando ya no quedaba nada del patito feo. Es lo que Diana veía cuando se miraba al espejo.