Liberto Rabal, las dos caras del éxito
- Primero triunfó con Almodóvar y su Carne trémula (1997); después, como padre, esposo y trabajador
- Su carrera como actor no llegó a despegar, y se gana la vida como vendedor en una tienda de muebles
- Vuelve a ver el capítulo de Lazos de sangreque protagonizan Francisco Rabal y Asunción Balaguer
Liberto Rabal nació en Roma, la ciudad eterna, en el seno de dos familias ancladas a la posteridad. Su abuela materna es Carmen Laforet, autora de una de las novelas españolas más influyentes del siglo XX, Nada. Por parte de padre, corren en su sangre las artes escénicas: Asunción Balaguer es su abuela y Francisco Rabal, su abuelo. En los años 90, Liberto Rabal tenía tras de sí toda la inercia necesaria para convertirse en una estrella, pero el mundo del entretenimiento le cerró las puertas.
El nombre de Liberto volvió a los titulares el año pasado, cuando varios medios se hacían eco de que el joven de los Rabal, a sus 44 años, estaba trabajando como vendedor en IKEA. Él es humilde y no se le caen los anillos: lo primero, como para miles de españoles, es encontrar una manera de ganarse la vida. En un entorno laboral que no se ajusta a las expectativas de su familia, y donde su apellido no significa nada, se ha dedicado a gestionar pedidos y atender clientes, ganándose a sus compañeros con su amabilidad y competencia.
Su familia llegó a subsistir con un par de euros al día, así que encontrar empleo fue una buena noticia para él y para su mujer, Adriana Davidova, la madre de su hijo Daniel. Pero el público español lamentaba la caída del actor que, en 1997, parecía calentar para un despegue meteórico.
Tal fue el año en el que Pedro Almodóvar lo eligió para protagonizar Carne trémula, donde interpreta a un joven marginal, despechado y violento. Liberto pasó así a reemplazar a Jorge Sanz, que fue despedido de última hora, y el rodaje apresurado estuvo plagado de retos y problemas. Pero los medios norteamericanos, encantados con Almodóvar, se hicieron eco de su trabajo igualmente y le pronosticaron un futuro como el próximo Antonio Banderas: tenía toda su carrera por delante. También fue en 1997 cuando recibió su nominación al Goya como mejor actor revelación por Tranvía a la Malvarrosa, de Jose Luis García Sánchez.
Pero a su familia no siempre le han venido las cosas bien dadas. Tal vez su error fue no tener las cosas claras y tocar varios palos del entretenimiento sin decantarse por ninguno, o sus representantes no consiguieron para él los papeles paropiados. Trabajó junto a Ana Obregón, Antonio Resines y Carmen Maura en la serie A las once en casa (2001) y encarnó a Miguel Hernández en Viento del pueblo (2002), una miniserie de Televisión Española que está disponible A la carta. Y se volcó en la dirección de un largometraje, Síndrome (2005), que no logró gran trascendencia.
No ha pasado la última década alejado de las artes: entre 2009 y 2012 trabajó en Amar es para siempre y Arrayán, dos series de televisión, y su abuela, Asunción Balaguer, lo dirigió en su debut de teatro: hace seis años protagonizó junto a ella Una vida robada, pero estos trabajos no fueron suficiente para salir adelante económicamente.
Al año siguiente protagonizaba otra obra de teatro junto a Adriana Davidova, la actriz y escritora búlgara con la que comparte su vida desde hace más de veinte años. A principios de este año la apoyaba en la presentación de su nueva obra, que se titula Lapidada.
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