''La trata de personas existe porque cerca del 40% de los hombres consumen prostitución''
- Una de nuestras protagonistas, Amelia, nos espera para contarnos aquello que fue su realidad durante años
- Todos en el pueblo saben que llegó desde Rumanía y que sus explotadores la pasearon durante cinco años por prostíbulos
- La reportera Silvia Sánchez nos cuenta cómo ha vivido el reportaje ''Esclavas Invisibles'' desde dentro
- El miércoles a las 23:20 h. en La 1, Comando Actualidad
La mirada de Silvia Sánchez
Vive entre montañas, en un pueblo de Gipuzkoa que es un fondo de saco, no hay más allá: el mismo camino de entrada que de salida. Una de nuestras protagonistas, Amelia, nos espera en el mirador de la localidad, las nubes y la niebla se deshacen al fondo. Amelia es una superviviente de trata y de violencia sexual, aunque ella prefiere ser reconocida como combatiente: “Fui vendida a un proxeneta español por 300 euros cuando tenía 17 años”, cuenta mientras caminamos por las calles vacías de la localidad: 200 habitantes censados.
Todos en el pueblo saben que llegó a Alicante desde Rumanía y que sus explotadores la pasearon durante cinco años por 40 prostíbulos de toda España. “La trata existe porque cerca del 40% de los hombres consumen o demandan sexo pagado”, asegura. “A muchos de los vecinos de los pueblos de alrededor los conocí en el prostíbulo”.
Escapó cuando ya no pudo más, dice, “cuando ya no era capaz de hacer el papel de puta feliz, cuando lo perdí todo, incluso el miedo”. Afirma que los tratantes son fabricantes de prostitutas: “eligen a las mujeres más vulnerables, a las que han sido víctimas de violencia sexual, te anulan, te deshumanizan”. Amelia fue violada por un grupo de hombres cuando era menor.
Una nueva vida
Un perro, algunos tomates tardíos y restos de vainas de alubias asoman en el huerto que tiene a la puerta de casa. Salió del prostíbulo trabajando como camarera en el bar del pueblo y del infierno contando su historia a quien quiere escucharla. Los libros de feminismo, su testimonio en conferencias y charlas, la terapia psicológica, la escritura de un libro y un marido “que me llevó a patear todos los montes de Gipuzkoa y que no solo quería follar” la han ayudado a vencer el shock y los efectos psíquicos que genera la violencia.
Es la hora del almuerzo. Mientras reparte pollo asado y patatas fritas en dos platos, me cuenta que quería ser médico o profesora. La mascarilla pandémica no apaga el brillo de sus grandes ojos negros. En la pared cuelga una foto familiar: su padre, su madre y su hermana sonríen a cámara, ella no está. “Detrás de todo están también las familias y su dolor”, recuerda. Su padre murió poco después de que Amelia cambiara de vida.
Dentro de 15 minutos participará en un congreso virtual junto a otras mujeres víctimas de trata. Van a pedir al gobierno que prohíba la prostitución. El Código Penal español castiga el delito de trata con un máximo de ocho años de cárcel: “Las leyes españolas no penalizan la prostitución. Es ahí donde hay que mirar”, concluye. Y yo miro las montañas y el cielo que se abren frente a las ventanas de su casa. Pienso en la carretera de entrada y de salida, y en el fondo de saco, y en que aún queda mucho para que se disipe la niebla.