Yo cocino
- Una oda al acto de cocinar firmada por la cocinera Maria Nicolau (El Ferrer de Tall)
- "Yo, cuando me cierran el restaurante, cocino"
- ¿Qué nos empuja a cocinar? Nicolau reflexiona sobre las facetas íntimas, sociales y políticas de este acto cotidiano
Yo, para ganarme la vida, hace más de veinte años que cocino en ejercicio de mi profesión y a cambio de dinero.
Yo, cuando me cierran el restaurante, cuando me siento inquieta, intranquila, inútil, cuando me siento ociosa en casa y me revienta, cocino.
Yo, cuando estoy triste, floja, cuando tengo en la garganta atascadas ganas de llorar, cocino. Corto cebolla y fuerzo el desahogo si es necesario. Lo suelto y cocino.
Yo, cuando llevo días yendo de un sitio a otro, procurando que no falte nada en casa, que no cenemos tres días lo mismo, llegar a las cuatro a la entrevista, parar de vuelta a medio camino en una estación de servicio a pillar papel higiénico que ayer se terminó, la fiambrera del colegio, el dentista de pasado mañana, el artículo para ayer, cuando llevo días pasando por casa prácticamente sólo para fichar... Yo, cuando me siento mala madre, mierda, cocino. Y en el cole al día siguiente flipan con el tupper de mi hija, pero eso es lo de menos.
Yo, cuando estoy pletórica, exultante, cuando estoy feliz y se me sale, cuando no puedo contenerlo, cocino. ¡Cocino! ¡Cocino y reparto, invito y comparto! Visto la mesa, saco los platos bonitos, la cubertería de pro, las copas grandes y las servilletas de tela, abro vino y pongo el pan en la mesa sin cortar, entero, y cositas de picar y cocino primero y segundo y postre.
“Yo, cuando me cierran el restaurante, cocino. “
Yo, cuando estoy cansada, cuando estoy harta, enfadada y frustrada, cuando me siento pequeña e irrelevante delante de maquinarias grandes y ruidosas que se me aparecen injustas, cuando no me gusta lo que veo, cuando me cabreo con el mundo, cocino. Cocino y no sólo cocino, sino que me meto a fondo en lo que compro y dónde lo compro. Miro y leo con saña todas las etiquetas, decido a consciencia a quién o a qué empresa le voy a dar todos y cada uno de los euros que salgan de mi bolsillo para pagar la cesta de la compra y pienso y elijo casi violentamente y con alevosía las recetas que voy a cocinar. De cara, siempre, con lo que significan y representan. Compro y cocino. Y entonces me siento poderosa.
Yo, cuando no tengo ganas de cocinar, cuando no quiero, ese día abro la nevera, corto a navaja un trozo de queso que me como de pie en la cocina, respiro, me miro a mí misma a los ojos, y para salvarme cocino. Algo pequeño y tonto. No existe en mí no querer cocinar. Si no lo hago es porque no puedo, así que si me encuentro pensando no quiero entonces de forma urgente y más que nunca, cocino. Cocino, quiero y me salvo.
“Decido a consciencia a quién o a qué empresa le voy a dar todos y cada uno de los euros que salgan de mi bolsillo para pagar la cesta de la compra“
No tengo ni la más remota idea de quiénes son ustedes, de lo que piensan ni de lo que dicen, pero lo que sí sé es que, por alguna razón, sea por interés genuino en su contenido, porque tienen un par de minutos tontos en el metro, por curiosidad morbosa, por hastío, por hambre o por pereza de hacer otra cosa están aquí leyendo.
Sé, las cifras de audiencia así lo avalan, que ven a otros cocinar y hablar de cocina en programas de televisión. Sé que compran recetarios y buscan en Google técnicas e ideas para hacer esto y lo otro, porque si esto no fuera así, ni se editarían y publicarían recetarios ni artículos ni blogs. Sé que consumen y comparten toneladas de información sobre cocina.
“Compro y cocino. Y entonces me siento poderosa. “
Decía Sartre, el padre del existencialismo, que al fin y al cabo somos lo que hacemos, somos nuestra obra, nuestras acciones. Todo lo que son nuestras intenciones, nuestros deseos, nuestras ambiciones y proyectos, en la medida que no han sido llevados a cabo, convertidos en acción, en actos concretos, ¡hechos sustancia física!, no existen, y sin ellos, somos como un mapa, con sus flechas, direcciones y sus indicaciones, pero sin territorio real pisable. Humo. Si no hacemos no existimos. Me acuerdo de una vez cuando, siendo joven, tuve un novio con el que terminamos con un “¡que sí! ¡Que vale! Que me quieres. Pero ¿para qué me quieres?”.
¿Para hacer qué?
Un hombre es lo que hace, no lo que dice. Más allá de proclamas de amor y de canciones intensas grabadas en una cinta de cassette.
Yo cocino. ¿Y ustedes?