La humildad, la respuesta de la ciencia a un mundo dividido
- Superar la polarización política e ideológica es uno de los mayores retos sociales
- Practicar la humildad intelectual puede volver a poner en valor el intercambio de ideas y la duda
- El método científico demuestra que la realidad está en los hechos y no en su interpretación
La famosa paradoja Socrática “Solo sé que no sé nada” es una frase apócrifa. Atribuirla en su literalidad a Sócrates es una imprecisión en la que caemos todos, pero nos ayuda a entender el clásico error de repetir ideas de forma acrítica. Solo cuestionando su origen, rebuscando en las fuentes originales, descubrimos que el origen es una frase griega que viene a resumir un relato de Platón sobre Sócrates. Una simplificación, de un tercero, de un relato que ha sido traducido e interpretado. Nada más lejos del hecho original. La esencia del mensaje, sin embargo, se puede considerar acertada y podría ser la clave para alcanzar una sociedad más abierta, conciliadora y sana.
Vivimos en un mundo que cada vez parece más polarizado, en el cual las redes sociales y las plataformas digitales han llevado a un crecimiento exponencial de las interpretaciones y la amplificación de sesgos, con mensajes cada vez más extremos en sus formas y alejados de la realidad factual. El consenso social sobre la realidad se ha roto. Los hechos, como explica el psicólogo cognitivo y catedrático de Harvard Steven Pinker, ya no nos parecen interesantes. Preferimos el relato interpretado de la realidad, menos aburrido y más adecuado a nuestras ideas preconcebidas.
Ahora, además, las historias ficcionadas o sesgadas sobre nuestra realidad nos llegan de forma personalizada, por lo tanto, mucho más atractiva y efectiva. Lo cuenta a menudo, también, el pensador Yuval Noah Harari, quien siempre ha defendido la importancia histórica de la ficción como elemento aglutinador en el desarrollo de las sociedades humanas. Las historias interpretadas de la realidad, los relatos interesados, son menos desafiantes, y mucho más fáciles de digerir que la descripción de los simples hechos.
El cerebro humano piensa de forma narrativa y algo de story-telling siempre es necesario. Sin embargo, la realidad que compartimos como sociedad necesita apoyarse en los hechos como estructura. Un andiamaje de evidencias es mucho más resistente que una realidad basada en relatos parciales. Pero, con tantas versiones de la realidad donde elegir, con tantos prismas refractando la verdad, se destruye el marco común básico que nos une como sociedad y la convivencia se vuelve imposible.
¿Cómo volver a encontrar un relato común de la realidad? Especialmente en problemas complejos, no existen respuestas completas y definitivas. La neurociencia y la psicología nos demuestran que, incluso las conclusiones más vehementes que defienden a ultranza políticos, expertos y tertulianos están afectadas por prejuicios, marcos mentales e ideologías. La realidad que defienden es parcial, aunque no por ello es automáticamente menos verdadera.
“Algunos estudios han demostrado que, ante un ataque a nuestro sistema de creencias, nuestro cerebro reacciona de la misma manera que lo haría frente a un ataque físico. “
Es necesaria una aproximación más humilde, más realista, al conocimiento que permita hacer el esfuerzo de valorar las ideas sesgadas de otros, y los hechos factuales, independientemente de nuestros propios razonamientos, que a su vez un compendio de sesgos adquiridos a lo largo de nuestra experiencia vital. No es sencillo: algunos estudios han demostrado que, ante un ataque a nuestro sistema de creencias, nuestro cerebro reacciona de la misma manera que lo haría frente a un peligro físico.
Humildad intelectual
La humildad intelectual es una de las herramientas más eficaces de las que disponemos para frenar el crecimiento acentuado de la división social y encontrar de nuevo el camino a una explicación consensuada de la realidad. Nuestra capacidad (y la de nuestros políticos) de tomar decisiones y llegar a acuerdos que reviertan en un beneficio conjunto dependen de ello. Nos hablaba de ella la neurocientífica social Clara Pretus en el episodio de ‘El cazador de cerebros’ emitido el pasado lunes 7 de diciembre, ¿Por qué votamos lo que votamos?.
En resumen, la humildad intelectual trata de asumir nuestros propios sesgos y creencias cuando nos enfrentamos a ideas que son contrarias a las propias. Según Clara Pretus, que hace referencia al artículo “Intellectual Humility” de la fundación John Templeton, “Cuando discutimos temas importantes y controvertidos con otras personas, nuestras respuestas iniciales a sus argumentos tienden a estar influenciadas por nuestra identidad y nuestras preferencias y opiniones previas. La humildad intelectual tiene que ver con nuestra disposición a reconsiderar nuestros puntos de vista, a evitar actitudes defensivas y a moderar nuestra propia necesidad de tener razón.”
“"La humildad intelectual tiene que ver con nuestra disposición a reconsiderar nuestros puntos de vista, a evitar actitudes defensivas y a moderar nuestra propia necesidad de tener razón"“
Aproximarse a ideas contrarias a la propia, o con matices que descartamos a priori, abre la puerta a un conocimiento más próximo a la realidad. “La humildad intelectual nos ayuda a superar nuestras inclinaciones egocéntricas durante las discusiones o los aprendizajes, acercándonos así al descubrimiento de lo verdadero. Esto implica reconocer nuestras limitaciones intelectuales al servicio de la búsqueda de un conocimiento, una verdad y una comprensión más profundos”, añade Pretus.
Redes sociales, las grandes polarizadoras
El contexto tecnológico-informativo actual convierte en imperativa la necesidad de estar alerta sobre nuestros propios sesgos de creencias que distorsionan el consenso social de la realidad. Vivimos en burbujas ideológicas que compartimos con seguidores, amigos virtuales y medios afines a nuestros valores ¿Cómo aceptar el valor de otros puntos de vista cuando todo mi entorno comunicativo piensa -virtualmente- lo mismo que yo? ¿Cómo dar pábulo a ideas del bando contrario, del enemigo, del equipo que juega en el lado equivocado de la historia?
Nuestra sociedad actual transmite prácticamente toda su comunicación a través de plataformas sociales. La información que llega a cada persona ya no depende de los sesgos ideológicos de un periodista o de un medio, si no los de cada individuo. Cada persona decide, con su actividad online transformada en datos que manejan redes neuronales, cuál es la realidad que consume, presentada y adaptada por algoritmos para que encajen dentro de su sistema de valores. Conformamos nuestra idea del mundo en base a las creencias con las que nos sentimos más cómodos.
El algoritmo de Twitter, o el de Facebook, sabe que es mucho más probable que hagamos retuit de un mensaje con el que estamos de acuerdo. Nos apropiamos del mensaje y lo amplificamos hacia nuestra propia burbuja de contactos próximos ideológicamente. No hay nadie que nos convenza: somos nosotros mismos quienes nos dejamos convencer por titulares que se han confeccionado pensando en nuestros gustos y no en reflejar la realidad.
“Nos dejamos convencer por titulares que se han confeccionado pensando en nuestros gustos y no en reflejar la realidad“
La perversión del mundo informativo basado en algoritmos va más allá. Los expertos neurocientíficos que trabajan para las nuevas plataformas digitales saben que vende mucho mejor un mensaje de odio polarizado que uno sosegado que evite posicionarse. No hay ninguna pretensión ideológica en los dirigentes de esas plataformas: el mensaje de odio puede ser indistintamente de izquierdas o de derechas. Pero sí que hay interés por el dinero, y un tipo de mensaje extremo ofrece mejores oportunidades de negocio que otro ponderado. El algoritmo se construye para optimizar el negocio y el resultado son redes sociales polarizadas con mensajes polarizantes donde el tono es el más elevado posible porque es el que vende más.
Según nos contaba Clara Pretus, “hay estudios que apuntan a que el uso de palabras morales y emocionales aumentan la probabilidad de que una publicación se comparta. Esto quiere decir que el uso de palabras como “enemigo”, “ataque”, "infame” genera una señal de alarma en nuestros cerebros primates porque nos dan una falsa sensación de certeza y una fuerte connotación de que algo está bien o está mal. Esto se ve recompensado, porque son publicaciones que tienen más clicks, lo que las sitúa como contenido destacado, amplificando aún más su visibilidad y generando aún más ingresos”.
““Hay estudios que apuntan a que el uso de palabras morales y emocionales aumentan la probabilidad de que una publicación se comparta [...] porque son publicaciones que tienen más clicks, [...] generando más ingresos.”“
Los ejemplos son constantes. Tal como recuerda la periodista experta en tecnología, Marta Peirano, el artículo de Zeynep Tufekci en el New York Times titulado “YouTube, el Gran Radicalizador” explica muy bien cómo los algoritmos de Youtube se aprovechan de esa tendencia de consumo que premia el contenido que nos da la razón. Cuanto más contundente sea, mejor. Tras un vídeo de cierta tendencia, YouTube recomienda o reproduce automáticamente otro que lleva esa tendencia un poco más hacia al extremo. Así, de manera sucesiva, va polarizando el mensaje.
“Videos about vegetarianism led to videos about veganism. Videos about jogging led to videos about running ultramarathons. It seems as if you are never “hard core” enough for YouTube’s recommendation algorithm. It promotes, recommends and disseminates videos in a manner that appears to constantly up the stakes. Given its billion or so users, YouTube may be one of the most powerful radicalizing instruments of the 21st century.”
No importan la veracidad o la precisión del contenido: lo que importa es el interés que genere. Después de las recientes elecciones de los Estados Unidos, Mark Zuckerberg aceptó que los algoritmos del News Feed de Facebook, la principal puerta de entrada informativa en la red social, dieran menos visibilidad a los medios más polarizados. El cambio venía a propuesta de los mismos trabajadores de Facebook, que ven a diario como las noticias falsas o desinformantes son las que se viralizan más, y más rápidamente.
No fue un cambio definitivo: según cuenta un artículo de los periodistas tecnológicos Kevin Roose, Mike Isaac y Sheera Frenkel, las tensiones entre los trabajadores que quieren una red social más sana que haga del mundo un lugar mejor y los ejecutivos que no permitirán que eso ponga en peligro el negocio son constantes. De momento, sigue ganando el dinero.
El cambio necesario
Una solución pasaría por regular las redes sociales y castigar la desinformación o el contenido polarizador, como apunta Clara Pretus: “los algoritmos de las redes sociales podrían cambiarse para destacar publicaciones con un tono más cauto y contrastado, o para ordenar el contenido cronológicamente, sin contenido destacado, como antes, pero esto no genera tantos ingresos”. Sin embargo, además de que el negocio no lo permitiría, el balance entre la libertad de expresión y un mundo informativo más ecuánime es muy delicado. Con las plataformas digitales rotas por sus objetivos de negocio, otra estrategia seria la de empezar una dieta informativa saludable, escoger bien las fuentes de información y limitar las más sesgadas:
Por eso, una vez más, la solución pasa por un compromiso individual. Ser intelectualmente humildes implica aceptar que todos vivimos igualmente afectados por, primero, sesgos informativos que se acentúan en las redes sociales y, segundo, sesgos ideológicos que conforman nuestra forma de pensar e inclinan nuestras decisiones. Aceptar nuestra fragilidad es solo el comienzo, aunque sería muy útil empezar a transmitirlo en entornos educativos y verlo puesto en práctica en espacios de debate político.
Tener una mirada crítica sobre la información también puede ser de gran ayuda, sin que ello nos lleve a la duda sistemática. Entre la sana duda que se traduzca en una insistencia en los hechos a la paranoia conspiranoica hay un trecho.
La humildad intelectual también es aceptar que una conclusión consensuada por una mayoría de expertos en su ámbito es mucho más creíble que nuestras propias ideas, que la publicación de un youtuber e, incluso, que la opinión díscola de una minoría especializada bien armada con opiniones pero completamente desprovista de hechos contrastables.
El método científico permite la duda y así es como se corrige a sí mismo, en todos los ámbitos en los que se aplica. Pero siempre basándose en datos comprobados y experimentos que se puedan replicar. Aplicar la humildad intelectual viene a ser poner en práctica un método científico en nuestros propios sesgos: ¿por qué creo lo que creo, en qué evidencias me baso y qué hechos me aporta la creencia contraria?
Escuchar opiniones contrarias y reevaluar las propias no solo revierte en una mejor convivencia, sino que nos ayuda a alejarnos de ideas erróneas y evitar decisiones basadas en la terquedad, o pereza, intelectuales. Tener la humildad y el coraje de abrir la mente a nuevas ideas y, quizás, descubrirnos en una creencia errónea, he aquí la auténtica fortaleza mental.
El episodio '¿Por qué votamos lo que votamos?'
Nuestro agradecimiento a la neurocientífica social Clara Pretus por sus aportaciones para este artículo que amplian su participación en el episodio '¿Por qué votamos lo que votamos?' emitido por La 2 de TVE el lunes 7 de diciembre.
Nuestras decisiones políticas están influenciadas por nuestros propios sesgos cognitivos, nuestras creencias y valores, y la manipulación a la que todos estamos expuestos a través de los mensajes políticos y la distribución en redes sociales de mensajes polarizadores. En el episodio de 'El cazador de cerebros' (cada lunes en La 2 a las 20 h) hablamos de estos disruptores racionales con el politólogo James Dennison, la neurocientífica social Clara Pretus, el psicólogo cognitivo Steven Pinker, el Profesor Ayudante Doctor Borja Paredes y el neurocientífico Jay Van Bavel.