Por qué 'Emily in Paris' es la serie de la que todo el mundo habla
- Emily in Paris, la nominada más polémica a mejor comedia en los Globos de Oro
- Estas son las claves de la hermana de Sexo en Nueva York, una ficción amable y glamurosa que hace malabares con clichés
- Qué opinan los franceses de los clichés de Emily in Paris
Emily in Paris, The Flight Attendant, Schitt’s Creek, The Great y Ted Lasso son algunas de las series que competirán el próximo 28 de febrero por el Globo de Oro a la mejor serie de comedia o musical. Y, de nuevo, todo el mundo está hablando de Emily in Paris: mientras series tan potentes e importantes como I May Destroy You han quedado fuera de la lista de nominaciones, esta serie ligera sobre una ingenua 'chica blanca' ha conseguido el reconocimiento que nadie se esperaba.
La nueva serie de Netflix ha sido, desde el principio, tan polémica como transparente con su receta: como Gossip Girl, The Bold Type o Sexo en Nueva York antes de ella, es un plato fácilmente reducible a sus tres ingredientes fundamentales: una ciudad glamurosa, un trabajo glamuroso y prendas de ropa llamativas —¡y glamurosas!— que envuelven una historia sencilla de crecimiento, amistad y amor. Y, aunque la exclusión de producciones más diversas e importantes en los premios es bastante preocupante (una de las guionistas de Emily in Paris ha mostrado su consternación por el "olvido" de I May Destroy You), lo cierto es que esta pequeña comedia también tiene sus virtudes.
Protagonizada por Lily Collins, que da vida a una diminuta y siempre optimista publicista especializada en redes sociales, la serie sigue las andanzas de esta ingenua americana en París. Y, aunque por su propia premisa camine por muchos lugares comunes, la nueva ficción de Darren Star (Beverly Hills, 90210, Melrose Place, Sexo en Nueva York) consigue replicar la experiencia de su protagonista: con buena disposición, con sentido del humor y sin vergüenza, es posible disfrutar de los chichés con ojos nuevos, como si los viviésemos por primera vez.
Los clichés, oh la la!
Después del estreno de Emily in Paris, los medios franceses se despertaron conmocionados. "Caricaturizan a los franceses como arrogantes, sucios, perezosos, mezquinos y amargados... pero afortunadamente llega una estadounidense a explicarnos cómo funciona la vida. Deplorable", escribía un crítico de la cadena RTL. "Al verla nos enteramos de que los franceses son todos malos, vagos, no llegan a tiempo a sus trabajos, no están apegados al concepto de lealtad, son sexistas y tienen una relación cuestionable con la higiene", declaraba otro del medio Premiere.
En realidad, su manejo consciente de los clichés de forma crítica y autocrítica es uno de los puntos fuertes de la serie, que se enfrenta a sí misma con una mirada más inteligente de lo que su premisa permitía deducir. Aunque los críticos comparan esta representación idealizada de París con la "perpetrada" por sus predecesoras modernas, como Gossip Girl o El diablo viste de Prada, ¿acaso el cine no ha glamurizado Francia durante décadas? Aunque Un americano en París, Cómo robar un millón o Atrapa un ladrón favorezcan de otra manera la autoestima francesa, la tradición clásica contribuía en mayor medida a convertir la ciudad en una foto de postal.
Emily in Paris, sin embargo, opta por integrarse en esta tradición de forma consciente. Desde el minuto en que presenta a su protagonista, que llega a su nuevo trabajo "para aportar el punto de vista americano", la serie confiesa con total honestidad otro buen puñado de defectos estadounidenses: la ignorancia respecto a otras culturas, la sobreconfianza en sus propias costumbres y un optimismo manufacturado que empieza a funcionar antes de que los demás se hayan terminado el café, poniéndolos de mal humor —¡con razón!— y haciéndolos sentir juzgados por esa "turista irritante".
Todos estos defectos terminan por ser suavizados y perdonados, claro, igual que los socarrones y altivos parisinos se desprenden de su coraza para ayudarla a navegar esta nueva situación laboral. Pero cuando una norteamericana recibe por correo cinco botes abiertos de mantequilla de cacahuete, prueba por primera vez una tortilla o se hace una foto con un petit pain au chocolat para subirla a su cuenta de Instagram y convertirse en infuencer, no se puede decir que el mensaje no sea claro: en esta serie, el chiste son ambos.
La moda, espectáculo y función narrativa
Patricia Field, la estilista de Sexo en Nueva York que consiguió que el mundo entero quisiese calzarse unos Manolos, es la responsable del vestuario de Emily in Paris. Y se ha enfrentado a la tarea de vestir a su protagonista con las referencias claras y el chocolate espeso: con llamativas chaquetas de colores, boinas enormes y pañuelos anudados al cuello, o disfrazada de Audrey Hepburn en eventos elegantes, Emily expresa, al tiempo, su encanto peculiar y su "provinciano" entusiasmo. En otro gesto de turista norteamericano, la publicista lleva colgado del bolso un llavero de la Torre Eiffel, y su descubrimiento por parte de un respetable diseñador le vale el mote de 'Le Plouc' ('la paleta'), que la joven termina por aceptar y apropiarse. Precisamente porque el cliché es visto como una horterada, parece decir la serie, para abrazarlo como una quiere también hay que ser valiente.
Un triángulo amoroso con las esquinas redondas
Dejando atrás el debate nacional y el sentido estético, lo que consigue que Emily in Paris resulte tan ligera como un suspiro es el conflicto principal de su protagonista, abordado con sorprendente naturalidad y sencillez. Además de hacerse respetar en el trabajo y convertirse en una it girl en las redes sociales, Emily se encuentra sin querer siendo el principal obstáculo de una relación amorosa: la de Gabriel, su guapísimo vecino y servicial chef, y Camille, una chica que conoció en una floristería y que inmediatamente queda definida como alguien bello por fuera y por dentro.
Aquí, la serie también va un poquito más allá del amanerado cliché: es de forma cuidadosa y tentativa como Emily navega estas dos relaciones, su atracción hacia Gabriel y su respeto por Camille; no hay grandes y fastuosos gestos románticos o trágicos, como en Gossip Girl, sino tres personas intentando, en una ciudad hermosa y siempre vacía para ellos —¿Es por el confinamiento? ¿A dónde se ha ido la gente en París?—, sentirse acompañados y hacer las cosas bien.
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