Conoce la historia de Alfonso Almazán, el último alfarero de Tajueco
- Su padre, Máximo se ha dedicado 70 años a la profesión
- "Antes íbamos andando, luego en burro y finalmente en tren"
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Serpentea la carretera secundaria. A ratos, entre el pinar, parece que no lleva a ninguna parte, pero al final del camino aparece el pueblo. El cartel es grande y amarillo y no guarda el secreto: Tajueco, cerámica tradicional.
La fama de los cacharros que se hacían aquí trascendía fronteras, ahora difuminadas por la despoblación. Este pueblo soriano de 36 vecinos en invierno llegó a tener cuarenta familias dedicadas a la alfarería, cuarenta familias produciendo artesanalmente pucheros, cazuelas, cántaros y botijos.
Hoy solo queda un vecino con alfar. Alfonso Almazán es el último alfarero de Tajueco: “Desde el año 1700 hay constancia de que aquí había producción alfarera”, asegura mientras hace girar la rueda. Sus manos untadas de arcilla preservan una sabiduría milenaria, adquirida de su padre, de su abuelo, de su tatarabuelo, de allí donde alcanza la memoria. “Mis hijas están aprendiendo a hacer algo, pero se dedican a otras cosas”, asevera, “así que podría ser el fin de la alfarería en Tajueco”.
Mueve rápidos las manos. Las desliza por el barro como quien acaricia con mucho amor. La rueda gira y gira en este taller que primero fue de su padre, en este mismo lugar con solera desde los años ’50. Todo conserva la pátina chocolateada de la memoria de barro de Tajueco. “Ya era difícil vivir de esto antes de la Covid, pero ahora ya…”
Puede que su padre, Máximo Almazán, no imaginara que a sus 93 años iba a contemplar semejante pandemia. Él, que ha vivido tanto. “Cuando yo era joven, salíamos a vender por los pueblos. De pronto con burros, luego con machos y después lo facturábamos en el tren”, recuerda Máximo. “Todos los sábados íbamos andando a El Burgo de Osma (Soria) para vender en el mercado. Volvíamos en el día… Me pasaba de todo”, cuenta, sin querer detallar mucho más. Solo él sabe qué encontraba en esos 24 kilómetros de dura andadura de camino a casa.
Los personajes
El paisaje
Los surcos rojos de la tierra que rodea Tajueco explican muchas cosas. La arcilla de la zona de Valdeosma es de alta calidad. “Aquí hemos venido a recogerla toda la vida. Ya lo hacían nuestros antepasados”, cuenta Alfonso, mientras cava en un claro del bosque. Su padre da la clave: “Aquí en Tajueco hay cuatro tipos de arcilla y todos son muy buenos. Por eso hay alfareros aquí desde hace tanto tiempo”. Especialmente para elaborar pucheros para el fuego. “Es una arcilla muy resistente al calor”.
Cuaderno de Rodaje
Hay reportajes de Atlas de lo pequeño que son una gran oportunidad. Entrevistar a Máximo y Alfonso Almazán es contribuir a preservar la memoria de Tajueco y descubrir tesoros que solo se encuentran en este pueblo. El botijo de campanario es un ejemplo de la tradición alfarera, una pieza única. “Se utilizaban en las fiestas. Su forma representa la espadaña de una iglesia”, explica Alfonso. Hoy es un botijo de coleccionista.