La memoria de Pedro El Molinero
- Viajamos hasta Guadalajara a conocer un molinero con una historia
- Mas de 200 años y es el único que mantiene la maquinaria de molienda intacta
En Galve de Sorbe (Guadalajara) hubo cuatro molinos. El de la Villa tiene más de 200 años y es el único que mantiene la maquinaria de molienda prácticamente intacta
A las 11 de la mañana, Pedro está en el bar del hostal de Galve de Sorbe departiendo con dos parroquianos. A sus 80 años está jubilado y no tiene prisa. Aquí el tiempo se mide en cafés o botellines de cerveza, según el caso.
Pedro fue camionero “por casualidad” durante muchos años así que, gracias a esa vida nómada, le ha tomado la medida al minutero. Se apellida Herrero, aunque en realidad fue el molinero de su pueblo hasta que se fue a hacer la mili, con 22 años. Ese pasado molinero se mide en fanegas.
Es hijo y nieto de molineros hasta donde alcanza la memoria. “Mi abuelo murió moliendo, así que por lo menos el edificio tiene 200 años”, cuenta frente al Molino de la Villa, el que dejó en herencia su madre, Patricia Abad. “Le encantaba moler. Y se cargaba las fanegas de trigo como ‘na’... Y comer comía también bien, ehhh. Me ha dejado buena herencia. Yo me lío a comer y soy capaz de comerme un cordero”, alardea entre risas sinceras.
Desde Galve al molino hay tres kilómetros de naturaleza agreste, propia de la Sierra Norte de Guadalajara. Los recorría a diario. “Una vez me trajo el burro solo, de frío que hacía, justo en este punto del camino”, recuerda conduciendo desde la comodidad de su viejo Citröen azul.
El molino es de piedra blanquecina y se alimenta del agua del río Sorbe, que da nombre al pueblo. Es el único, de los cuatro que tuvo Galve de Sorbe, que se mantiene tal cual, maquinaria incluida.
La puerta del molino chirría al entrar. No hay electricidad, así que el interior se ilumina solo con el haz de luz que se cuela por una rendija. La maquinaria sobrevive bajo una espesa capa de polvo. Pedro sube a la tolva con sorprendente agilidad, a pesar de que hace poco le han operado de una pierna. “Aquí se echaba el cereal. Luego bajaba a la canaleja poco a poco”, explica. La molienda comenzaba al tirar de una cadena, que pone en marcha el engranaje: “Al estirar de la cadena, el agua empieza a correr a todo gas. Pone en funcionamiento unas ruedas de hierro, que se llaman rodeznos, y que hacen girar las piedras enormes del molino”, explica con el agua corriendo por sus pies, en los bajos del molino.
“Aquí se molían tres fanegas al día. Trabajaba incluso de noche, iluminando el interior con teas”, rememora. ¿Era un trabajo duro? “Bueno, de chaval se llevaba bien”. Hace décadas que Pedro ya no muele, pero sigue teniendo el mismo sentido del humor. Como su madre, de intensos ojos azules, el que nace molinero se marcha molinero.
LOS PERSONAJES
EL PAISAJE
La Sierra Norte de Guadalajara es de una belleza áspera. Las montañas están tamizadas de blanco por la nieve tardía. Pastan las vacas. En los alrededores de Galve de Sorbe hay caballos asilvestrados. Los muros de piedra forman una cuadrícula de pastos verdes. Es un paraje idílico que te lleva al molino. El río Sorbe regala una ruidera de agua que corre a borbotones.
CUADERNO DE RODAJE
Hay reportajes que son una mezcla de paisaje y paisanaje. El del molino de Galve de Sorbe es de esos. El edificio conserva toda la solera, a pesar de sus 200 años. Pedro El Molinero es un personaje. Con toda su autenticidad, su manera de hablar, no necesitas más para contar una buena historia.