La increíble historia del molino del Tío Pacorro
- El ingenio de Albendiego (Guadalajara) fue el primer molino harinero de España, declarado industria en el año 1450
- Paco Ortega lo compró a principios del siglo XX por una cantidad de 5.000 pesetas
- Su hijo Pedro fue el último molinero en activo. Dedicó toda su vida a mantener este tesoro etnográfico
El camino junto al río Bornova todavía dibuja el acceso al molino de Albendiego (Guadalajara). Está aislado, agazapado bajo las rocas arrugadas de tal forma que abren un claro solo para albergar el precioso edificio de pizarra negra. Es un tesoro en medio de la nada. Ha resistido el embiste del tiempo durante más de cinco siglos. A la última molinera, Pilar Andrés, le gusta decir que es el molino más antiguo de España. “Es el primer molino harinero de nuestro país. En el año 1450 lo declararon industria”, asegura.
Cantidades industriales de cereal, desde luego, molieron aquí, tanto para fabricar harina para consumo humano como para alimentar a los animales de la Sierra del Alto Rey. “Para los cochinos algunos lo querían más fino. Para las vacas, a medio troncho”, dice Pilar utilizando una jerga de aquellos buenos tiempos en los que molían 100 fanegas (4.324 kilos) al día.
Pilar se hizo molinera al casarse con Pedro Ortega. El último molinero de Albendiego murió con 87 años. “Yo empecé a moler cuando tenía 12 años. A los 14 ya tenía que hacerme cargo del molino… Y hasta hoy”, lo contaba en 2008 en una entrevista rescatada del archivo de TVE. Pedro se sintió molinero hasta el final. “Si todo esto está así de bien conservado es por su tesón”, recuerda Pilar. Cuando Pedro se fue hace dos años, una forma de vida se marchó con él. El matrimonio trabajaba en el molino, pero también lo habitaban. “Aquí guardábamos los cochinos. Y en este otro lado, estaba el gamellón. Les poníamos agua y harina para comer”. Y a continuación señala el lugar, en la parte trasera del molino, donde tenían el huerto: “Recogíamos unos pimientos buenísimos”. Era una economía de supervivencia en un lugar aislado, aunque no se sentían solos: “Aquí venía mucha gente a moler. Primero venían andando o en caballerías. Luego se acercaban en tractores”, rememora.
La llave del portón de madera es de esas de hierro, con todo el peso de la historia. El interior, iluminado solo por la rendija de la puerta, es un mundo ya desaparecido. Todo está en su lugar, como hace décadas, como cuando su suegro, Paco Ortega, empezó con la saga de molineros en la familia. “Cuando murieron mis padres, teníamos unas tierrecillas, pocas, en Campisábalos (Guadalajara). Estuve viviendo allí con una hermana durante seis años. Pero yo quería un molino. Y me salió este”. Lo cuenta Paco, el Tío Pacorro, junto a su mujer Aquilina, en una entrevista a TVE (1991). Primero lo alquiló. Pagaban cinco pesetas diarias por su mantenimiento y explotación. Con esfuerzo, consiguieron ahorrar lo suficiente y compraron el molino a principios de siglo XX, por 5.000 pesetas.
Lo primero que hace Pilar al entrar es dar la luz, a través de un mecanismo que fabricó su marido en los años ’50. Es un transformador artesanal que funciona con la fuerza del agua. “Alzo la rasera y por medio de esta correa se produce la luz”. La bombilla se ilumina con un tono anaranjado y romántico. Nos permite ver con cierta claridad toda la maquinaria. “Esta es una limpiadora, para quitar las neguillas, la pajilla, los cantos… La maleza del trigo”. Es solo el principio de un largo proceso que acababa en la tolva, donde las enormes piedras de molino, una fija y otra móvil, hacían el trabajo de molienda.
A mano derecha, en el zaguán, hay una puerta que nos conduce a la cocina. “Yo aquí no estaba mucho. Me pasaba el día moliendo, moliendo, sin parar de moler, pero recuerdo encender la lumbre en la cocina baja para cuando llegaban con las caballerías, mojados todos por el trabajo del campo”. Pilar tuvo tres hijos. ¿Cómo era la vida con ellos en medio de la nada? “Estaban internados en Sigüenza (Guadalajara). A veces era incluso peor, porque no estaban conmigo y pensaba mucho en ellos”. La molienda no llegó a la tercera generación. A duras penas les permitió alcanzar la jubilación. “Los pueblos de alrededor se vaciaban. La gente se iba a las ciudades” y la demanda de aquella harina fina y Lartesanal del Molino del Tío Pacorro se acabó.
EL PAISAJE
La Sierra Norte de Guadalajara es de una belleza auténtica, a ratos áspera. El molino está situado en una zona deliciosa, surcada por el río Bornova y a unos cuantos kilómetros de Albendiego. Este pueblo, de apenas medio centenar de habitantes, es famoso por la iglesia románica de Santa Coloma.
LOS PERSONAJES
Pilar Andrés
Es la memoria viva de un molino que es un tesoro. Posee un conocimiento y un vocabulario relacionado con la molienda que, probablemente, se perderá con ella.
Pedro Ortega
Tuvo alma molinera hasta que murió, hace dos años. Vivió toda su vida en el molino y a él le dedicó un tesón que parecía salir del rodar interminable de las piedras de molino.
Paco Ortega, el Tío Pacorro
Tuvo claro desde joven que quería un molino y, con esfuerzo, consiguió comprar uno que es de los más antiguos de España.
CUADERNO DE RODAJE
En España Directo siempre decimos que de un reportaje sale otro. El molino del Tío Pacorro iba a formar parte de un reportaje sobre la iglesia de Santa Coloma de Albendiego, pero el edificio de pizarra negra es tan potente que merecía su propia historia. Además, el archivo de TVE guardaba las entrevistas de Pedro y Paco Ortega, un tesoro que nos permitió cerrar el círculo.