Castronuño, un paraíso ornitológico que mira al Duero
- La Reserva Natural Riberas de Castronuño acoge 190 especies, como la garza imperial
- Francisco Campos es anillador desde hace más de 20 años y conoce la reserva como la palma de su mano
- El río Duero proporciona las condiciones para que las aves migratorias hagan parada y fonda. Lo contamos en España Directo
La colza amarillea los pies de la iglesia de Santa María del Castillo. Es una atalaya, porque corona el balcón de Castronuño (Valladolid) que se asoma al Duero. Sus 833 vecinos viven de cara al río y toda la riqueza ambiental que genera. La Reserva Natural Riberas de Castronuño acoge casi 190 especies de aves. Es un paraíso ornitológico.
En casa de Enrique Seoane saben lo que es convivir con los pájaros. Tiene un pequeño tesoro en un farolillo de su terraza. “Un día llegó una pareja de golondrinas y con unas pajitas y un poco de barro construyeron este nido”. Lo muestra con orgullo. “Salgo menos a la terraza, para no estresarlas”. Las golondrinas ahora no están. Son huidizas y, a la menor presencia, salen volando.
En el patio de casa guarda unas cuantas cajas nido de madera. Pertenecen a la Asociación Asocastrona, que vela por el medio ambiente. Enrique las carga en la furgoneta y ponemos rumbo a la orilla del río, donde esperan varios miembros de la asociación. Milagros es también amante de la naturaleza: “Hacemos voluntariado de limpieza”, cuenta mientras coge una de las cajas nido que se van a colocar.
Para hacerlo necesitan una especie de alargador de más de dos metros. “Aquí pueden anidar, sobre todo, pájaros insectívoros como los petirrojos, jilgueros, algún gorrión quizá”, explica Fernando, otro miembro de la asociación. La casita queda colgada de un árbol en la paz a orillas del Duero.
El río parece un espejo. Se reflejan las nubes y se oye una banda sonora de pájaros incesante. “El Duero es nuestra seña de identidad. Marca todo el territorio y entorno a él se ha creado toda esta reserva, con especies en peligro de extinción como la garza imperial”, explica Seoane.
Para saber la población de pájaros que viene y va en su migración a África, se hacen periódicamente anillamientos. Francisco Campos es uno de los anilladores autorizados, desde hace más de 20 años. Hace ya un rato que han instalado las redes. “Se llaman redes de niebla, porque no se ven. Son de nylon, de hilo muy fino. Los pájaros no sufren”. Aquí las aves caen en buenas manos. “Este es un carricero común, una especie migradora”. Acaba de llegar de África. También ha caído en la red un mirlo. Su pelaje negro reluce al sol.
El anillamiento se realiza en una mesa sobre la que espera todo el utillaje. “Lo que conseguimos es averiguar el tiempo que vive, la distancia que recorre. La anilla es muy ligera, la va a conservar durante toda su vida. Es como un carnet de identidad. Cayó en la red un pájaro que habíamos anillado ocho años antes. Calculamos que, en ese tiempo, en sus viajes a África, había recorrido más de 43.000 kilómetros”, explica Francisco mientras coloca una anilla diminuta.
Para saber el tamaño se mide la longitud del ala: 68 milímetros. Para el peso se utiliza una balanza de precisión. Pesa 12 gramos, que salen volando en cuanto Francisco separa los dedos. Las que no se separan del nido instalado en lo alto del chopo seco son las cigüeñas. Protegen sus polluelos. Son las mismas que el año pasado y seguro que el año que viene vuelven.