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Atlas de lo pequeño

El zumbido incesante del colmenar de hornos del Tío Nicolás

  • Es una construcción de adobe y se mimetiza con el paisaje marciano de Almaluez
  • Las abejas construyen los panales en los hornos, a los que acceden a través de la piquera

En Romanillos de Medinaceli recuperan el colmenar de la Tía María, con más de 200 años. Te lo contamos en España Directo

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España Directo - Atlas de lo Pequeño: las colmenas del Tío Nicolás

El paisaje se retuerce a las afueras de Almaluez. Parece el far west, con la tierra anaranjada que resbala por la ladera como si fueran chorretones. Desde el cielo cuesta adivinar que aquí se esconde el colmenar de hornos del Tío Nicolás. Se mimetiza tanto con el paisaje que quien lo construyó, hace 80 años, aprovechó la ladera para encajarlo y puso un trillo como puerta.

Es un patrimonio etnográfico sorprendente, una cápsula del tiempo que recuerda que, por esta zona, “llegó a haber una veintena de colmenares”, explica Jaime De León. Ha desempolvado el traje de apicultor. Hacía 20 años que no ‘cataba’ la miel pero, como algunos vecinos de este pueblo soriano, tiene un pasado relacionado con las abejas. A los pies de la ladera, se enfunda la protección, careta incluida. “Hay que tener respeto a estos animales”. El zumbido en la puerta del trillo es ensordecedor. Impone. Cientos de abejas entran y salen por las piqueras, las mirillas que dan acceso a los hornos.

Las abejas del colmenar de hornos del Tío Nicolás
Las abejas del colmenar de hornos del Tío Nicolás

 Laura García Rojas

En el interior del colmenar, los hornos se alinean a varias alturas. Parecen nichos aunque cobijan mucha vida. Las abejas se han encargado obstinadamente de fabricar los panales colgados del techo. El humo del fuelle las amansa un poco y Jaime empieza a catar, a recolectar la miel. “Antaño se cataba en los meses de enero y febrero”, cuenta mientras la miel se desborda. Ahora las abejas, en su locura, chocan contra la careta. “Huelen el miedo”, dice. Y sus palabras no consuelan nada. Jaime estruja un trocito de panal y surge un hilo amarillento que dan ganas de probar.

El hilo de la memoria de Gregorio

Romanillos de Medinaceli tiene en invierno solo 23 vecinos. Gregorio Paredes, de 88 años, es la memoria viva del Colmenar de la Tía María. Todavía recuerda ir con ella a por la miel. De hecho, en la cámara de casa, donde antaño almacenaba el cereal, guarda el fuelle antiguo de la Tía María y de la careta que ella utilizaba para catar. “Utilizaba esta careta para que no nos picaran en los ojos. No había nada más que esto, solo telas de camisa”, explica.

Gregorio Paredes, a sus 88 años, es la memoria viva del Colmenar de la Tía María
Gregorio Paredes, a sus 88 años, es la memoria viva

 Laura García Rojas

El Colmenar de la Tía María, que “tendrá más de 200 años”, está a las afueras del pueblo, junto a los huertos que un par de hortelanos preparan para sembrar judías. Es de piedra rojiza, como la arquitectura típica de Romanillos, que también se mimetiza con el paisaje. Es muy peculiar, porque, además de colmenar, en la parte de arriba era palomar. “Al morir la Tía María, quedó abandonado durante años”, hasta que su hijo, Rafael Paredes, lo recuperó hace unos meses. Aquí solo uno de los hornos es hogar de abejas. “Se cuelgan ahí en el techo y hacen el panal”, describe. Están sorprendentemente tranquilas. Gregorio vuelve a colocar las tablillas, que forman la puerta del horno. Se quedan a oscuras. Solo un pequeño punto de luz entra por la piquera.