Nuevo Museo Helga de Alvear de Cáceres, un espacio privilegiado para la escultura
- Las características arquitectónicas del edifico permiten la presentación de obras escultóricas en sus más diversas manifestaciones formales y de escala, tanto en sala como en exteriores
- Próximamente se incorporará a la colección Síndrome de Guernica de Fernando Sánchez Castillo, actualmente expuesta en el marco de Cáceres Abierto 2021
Una visita al nuevo Museo Helga de Alvear en Cáceres impacta tanto por el espacio en sí como por el volumen y la calidad de las obras expuestas en esta primera presentación de la colección comisariada por José María Viñuela.
Llama la atención el carácter transversal de la selección, poco habitual en las colecciones privadas: aquí conviven la figuración y la abstracción, la poesía pura y el mensaje político, todas las disciplinas y corrientes de peso en el arte contemporáneo.
Pero lo que quizás más sorprenda es la imponente cantidad de obras escultóricas que han encontrado casa en este museo, gracias también a que cuenta con espacios en su exterior, que permiten que las obras luzcan de una manera difícil de conseguir en sala.
El visitante que se acerca desde la calle Camino Llano es recibido por un conjunto de obras dispuestas en un patio semiabierto, en el que se establece un diálogo sumamente poético entre trabajos tan diversos como Juntos (2001) de Franz West, Músicos (2012) de Atelier van Lieshout o Un día como este. Hecho de nada y nada más (2009) de Ugo Rondinone. El “árbol blanco” de Rondinone es probablemente la pieza más fotografiada junto a Luz descendente (2007), el impresionante candelabro rojo de Ai Weiwei, que recibe al público nada más entrar en la primera sala del museo y con el que el artista chino afincando en Reino Unido alude a la situación sociopolítica en su país natal.
En la instalación inmersiva Actividad de eco (2017), Olafur Eliasson reta al espectador a tomar conciencia de su posición en el espacio y a revisar su percepción de la realidad en base a las leyes de la óptica; unas leyes que también crean sorprendentes ilusiones y efectos estéticos en piezas como Blues de la Bahía (2018) de Larry Bell, uno de los pioneros de la escuela californiana que empezó a experimentar con la luz y el espacio en los años 60.
Frente a esta aproximación casi científica, la exploración de la pintura en relación a las superficies y el espacio llevada a cabo por Katharina Grosse resulta casi desenfrenada: ante instalaciones como Rocas falsas (2006), el espectador se siente irremediablemente catapultado a la infancia, cuando el mundo era menos gris y todo parecía muy grande.
Que la infancia es, a la vez, una etapa de máxima vulnerabilidad, y que los traumas sufridos en esos años decisivos nos acompañan durante el resto de nuestras vidas, ha sido tema central de los trabajos de Louise Bourgeois a lo largo de toda su trayectoria, como muestra el tardío grupo escultórico de diminutas figuras acostadas titulado La familia (2003).
Kimsooja representa el ciclo de la vida en Bottari, Oct.22 (2000), un hatillo hecho de colchas en referencia a la cama como el lugar donde se producen los momentos significativos de una vida. En el lado diametralmente opuesto de las posibilidades formales, materiales y comunicativas de la escultura, se encuentra la pieza Sin título (2016) de Doris Salcedo, una silla de madera totalmente inhabilitada por bloques de cemento armados con acero.
Conforme el visitante va adentrándose en la instalación Herramientas de Poder (2003) de Thomas Hirschhorn, lo que a primera vista se percibe como el típico taller de bricolaje se convierte en un gabinete de horrores, donde la violencia, nunca presente de forma explícita, es proyectada a partir de la acumulación serial de artefactos de opresión y tortura.
Pero mientras Hirschhorn aún cree en el arte como herramienta válida para la resistencia, Zhang Peili afirma que “después del incidente de Tiananmén, descubrimos que el arte no se podía utilizar para transformar la sociedad” en el texto que acompaña su videoinstalación Expandir Constantemente (2000), reflejo del furor que causó el chicle americano en China.
El visitante que, después de haber recorrido las cuatro plantas del museo con unas 150 obras de escultura, pintura, fotografía y video, se encamina hacia la calle Pizarro, se encontrará con más piezas escultóricas de Pello Irazu, Cristina Iglesias o Anthony Caro, entre otros. Helga de Alvear acaba de adquirir, además, Síndrome de Guernica (2012), escultura elaborada por Fernando Sánchez Castillo a partir del Azor, la embarcación de recreo de Francisco Franco, que el artistas compró en 2011 para convertirla en un prisma compactado.