'La utopía paralela. Ciudades soñadas en Cuba (1980-1993)' revisa la arquitectura utópica cubana crítica con el urbanismo oficial
- El recorrido comienza con el éxodo del Mariel (1980) y termina en 1993, año en que se legaliza el dólar en la isla y que anticipa la ‘crisis de los balseros’ un año después
- Incluye obras de Francisco Bedoya, Teresa Ayuso, Teresa Luis, Óscar García, Héctor Laguna, Antonio Eligio Tonel, Rafael Fornés, Juan Luis Morales y María Eugenia Fornés, entre otros
- ‘La utopía paralela. Ciudades soñadas en Cuba (1980-1993)’ puede visitarse en Es Baluard hasta el 26 de septiembre
Una de las exposiciones más interesantes sobre arquitectura que se pueden ver en este momento es sin duda La utopía paralela. Ciudades soñadas en Cuba (1980-1993), organizada por Es Baluard Museu d’Art Contemporani de Palma en coproducción con La Virreina Centre de la Imatge, con la colaboración especial del Archivo Cifo-Veigas de La Habana.
El proyecto ha sido comisariado por Iván de la Nuez y Atelier Morales y presenta un montaje ameno y exquisito, capaz de envolver al visitante en una experiencia enriquecedora que combina a partes iguales: emoción estética y rigor teórico.
El punto de partida de la muestra es acercarnos a una circunstancia que tuvo lugar en Cuba entre 1980 y 1993, un proyecto insólito y contradictorio: la creación de una arquitectura occidental sin mercado, la puesta en órbita de una utopía colectiva ignorada por el propio Estado socialista, la activación de un movimiento que empezó como crítica al urbanismo oficial.
‘La utopía paralela’ nos acerca a una arqueología que excava en varios proyectos concebidos por la generación de arquitectos nacidos con la Revolución y que explotaron intelectualmente en la década de los ochenta del siglo pasado. Esos años fueron percibidos por la arquitecta y escritora Emma Álvarez Tabío Albo como ‘década ciudadana’ de la Revolución; por el crítico Gerardo Mosquera como ‘década prodigiosa’, y esa generación, como ‘los hijos de la utopía’ (según el poeta Osvaldo Sánchez), ‘los hijos de Guillermo Tell’ (según el trovador Carlos Varela) o como la protagonista de una ‘cultura disonante’ (Iván de la Nuez).
Una muestra en ocho capítulos
La exposición se organiza en ocho capítulos: Ciudad Prólogo, Monumentos en presente, Una habitación en el mañana, Utopías instantáneas, Reconstruir el Malecón para romper el Muro, Guantánamo: última frontera de la guerra fría, La ciudad invisible y Luces de la ciudad.
El recorrido comienza con el éxodo del Mariel (1980) y termina en 1993, año en que se legaliza el dólar en la isla y que anticipa la ‘crisis de los balseros’ un año después. Entre uno y otro éxodo, se activa esta arquitectura crítica que, paradójicamente, solo hubiera podido existir dentro de un modelo socialista.
En palabras de Iván de la Nuez, se trata de “una utopía colectiva, crecida en las laderas de la utopía estatal, guiada por el empeño irrenunciable de convertir la arquitectura en ciudad. Y la ciudad, en ciudadanía”.
De entre los distintos apartados, destacaremos por su simbolismo: Reconstruir el Malecón para romper el Muro, en el que se aborda la fuerza del malecón como metáfora de muchas de las contradicciones de la isla. “Aunque es el portal incuestionable de La Habana, el Malecón es también la metáfora perfecta de cualquier litoral cubano. La más radical de sus fronteras y el más expeditivo de sus puentes. La barrera que separa del mundo y la primera atalaya que permite fantasear con este”, escriben los comisarios.
El malecón es asimismo la línea que enlaza tres barrios con personalidades arquitectónicas, económicas y humanas diferentes –Vedado, Centro Habana y Habana Vieja-, y es además, un reto urbanístico: que ese skyline sea más que un paisaje para ser visto desde lejos. Que sea capaz de recuperar la vida interior de La Habana y se convierta en el teatro de sus costumbres urbanas. Para este movimiento, “andar el malecón” significa darse un paseo por la historia, un libro abierto de citas y notas al pie a la historia de la ciudad.
En palabras de sus comisarios, el proyecto “no va de edificios concretos sino de sueños urbanos. De entender la ciudad como un toma y daca entre construir e imaginar, patrimonio y futurismo, arquitectura y escala humana. Estos proyectos se desentienden de la imagen estereotipada y repetida hasta el infinito de las ciudades cubanas –en particular La Habana Vieja– y se nos ofrece una expansión hasta pueblos tradicionales como Cojímar, desastres periféricos como Alamar o el impacto de la caída del Muro de Berlín en el Guantánamo de 1989”.