Enlaces accesibilidad
Recuerdos de infancia

Por qué el cine evoca tan bien los amores de nuestra infancia

Noticia Somos Cine

Por
Amores de infancia en 'Historia de nuestro cine'
Amores de infancia en 'Historia de nuestro cine'

Existe un primer beso universal y no se da con los labios. Ocurre así desde que el cine irrumpió en nuestras vidas y se apropió de todos los anhelos que tenían nuestras deseosas bocas. De los más románticos a los más lascivos, los torpes, los eróticos, los ingenuos o los mortales. Es muy difícil superar un beso de cine, especialmente en ese momento de la vida en el que aún no se ha dado ninguno.

Cuando somos niños o adolescentes, un gran beso de película tiene todas las papeletas de convertirse en nuestro "verdadero primer beso". Ese que no se da con la boca, sino con la imaginación. La conexión es inmediata cuando vemos en pantalla a protagonistas de carne y hueso, que tienen nuestra misma edad y muestran en pantalla eso que también pasa por nuestra cabeza y flota en nuestro estómago. Una experiencia que deja huella y que, muchas veces, cala a nivel generacional.

De entre las muchas películas que nos hablan de amores de infancia, Mi chica (1991), de Howard Zieff se lleva la palma. Con uno de los besos iniciáticos más memorables de las últimas décadas y un Macaulay angelical, Mi chica logra recrear un universo que escapa al tiempo. Inocente, puro y eterno. La cinta se convirtió en un clásico y en un referente de las historias de amor que tenían lugar en la infancia. Películas a las que siguieron otros títulos más actuales como Quiéreme si te atreves (2003), de Yann Samuell, Moonrise Kingdom (2012), de Wes Anderson o La vida de Adèle (2013). Fuera del cine y hablando de besos de infancia, aquí podríamos recordar el que Bea y Pancho se dieron en Verano azul, un cruce de labios que seguro que marcó a más de uno. Romances tempranos, interrumpidos o infinitos que de una forma u otra dejan huella en sus protagonistas y también en el espectador.

Yann Samuell, 2003

Yann Samuell, 2003 cropper

Historias azucaradas, pero tremendamente entrañables

Lo cierto es que películas de amores de infancia juegan con dos ingredientes muy potentes: nostalgia y romanticismo. Ya sea en plena adolescencia o casi veinte años después, cuando ya somos adultos, hay algo que se remueve por dentro cuando volvemos a ver aquellas películas que nos marcaron de niños. Es como recordar aquel primer beso. Incluso si son películas que no hemos visto antes, recuperar esas historias que hablan del chispazo de las primeras veces resulta irresistible.

El mismo año que se estrenaba Mi chica, el director alicantino Juan Luis Iborra decidió rodar en españa su propio romance de infancia con Tiempos de azúcar (1991). La película apela directamente a los recuerdos de niño de Iborra, que sitúa la trama en su Alicante natal y en diferentes localidades de la Marina Baixa, como Altea, Polop o Benidorm. Aquí, es el propio director el primero que sucumbe a su propia nostalgia, arrastrándonos con él a esta historia de un amor de infancia que crece eterno e imposible y en el que todos nos hemos visto enredados en alguna ocasión.

Fotograma 'Tiempos de azúcar' (2001), de Juan Luis Iborra

Fotograma 'Tiempos de azúcar' (2001), de Juan Luis Iborra cropper

Protagonizada por María Adánez, Carlos Fuentes y con la participación de Verónica Forqué, Tiempos de azúcar, que puede verse en el catálogo de Historia de nuestro cine nos cuenta el romance entre Miguel y Ángela. Un profundo amor que nace en la infancia, que perdura, pero que parece inalcanzable. Como si de una pequeña versión de El amor en tiempos del cólera se tratara, Ibarra entrelaza sus vidas en varias etapas en un "sí, pero no" que nunca termina de ocurrir y que convierte Alicante en su pequeño Macondo.

Amor, ¿qué fue real y qué ficción?

El cine ha utilizado siempre la mirada infantil para plasmar los anhelos adultos. Hay, en las cintas que hablan sobre la infancia, un deseo por interrogar al pasado, para descubrir que es lo que pervive de él en el presente. Es ahí donde cobran sentido los primeros amores.

En la película Me hace falta un bigote (1986), que también puede verse en la sesión doble de Historia de nuestro cine, su director, Manuel Summers, expone ante la cámara -en un interesante ejercicio cinematográfico en el que mezcla realidad y ficción- la recuperación de la memoria a través de la historia de un primer amor de infancia. Todo comienza en un plató de televisión, en un programa de Jesús Hermida en el que se va preguntando a los contertulios sobre el primer amor de infancia. Allí vemos el cameo de David Summers (cantante de Hombres G y padre del director), que confiesa en el programa que lo que le hacía falta de jovencito era un bigote para impresionar a las niñas.

Cartel 'Me hace falta un bigote' (1986), Manuel Summers

Cartel 'Me hace falta un bigote' (1986), Manuel Summers

Ese es el punto de partida de la película, la inspiración de los protagonistas Manuel y David para rodar un filme que evoque su infancia. Una metapelícula dentro de la propia película, en la que Manuel recrea en blanco y negro su historia de amor de juventud no correspondida con una chica que, en realidad, estaba enamorada del actor mexicano Jorge Negrete.

Al igual que ocurre con Tiempos de azúcar, la cinta es una mirada al mundo de los adultos con el escudo protector de los códigos de cuando eramos unos niños: esa falta de malicia y la potencia de aquelos amores primitivos. Algo a lo que, como espectadores, resulta muy difícil escapar. Siempre hay algo que se remueve por dentro cuando recuperamos un primer amor o nos evocan aquel "primer beso universal", que siempre sucede en el cine.