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Castrojeriz

El tendero que sirve al peregrino en un bazar de 150 años

  • Se llama 'El Peregrino' y lo regenta Amancio Yágüez, toda una institución del Camino en Castrojeriz
  • “Hace 30 años los peregrinos no estaban preparados: las botas rotas, los pies hechos triza… Hoy es más turístico que otra cosa”
  • Este pueblo cuenta también con el colmado de Lucía, que guarda objetos cotidianos ahora de coleccionista | España Directo

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España Directo - Atlas de lo pequeño: Visitamos Castrojeriz, el pueblo que lleva siglos acogiendo peregrinos

La carretera secundaria que lleva a Castrojeriz (880 habitantes, Burgos) es una línea recta. En un día cualquiera de octubre la disfrutan un puñado de peregrinos del Camino de Santiago, 400 en cifras prepandemia, la mitad ahora. En la Plaza Mayor se encuentran con un viejo bazar, escondido bajo los soportales desde hace más de un siglo. No hay cartel que lo anuncie, pero desde hace décadas se llama El Peregrino. Y es por algo.

El bazar de Amancio Yágüez es de los que no quedan. En los años 50 se llamaba Nuevos Almacenes, aunque todo aquí tiene mucha solera. “Mi familia empezó con el negocio hace 150 años. Lo abrió mi abuelo y pasó después a mi tío y a mi padre”. Amancio es la tercera generación. No llegará a la cuarta: “Se acabó”, dice con rotundidad. Con este hombre de 89 años que de momento no piensa en retirarse se acabará un modo de vida, esa manera tan suya de atender al público en el comercio rural.

A pesar de la edad, Amancio es un hombre lleno de energía, y de buena cabeza. Recuerda lo que los Nuevos Almacenes fueron: “Aquí se vendían piezas de tela, lienzos, sábanas. Y también ropa para vestirse”, cuenta en la trastienda del bazar, en la parte que fue mercería. Aquí y allá hay productos de ferretería y calzado. En septiembre, cuando se barruntaba el frío, “vendíamos unos 300 pares de botas de campo”, tira de buena memoria. No hace inventario ni utiliza ordenador. “Trabajo con la cabeza nada más. Sé dónde tengo las cosas. Cuando se me acaban, las pido y las repongo. De eso de internet, nada de nada. Lo único que tengo es este teléfono”. Y saca un terminal inalámbrico del bolsillo de la camisa. No tiene móvil.

Amancio Yágüez en su bazar

 Laura García Rojas

Un camino con fe

Hace 30 años, cuando vio el potencial del Camino de Santiago, decidió reorientar el negocio hacia el peregrino. “Es lo que vendo ahora”, cuenta con unas botas de trekking en la mano. “Yo he conocido el Camino cuando sólo venían tres peregrinos al año. Con el boom, abría a las siete de la mañana y a las 10 ya había hecho el día. Se vendía muchísimo, porque los peregrinos no venían preparados. Llegaban con las botas rotas, los pies hechos triza…”. Ahora el Camino es distinto. “No lo hacen con fe, es una cosa más turística”, asegura.

Entra una peregrina de Holanda. Do you have flip flop? Le traduce un amigo brasileño: “Necesita sandalias”. En realidad, busca chancletas de la talla 40 para sus pies doloridos. Luce una tirita en el dedo gordo del pie izquierdo. “Ah, perfecto”, dice ella en perfecto castellano al probárselas. Y se las lleva puestas. Al poco entra otra peregrina, alemana esta vez. Y se esfuerza en pedir unos sellos en español. ¿Cuántos quieres?, le pregunta Amancio. “Tres para Alemania y uno para España”. ¿Qué tal la experiencia del Camino? “Muy bien. Me encanta España, la gente, la comida es deliciosa, los paisajes… Very lovely”. Y se marcha encantada con sus sellos.

Y El Elefante entró en el colmado

Lucía Pérez del Olmo está acodada detrás del mostrador. Empezó con 15 años y a sus 80 años sigue al frente de una tiendecita con solera que ocupa el lugar de una antigua fábrica de gaseosas familiar. “Mi abuela también tuvo una tienda a los pies del castillo”, recuerda. Aquel colmado que hoy sería centenario dejó su huella en este pequeño local de la calle Real de Poniente. Abre una cajonera de madera antigua, de su abuela, y aparecen varias cajas de cartón amarillentas, ajadas ya. En el interior hay agujas para hacer ganchillo. “Durante la pandemia he vendido muchas”, asegura. Parecen una reliquia.

Lucía Pérez del Olmo, en Castrojeriz

 Laura García Rojas

Lucía, ‘La Luci’, es otra institución en Castrojeriz. Su tienda, también. Sobre un aparador centenario, guarda toda la solera de un puñado de rollos de papel higiénico El Elefante, de aquellos que se popularizaron en los años ’50 y que no se recuerdan, precisamente, por su suavidad. “Estos rollos tendrán unos 70 años, lo mismo que la tienda”.

Un cartel de breakfast escrito a mano preside el colmado. El desayuno es café de máquina por 50 céntimos. “Con la pandemia, no pasan muchos peregrinos ahora”, cuenta. “Me manejo mejor en francés, porque lo tengo todo bien apuntado”. Se sabe de memoria la palabra pomme. Hoy no tiene manzanas pero sí una caja llena de patatas que nos sirve para poner a prueba un peso centenario, el que estuvo en la tienda de su abuela. ¿Hay relevo generacional? “Mi hijo sí quiere seguir con el negocio”. Con suerte esta vez será el bisnieto quien continúe la saga de tenderos.

Lucía Pérez del Olmo, en Castrojeriz

 Laura García Rojas