Eduardo VIII del Reino Unido, el primer rey que abdicó por amor
- El príncipe Eduardo protagoniza el primer capítulo de Los Windsor. En las entrañas de la dinastía real
- Fue el rey británico que quiso una vida norteamericana y lo dejó todo por su amante, Wallis Simpson
- Su historia precedió la de Harry y Meghany fue todo un escándalo: te lo contamos
Cuando apenas existían precedentes de renuncia al trono y mucho menos por razón de sentimentalismo, el rey Eduardo VIII abdicaba para perseguir a su amante, Wallis Simpson, que se había escapado al sur de Francia para huir de las presiones de la corte. Era 12 de diciembre de 1936 y el joven monarca llevaba 300 días en su cargo. Sus modales eran los de una estrella de Hollywood y su deseo era cumplir el ideal de estilo de vida norteamericano. Lo que hizo el tío de la reina Isabel II fue considerado por su pueblo como toda una traición: se marchó y se casó con una mujer, dos veces divorciada, cuya compañía le importaba más que el deber. Permanecieron juntos hasta su muerte.
El primer episodio de Los Windsor. En las entrañas de la dinastía real se centra en la figura del príncipe Eduardo, precursor de Meghan y Harry en el romanticismo y en el escándalo: desde su juventud sometido a la tiranía del padre, Jorge V, hasta su ascenso como el embajador más popular del imperio británico. Un hombre que primero se enamoró de Estados Unidos y, después, se enamoró de una mujer.
El príncipe que no quería ser como su padre
El príncipe Eduardo era hijo de Jorge V, el abuelo de la reina Isabel II. El rey era un hombre estricto que tenía reglas y castigos para todo. Emparentado con varios monarcas europeos, era primo del zar Nicolás II. Se querían y se parecían muchísimo, y sin embargo prefirió verlo morir a manos de la revolución bolchevique que poner en peligro la estabilidad de su imperio dándole asilo político. Tal era el temperamento despiadado del padre al que Eduardo no quería parecerse: cuando se convirtió en Príncipe de Gales, con tan solo 15 años, llevaba un traje medieval que él odiaba profundamente y miraba su futuro con horror.
Con el estallido de la primera guerra mundial en 1914, el príncipe Eduardo ve la oportunidad de escapar del asfixiante ambiente del castillo de Windsor. Su padre le prohibe luchar y poner en peligro su vida, pero el hijo desobedece: en 1917, desafía las órdenes del rey, escapa de sus escoltas, roba una motocicleta y se va al frente como oficial del ejército británico. La guerra le costaría muy cara a la imagen pública de su padre, cuestionado por todo el imperio, pero él sale de ella fortalecido. Conecta con la gente, hace las cosas de manera diferente y le preocupan de verdad las condiciones de vida de su pueblo.
Así que, cuando surgen rebeliones en lugares como Egipto, Irlanda o la India, el rey Jorge V trata de utilizar la popularidad de su hijo: lo envía a Canadá en una visita de estricta etiqueta y con mucha pompa, pero él la revienta nada más llegar. La antítesis de sus padres, correctos y estirados, lo primero que hace Eduardo es despedir al organizador de la visita. Adpota un estilo informal y convoca recepciones multitudinarias en las que estrecha tantas manos que se lastimó la derecha y tuvo que saludar con la izquierda.
Una estrella de Hollywood en la era del jazz
Se dice que JFK fue el único "príncipe" norteamericano, pero tal vez sea ese el título que le corresponde a Eduardo. Cuando sus viajes oficiales lo llevaron a Estados Unidos, este príncipe atractivo y simpático se enamora del estilo de vida de la libre y democrática norteamérica. Lejos de las constricciones del palacio de Windsor y la tradición monárquica, se desmelena: compra un rancho de ganado en el que sueña vivir su retiro, frecuenta diferentes fiestas y se convierte en una suerte de príncipe de la era del jazz, que es como lo apodan los medios. Los felices años 20 le dan la bienvenida con los brazos abiertos y se convierte en el equivalente británico a una estrella de Hollywood. Todo lo que se ponía se acababa poniendo de moda y su enfoque vuelve loco a su padre, de la opinión de que Eduardo estrechaba demasiadas manos y vestía ropa equivocada.
El príncipe se une en 1924 a un selecto grupo de la alta sociedad de Long Island y pasa tres semanas dándose a la gran vida. Inicia una apasionada aventura con Pinna Nesbit Cruger, una estrella millonaria del cine mudo de Hollywood, y su experiencia es transformadora. Para él en Estados Unidos cualquier cosa es posible.
Estaba solo, y entonces llegó ella
Cuando vuelve a Inglaterra, Eduardo sale a la calle, toma contacto con la gente corriente, comprueba sus condiciones de trabajo y ve lo que afecta la crisis económica a su pueblo. El ciudadano se encuentra entonces con alguien dispuesto a hablar con él y se gana, así, el cariño de sus súbditos. Algo que para los historiadores ayudaría a hacer la vista gorda cuando, más adelante y después de la segunda guerra mundial, se hablase de sus simpatías con los nazis "Se había inmiscuido, durante su corto reinado, en algún que otro problema social y eso le dio una buena imagen ante las clases bajas".
En aquel entonces, Eduardo critica las terribles condiciones de vida y de vivienda y escandaliza al gobierno: la política es una línea que su padre se negaba a traspasar, la monarquía debía quedarse al margen de la política, y él sin embargo se salta las reglas. "Cuando yo muera, mi hijo se echará a perder en doce meses" dice Jorge V por aquel entonces.
Conforme se va a cercando a los 40 años, y tras el matrimonio de su hermano Bertie, que le sucedería en el trono bajo el nombre de Jorge VI, el príncipe se siente cada vez más solo. Entonces conoce a la mujer que provocará la gran crisis en la monarquía: en la primavera de 1934, en una fiesta en el hotel Dorchester de Londres, Eduardo conoce a Wallis Simpson, una norteamericana divorciada y casada en segundas nupcias con Ernest Simpson, miembro de la alta sociedad de Baltimore.
Ella derrocha encanto, viste con suma elegancia, escucha con atención y opina sobre asuntos sociales y de estado. "Wallice, eres la primera mujer que muestra interés por mi trabajo", le diría entonces él. Bajo la inmensa seguridad que proyecta, lo que existe realmente es un hombre que duda de sí mismo y valora más que nada a esta mujer que, en lugar del servilismo adulador, le responde con carácter y se preocupa de verdad por los asuntos de los que conversan. Él se enamora perdidamente de ella.
El príncipe lleva a su casa a una mujer divorciada
Eduardo y Wallis se convierten en amantes secretos en su residencia de Fort Belvedere, donde el príncipe bebe cócteles, escucha discos en el gramófono y da rienda suelta a su verdadera personalidad, la que existe fuera de Windsor. Pero ella, enérgica, brillante y diferente, presenta muchos problemas: está casada y, lo que es aún peor, divorciada, algo por lo que carece por completo de estatus. Los divorciados tienen vetado el acceso a la corte y no pueden reunirse con la familia real.
Y, no obstante, él quiere que Wallis lo acompañe a la boda de su hermano menor y conozca a su padre. Su familia queda horrorizada, Jorge V estalla de rabia y expulsa a Wallis de casa, y la acalorada discusión entre padre e hijo nunca se consolida en la toma de ninguna medida radical: la salud del rey empeora gravemente y en cuestión de días, Eduardo se convertirá en rey. En enero de 1936 el monarca muere de una insuficiencia cardiaca y dos días después se celebra una ceremonia en St. James: Inglaterra recibe al rey Eduardo VIII.
La crisis en su relación con Wallis
Su padre acababa de morir, pero el rey Eduardo VIII se sentía liberado: en su ausencia, podía ignorar la solemnidad de su papel como rey y hacer lo que verdaderamente deseaba hacer. Planea comidas, cenas y fines de semana, compra regalos para Wallis, se comporta como un playboy y descuida por completo sus deberes oficiales. No reúne a los ministros, no supervisa los asuntos de estado, no firma leyes, pero fleta un yate de recreo y se deja fotografiar con el torso descubierto.
Para el público internacional, hasta entonces discreto y respetuoso con su relación, el rey comienza a ser desvergonzado. Se especula en la prensa norteamericana sobre si se casarán o no, su relación se conoce en todo el mundo... pero en el Reino Unido se censura. Un pacto entre caballeros dicta que el affair entre el rey y esta mujer casada quede fuera de la prensa británica. Sin embargo, ella no soporta la presión mediática de los diarios estadounidenses. Odia haberse convertido en persona pública y le dice al rey que tienen que poner fin a su relación. Se marcha y él la amenaza: dice que la va a buscar por todas partes y que, si no la encuentra, se quitará la vida.
Renuncia al trono por amor
Wallis y Ernest Simpson deciden, después de todo este tiempo, poner fin a su matrimono. El divorcio significa vía libre para Eduardo, aunque las cosas no son tan sencillas: la familia real se opone a su boda con una mujer divorciada, y los ministros amenazan con dimitir si insiste en seguir adelante con el enlace. El rey lleva nueve meses en el trono y él tiene una elección que hacer: o ser rey o casarse con la señora Simpson.
En aquella época, no había ningún precedente de abdicación. Pero cuando al prensa rompe el pacto de caballeros y publica la historia de su romance con Wallis, ella se convierte en la persona más impopular de Inglaterra. Aunque parte del público ve en lo sucedido una gran historia de amor, la mujer que amenaza con llevarse al rey recibe las amenazas del pueblo. Le lanzan piedras a través de las ventanas y ella, asustada, huye al sur de Francia, dejando a Eduardo desolado. Ocho días después, se dirige a la nación con una respuesta.
"Hasta ahora, constitucionalmente no me ha sido posible hablar. Hace unas horas cumplí con mi último deber como rey y emperador. Deben creerme cuando les digo que me ha sido imposible llevar la pesada carga de la responsabilidad y cumplir con mis deberes como rey como me hubiera gustado hacer sin la ayuda y el apoyo de la mujer que amo".
El rey tuvo que permanecer alejado de Wallis hasta que no hubiera peligro de comprometer su divorcio. La pareja se reunió en el castillo de Candé, en Monts, Francia, el 4 de mayo de 1937. Un mes más tarde, el 3 de junio de 1937, Wallis y Eduardo se casaron en el castillo de Candé, propiedad de un colaboracionista nazi, en el que habría sido el 72 cumpleaños del rey Jorge V: para la reina María, la fecha fue elegida como un ataque deliberado a la memoria de su padre. Ningún miembro de la familia real británica acudió al enlace. Y aún les quedaban polémicas por desatar.