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José Sacristán también pasó hambre: "Me comía el atrezo"

  • José Sacristán se sincera sobre sus años más pobres antes de poder vivir del espectáculo
  • Rascó de donde pudo y buscó otros trabajos: "A mí me salvó el Círculo de Lectores"
  • Durante mucho tiempo, su padre rechazó que quisiese ser artista

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José Sacristán habla con Carlos del Amor en 'La matemática del espejo'
José Sacristán habla con Carlos del Amor en 'La matemática del espejo'

"En el año 1964 yo me comía las cosas de atrezo de la compañía Lope de Vega: el pollo de Calígula, las uvas de la parra de El Sombrero de Tres Picos", confiesa José Sacristán en La matemática del espejo. Vivió grandes carencias antes de que el mundo del espectáculo pusiese 'el filete' en la mesa, como le cuenta en el programa a Carlos del Amor, y mientras tanto él rascó dinero y alimento de donde pudo.

"Al actor le ponían un trozo de pollo, hacía que se lo comía y lo dejaba ahí. Y yo en el oscuro trincaba el pollo y era mi cena. Me comía el atrezo. En El caballero de las espuelas de oro, Góngora y Quevedo se peleaban con un trozo de pan y una empanada y yo la trincaba. Duró unos meses, eso fue duro".

"Había pasado más hambre que un ciego"

El actor tuvo que compaginar la profesión con otros trabajos para conseguir dinero, como por ejemplo el Círculo de Lectores, donde trabajó como representante vendiendo libros de puerta en puerta. "Pero precisamente en Mérida haciendo siete papeles en Julio Cesar por 30 duros, que ya estaba a punto de abandonar, José María Morera, que en paz descanse, me manda un emisario para decirme que lo primero que montara en Madrid me iba a llamar".

En el año 1965, por fin, podía decir que trabajaba de lo suyo. "La gira con La tetera de Mihura yo la hice para ponerme ciego de comer en los sitios donde había pasado más hambre que un ciego: nace mi hija, la mayor, y empiezan a aparecer las primeras películas de Mariano Ozores, Sáenz de Heredia... empiezo a notar que se empieza a afianzar la cosa y aquí seguimos".

En busca de la dignidad del oficio actoral

El ajo tiene mucha presencia en el último programa de La matemática del espejo porque representa la infancia y las enseñanzas que recibió José Sacristán. "El ajo es todo un símbolo de la lucha por labrar la tierra y luego vender el fruto. Mi padre, el Benancio, lógicamente quería que yo fuera un hombre de provecho, no un señor que hace películas. Entender que lo de sembrar la tierra, labrarla y recoger sus frutos es mucho más noble que ir por ahí contando chistes".

"Cuando hubo una confirmación de que yo podía ganarme la vida con esto... mi padre nunca me preguntó cuánto ganaba, pero cuando el Benancio aceptó que esto de hacer películas no era tan indigno me preguntaba: a cuánto has vendido los ajos este año. Ese era el termómetro de mi éxito".

¿Está satisfecho José Sacristán?

José Sacristán siente que ha tenido suerte. "Los ajos se han vendido bien, siempre ha habido una armonía o he pretenido tenerla, ha habido un equilibrio cordial entre yo quería que fuera esto y lo que ha sido".

Por eso, agradece cada momento que le ha brindado esta profesión. "Tengo igual cariño, igual respeto por todas y cada una de mis películas porque todas están impregnadas por la voluntad del crío de Chinchón que un día vio una película en el cine de su pueblo".

"Y tengo el agradecimiento inmenso a todas las personas que un día creyeron en mí. Me permitieron algo fundamental: demostrarle a mi padre que yo podía ganarme la vida con esto (...) Igual hay que volver a los ajos, hay que decir puñeta, en mi carnet pone artiste de cine. Soy artista de cine y de teatro y de televisión".