¿Eres de Astérix o de Tintín?
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¿Por qué algunos cómics se convierten en clásicos y otros no? El talento es un factor innegable, pero a veces el azar juega un papel importante. Uno se llena de melancolía al pensar en la cantidad de autores magníficos sepultados por el olvido del tiempo. Los personajes de hoy, sin embargo, disfrutan de mejor salud que nunca.
Uno de los primeros recuerdos de la infancia lectora de muchos niños es un álbum de Astérix o de Tintín. En la cama un sábado temprano, una noche con la linterna bajo las sábanas, en Navidad, en la biblioteca. Durante la infancia pocas cosas son permanentes; cambiamos de escuela, de amigos, de gustos, de casa. Pero Uderzo y Hergé siguen en nuestras vidas como unos tíos lejanos, cool y exóticos, que traen regalos interesantes cada vez que nos visitan.
Tintín es el reportero que —acompañado por su perro Milú y una serie de secundarios magníficos— recorre todo el mundo, incluso la luna. Envidiamos su vida aventurera, su amistad con Chang, con el capitán Haddock. ¡Y qué portadas…! En el Tíbet, Escocia, Estados Unidos, Egipto, Perú, la Unión Soviética, Congo. A veces con un trasfondo político: la Guerra del Chaco (La oreja rota), el Anschluss (El cetro de Ottokar), la Guerra Fría (El asunto Tornasol) o las guerrillas sudamericanas (Tintín y los Pícaros). Con los años, algunas historias que nos encantaban nos parecen algo infantiles, y redescubrimos álbumes como Las joyas de la Castafiore, casi un sainete donde no pasa nada y pasa todo. Pero lo que más nos sigue atrayendo de Tintín es el hilo conductor de todos los volúmenes: la amistad, la lealtad, la aventura y el honor. Con la edad, podría añadir una cosa más: la familiaridad. Es el tipo de libros que queremos que nuestros hijos hereden y lean.
Y qué decir de Astérix y Obélix, un cómic tan genial al que le perdonamos incluso la inexactitud más flagrante de todas: la guerra de las Galias fue increíblemente violenta y, sin embargo, lo peor que le ocurre a un romano es quedar enredado en la rama de un árbol con un ojo morado y las estrellas girando alrededor de la cabeza. La Galia de Goscinny y Uderzo es una tierra de inocencia jovial.
Sin el ingenio de Goscinny los guiones jamás hubieran sido tan brillantes, pero el espíritu de nuestros galos es el de Uderzo. El reto era representar la época de Julio César de una manera fiel a la historia, pero borrando la brutalidad. Uderzo, que era daltónico, prefería la línea clara a cualquier matiz, y eso le permitió redefinir la antigüedad en sus propios términos. Había vivido la ocupación nazi de Francia, y dibujó el antídoto más brillante contra la pesadilla de Vichy. Un pueblo que resiste, y donde al final de cada aventura hay un festín con muchos jabalíes en bandejas y Asurancetúrix desafinando como un bellaco.
La hoz de oro, Astérix y los godos, El escudo arverno, La cizaña, Los laureles del César, El adivino, Astérix en Bélgica… El legado de dos artistas que con sus dibujos hicieron soñar a los niños con una poción mágica omnipotente, y que forman parte de nuestras vidas desde hace sesenta años.