El Barracón 66 del campo nazi donde encontraron a mil niños vivos
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Este jueves 27 de enero habrá ceremonias en recuerdo de los fallecidos en los campos de exterminio nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Podríamos recordar millones de historias como la del Barracón 66, en Buchenwald.
Esclavos en canteras y fábricas
Buchenwald fue uno de los mayores campos de concentración y exterminio de los 40.000 diseminados por toda Europa durante la época del poder nazi. Se encuentra a solo un cuarto de hora en coche de Weimar, la ciudad del gran pasado histórico y cultural de Alemania, en el centro del país,
Fue construido en 1937 como centro de trabajo esclavo en las canteras y en las instalaciones de fabricación de munición de guerra. Un tren directo llevaba las municiones ya terminadas a los depósitos del ejército.
El Barracón 66 es donde malvivían, sucios y desnutridos, los niños del campo. Como no eran útiles para trabajar, los nazis les enviaban directamente a las cámaras de gas, a Auschwitz o a Bergen-Belsen. Pero algunas circunstancias favorecieron que fueran llegando cada vez más menores a Buchenwald.
En una primera etapa, los niños estaban escondidos en otras zonas, pero como demuestran los documentos incautados que los nazis no lograron destruir, en diciembre de 1944 había más de 23.000 personas encerradas en el campo de menos de 20 años. El más pequeño, un niñó polaco, tenía tres años.
En 1944, el ejército alemán empezó a replegarse con la ambición de cambiar el rumbo de la guerra a su favor. Sin tiempo para exterminar a los prisioneros ante el avance aliado y con la esperanza de que fueran mano de obra en un futuro o usados en sus terribles experimentos, desplazaron a miles de deportados hacia el centro de Alemania. Fue así como en febrero de 1945, tres meses antes del fin, Buchenwald se convirtió en el destino de miles de personas, algunos llegados desde Auschwitz, que todavía seguían con vida soportando el hambre, el frio y el dolor.
Cantar y recordar cuentos en voz baja
Antonin Kalina (1902-1990) era el hijo del zapatero de Třebíč, una localidad al sureste de Praga, en la República Checa. Lps nazionalsocialistas lo habían detenido y encerrado en Buchenwald por sus ideas comunistas. Kalina y otros prisineros políticos se dieron cuenta de que cada vez había más niños el campo y se las arreglaron para convercer a los SS para crear un barracón específico para los niños.
Rodeado por alambre de espinos, el Barracón 66 estaba en una esquina del campo, lo más lejos posible de los vigilantes. Kalina fue elegido responsable del bloque. Los ancianos y rabinos susurraban a los niños antiguas canciones en yiddish, la lengua de los judíos alemanes, les contaban historias y cuentos. Todo el que podía les daba algo de comida, alguna prenda de abrigo. Pero la mayoría de los chiquillos enfermaron y los que sobrevivieron llevarían consigo un gran trauma físico y psicológico.
Para salvarles la vida, Antonin Kalina incluso les cambió los nombres y les proporcionó ropa que no fuera la tradicional de los judíos. Así, cuando los vigilantes iban a buscar a jovencitos o niños para sus crueles experimentos médicos, Kalima podía responder que allí no había nadie con ese nombre. Este hombre tan valiente y sus compañeros habrían pogado con la vida o con días de torturas si les hubieran descubierto.
El 11 de abril de 1945
Eran las tres y cuarto de la tarde del 11 de abril de 1945 cuando las tropas de la sexta división de blindados de los Estados Unidos llegaron al campo de Buchenwald. Encontraron a 21.000 personas todavía con vida y entre ellas a 904 niños.
Immediatamente les ofrecieron lo poco que llevaban y montaron una infraestructura para facilitarles mantas, agua caliente, atención médica y comida. Algunos estaban tan enfermos que no podían ni digerir la comida y seguían muriendo. En Buchenwald morían personas cada día por enfermedades, desnutrición, agotamiento, palizas y ejecuciones. Allí padecieron más de 240.000 personas, -entre las cuales 380 republicanos españoles-, 10.000 fueron enviados a campos de exetrminio y murieron unas 50.000.
Si bien ese el campo se dedicó desde el principio a prisioneros políticos y al trabajo forzado y no se instalaron cámaras de gas hasta sus últimos tiempos, la mayoría de los mil niños rescatados eran judíos de Polonia, Eslovenia, Hungría o de las zonas que actualmente son parte de Ucrania o Bielorusia.
¿Qué pasó con ellos? Tras los primeros auxilios, se ocuparon de los niños de Buchenwald los capellanes del ejército norteamericano y los rabinos. Se pusieron en contacto con La OSE, oficina de de ayuda a la infancia en sus siglas en francés, con sede en Ginebra, Suiza. Así, lograron enviar a 427 de los niños a Francia, 280 a Suiza y 250 a Inglaterra.
Como no tenían ropa para ellos, les dieron uniformes de las Juventudes Hitlerianas. Al pasar por Francia, la gente creía que eran alemanes y tuvieron que pintar 'huérfanos de Buchenwald' en los vagones para evitar altercados. A un grupo lo ingresaron en un hogar en Ecouis, en la Alta Normadía. Las camas eran demasiado pequeñas, porque esperaban a niños pequeños y ¡algunos habían cumplido ya 13 años!
Algunos se quedaron solo dos o cuatro meses. La OSE hizo todo lo posible para encontrar a sus familias y lo lograron en la mitad de los casos. Los que primero se marcharon fueron 173 menores que tenían familia familia en palestina. Partieron del puerto de Marsella rumbo a su nuevo hogar en un buque inglés, el RMS Mataroa. Los huérfanos mayores fueron a albergues para estudiantes en París donde pudieron aprender un oficio y trabajar.