Misterio y maravilla: Venecia y los escritores que se enamoraron de ella
- Página Dos selecciona algunas de las mejores lecturas sobre la ciudad
- Hemingway, Highsmith, Jan Morris, Thomas Mann, Brodsky… Los autores que vivieron allí y los que solo estuvieron de paso
- Los gatos, las góndolas, los suelos de mármol, las palomas en las cornisas barrocas, Wagner, el olor a humedad. Brodsky dijo que Venecia era «como Greta Garbo nadando»
Un solo nombre de ciudad basta para evocar cientos de representaciones que ya forman parte del imaginario cultural de la humanidad: Venecia. Ese rincón del mundo no se parece a ningún otro, y ha llamado la atención de los escritores desde su fundación.
Entre las lecturas imprescindibles sobre la ciudad flotante aparecen El mercader de Venecia, de Shakespeare, Muerte en Venecia de Thomas Mann, Don’t look now de Daphne du Maurier, The Aspern Papers de Henry James, Al otro lado del río y entre los árboles de Hemingway, Ciudades invisibles de Italo Calvino o Las alas de la paloma, de Henry James.
En Marca de agua (Siruela), Joseph Brodsky explica en capítulos breves sus visitas anuales a Venecia, con reflexiones sobre la relación entre el agua y la tierra, la luz y la oscuridad, el tiempo presente y el pasado, el deseo y su satisfacción, la vida y la muerte. Estampas poéticas que entrelaza con recuerdos personales vividos en esta ciudad de agua, agua que «la golpea y la rompe en pedazos, aunque al final la recoja y la lleve consigo hasta depositarla, intacta, en el Adriático.» Brodksy llamó a Venecia «la mayor obra de arte que ha producido nuestra especie» y no la visitó nunca en verano, porque «las hordas en pantalón corto me atacan los nervios, entre otras cosas por la inferioridad de su anatomía frente a la de las columnas, pilares y estatuas.»
Venecia agoniza
En Si Venecia muere (Turner), Salvatore Settis explica que una ciudad muere de tres maneras: «Cuando un enemigo despiadado la destruye; cuando invasores extranjeros la colonizan, expulsando a sus habitantes indígenas y sus dioses; o, finalmente, cuando sus ciudadanos olvidan quiénes son y se vuelven extranjeros de sí mismos. Si Venecia muere, no será la única cosa que muera: la idea misma de ciudad —como la creación suprema de nuestra civilización— también muere con ella.»
Dice Tiziano Scarpa en Venecia es un pez (Minúscula): «Hemos hecho algo peor que atarla a tierra firme: literalmente, la hemos clavado al fondo del mar.» La mirada de Jan Morris es más romántica e impresionista. «Cuando conocí este lugar, justo al acabar la Segunda Guerra Mundial, era una ciudad melancólica. Una melancolía relacionada no con la ansiedad, sino con arrepentimientos del pasado. Es desafiante, privada, excéntrica. Menos de 20.000 vecinos de la ciudad —que tiene 300.000 habitantes— pueden presumir de abuelos nacidos aquí. Se ha vuelto más prosaica, menos insular, más moderna.»
Una de sus residentes más célebres fue la mecenas Peggy Guggenheim, que plasmó su experiencia en Confesiones de una adicta al arte (Lumen), con prólogo de Gore Vidal. «Se dice que Venecia es el lugar ideal para una luna de miel. Esto es un grave error. Visitar Venecia significa enamorarse de la propia ciudad. No queda lugar en el corazón para nadie más.»