La Palma: corazón de fuego, mar y estrellas
- Seis meses después del comienzo de la erupción la isla aguarda a los viajeros con los brazos abiertos
- Ya se está trabajando en un sendero que conducirá al nuevo volcán
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La más noroccidental de las islas Canarias mira al futuro con optimismo después de atravesar uno de los capítulos más duros de su historia. Con todo, costará restañar la herida del proceso eruptivo que hipnotizó al mundo durante 85 días, el asombroso parto del nuevo volcán –aún sin nombre– del parque natural de Cumbre Vieja.
Elevado 1 120 metros sobre el nivel del mar, su cráter principal, con matices verdosos amarillentos, tiznado de escurrajas de azufre, todavía humea meses después del final de su actividad. El paisaje de la costa oeste de La Palma ha cambiado para siempre.
Historias borradas por el volcán
“Una enorme sombra negra que si ya impresiona de día, de noche es aun más porque se palpa una oscuridad absoluta. (Julio Marante)“
“Recuerdo ahí el barrio del Paraíso y todos los caseríos que llegaban hasta la costa, hasta Todoque”, señala el presidente de la asociación de guías de la isla, Julio Marante. “Ahora lo que vemos es una enorme sombra negra que si ya impresiona de día, de noche es aun más porque se palpa una oscuridad prácticamente absoluta.” El observador se debate entre un sentimiento de horror y fascinación ante las fuerzas genésicas y devastadoras de la naturaleza. Vecinos como José Antonio Francisco nunca olvidarán el drama de la evacuación: “Lo que no habíamos hecho nunca, una mudanza, lo hicimos en cuestión de minutos. Todavía se me pone la piel de gallina.” Imposible olvidar las miles de historias personales y colectivas borradas de un plumazo, sepultadas para siempre bajo coladas de roca líquida. Pero al mismo tiempo se palpa el sobrecogedor latido de la isla, de un planeta en construcción y permanente cambio.
“Se está trabajando en crear un sendero que va a llevar hasta el mismo cono del volcán. (Raquel Hernández)“
A la espera del levantamiento de las restricciones de acceso a la zona, “ya se está trabajando en crear un sendero que va a llevar hasta el mismo cono del volcán”, asegura Raquel Hernández desde el servicio de turismo del Cabildo Insular de La Palma. “Y está claro que va a formar parte de la Ruta de los Volcanes”, un sendero de veinte kilómetros que permite descubrir el alma volcánica de la Isla Bonita, ahora “desde lo más antiguo a lo más nuevo.” Un acercamiento al paraje más joven de España que se completará y contextualizará en el cercano Centro de Visitantes de las Cavidades Volcánicas Caños de Fuego, construido poco antes de la erupción y salvado de la lava por muy poco. De momento es posible tomar una imagen de conjunto del fenómeno desde el mirador del Time, en el término municipal de Tijarafe; o acercarnos a la iglesia de Tajuya, a apenas tres kilómetros del volcán, el más mediático de los puntos de observación, enclavado entre los municipios de El Paso y Los Llanos de Aridane.
Otra buena opción es el muelle del puerto de Tazacorte, con buenas vistas a las fajanas, las plataformas de lava derramada a los pies del acantilado que han ganado terreno al mar.
La colorida Santa Cruz de La Palma
Aunque el volcán sea el inevitable protagonista en las conversaciones y su ceniza todavía sea visible en algunas zonas, La Palma es mucho más. El primer hallazgo nos espera nada más llegar, a 7 kilómetros al norte del aeropuerto. Santa Cruz de La Palma, la capital, es una colorida colección de postales articulada en torno a dos ejes paralelos al Atlántico.
La Avenida Marítima, que conecta el puerto con la nueva playa urbana de arena negra, saluda a las olas desde sus floreados balcones canarios. Dos manzanas ladera arriba corre la adoquinada Calle Real, ennoblecida con las casonas que levantaron sus adinerados vecinos entre los siglos XVI y XVIII.
A medio camino se abre la Plaza de España, presidida por el porticado ayuntamiento y la iglesia del Salvador. Aquí contrasta el encalado de algunos muros con el tono oscuro de la piedra desnuda. El paseante descubrirá otros muchos monumentos y rincones, como el pequeño mercado de La Recova, construido sobre el solar del antiguo Hospital de Dolores, cuya iglesia anexa fue transformada en teatro.
Capítulo aparte merecen las festividades de Santa Cruz de La Palma, ya sean las fiestas lustrales de la Bajada de la Virgen de Las Nieves, con los bailes de sus divertidos y misteriosos enanos; la carnavalesca celebración de Los Indianos, que caricaturiza el fenómeno de la emigración canaria a Cuba a base de vestimentas blancas y polvos de talco volador; o los cantos de Los Divinos que inundan las calles en vísperas de Nochebuena.
Benditos alisios
Continuamos viaje rumbo al norte por la costa oriental. Una carretera sinuosa va negociando barrancos y montañas costeras entre plataneras y la tupida vegetación que se nutre de la humedad que portan los vientos alisios. Después de parar en el animado mercadillo de Puntallana, donde artesanos y pequeños agricultores de la zona venden sus excedentes, alcanzamos uno de los entonos más hechizantes del archipiélago en pleno parque natural de Las Nieves: el bosque de laurisilva de Los Tilos.
Se trata de un ecosistema subtropical húmedo conservado desde la era cenozoica, un escenario propio de Parque Jurásico donde las lauráceas y los helechos nos acompañan por un umbrío cañón de roca que termina en una alta cascada.
Estamos en las inmediaciones de San Andrés y Sauces, municipio resultante de la unión de dos núcleos de población en plena ladera: Los Sauces, en medianías, y San Andrés, a pie de acantilado. La erosión provocada por las olas y el viento ha tallado un litoral de formas caprichosas que se disfruta paseando por el camino costero que une la iglesia con las piscinas naturales del Charco Azul.
Sabores palmeros
En sus inmediaciones podemos degustar algunos de los sabores más característicos de La Palma, ya sean los destilados que producen en la fábrica de Ron Aldea a partir de la caña de azúcar de la isla, o las capturas de los pescadores locales que prepara con cariño Marleny Pérez en el Restaurante San Andrés, principalmente “cabrilla, brota, cherne, alfonsiño y vieja.”
En el extremo norte de la isla, en una verde ladera con vistas al océano, descubrimos una explotación ganadera rodeada de flores: la Granja Los Tumbitos. La quesera artesanal Brenda Rodríguez nos invita a catar el producto que elaboran a partir de la leche cruda de sus cabras, una recia raza palmera adaptada a la especial orografía y clima de este lugar. La vida al aire libre y una cuidada alimentación a base de cereales naturales y pastos de montaña genera un queso de excelente calidad que se puede probar y adquirir in situ.
Alturas de vértigo
Es momento de ganar altura para contemplar las vistas más sobrecogedoras de La Palma. Desde la capital, la carretera LP-4 nos depara un lento, tortuoso, pero bellísimo ascenso a la cumbre. “Hasta seis ecosistemas diferentes podemos encontrar en la isla y en esta ruta hacia el Roque de los Muchachos los vemos todos”, apunta el guía Julio Marante. El resiliente y totémico pino canario –especie a prueba de vientos e incendios– nos acompaña hasta los dos mil metros, donde entramos en el reino de la roca descarnada y el matorral de alta montaña.
El techo de la isla lo forma esa caprichosa colección de roques, pináculos rocosos que recuerdan a figuras humanas. También existe una explicación alternativa del topónimo, más truculenta, que identifica “los muchachos” con víctimas rituales infantiles que los aborígenes benahoaritas podrían haber entregado a sus dioses en lo alto de esta montaña.
Una ventana al cosmos
Por su altitud, latitud y condiciones climáticas; por la extraordinaria pureza de sus noches gracias a una pionera Ley del Cielo, que limita al máximo la contaminación lumínica y radioeléctrica en la isla, las cumbres de La Palma albergan una de las baterías de telescopios más avanzadas del mundo: el Observatorio del Roque de los Muchachos, ubicado en el término municipal de Garafía.
El Instituto de Astrofísica de Canarias reúne una veintena de instalaciones internacionales que incluyen el mayor telescopio óptico e infrarrojo del mundo, así como instrumentos de última generación como los impresionantes telescopios Cherenkov para la detección de rayos gamma de muy alta energía.
Los aficionados y curiosos pueden asomarse a este balcón a las estrellas desde el recién inaugurado Centro de Visitantes del Roque de los Muchachos. Es una construcción de planta circular, mimetizada con el entorno montañoso, dotada de avanzados sistemas interactivos.
“Un nexo entre la ciencia que se hace en nuestro observatorio astrofísico y la ciudadanía. (Miguel Ángel Fuentes)“
En palabras de su guía Miguel Ángel Fuentes, aspira a “ser un nexo de unión entre la ciencia que se hace en nuestro observatorio astrofísico y la ciudadanía.”
Una vez comprendido el funcionamiento del instrumental y los fenómenos que se analizan, podemos esperar al anochecer para disfrutar en primera persona del espectáculo cósmico.
Desde los miradores astronómicos de la isla construidos a mil trescientos metros de altitud, Antonio González, gerente de Cielos-LaPalma.com, nos invita a un didáctico paseo por las constelaciones y cuerpos celestes que habitan un cielo cuajado de estrellas sobre un fondo profundamente negro. Aunque todas las miradas se dirigen a su aparatoso telescopio, Antonio apunta que “con pequeños prismáticos”, incluso a simple vista, “podemos también observar objetos de cielo profundo, como alguna nebulosa o cúmulo de estrellas.”
Antes de bajar de las cumbres debemos asomarnos a los sobrecogedores precipicios del parque nacional de la Caldera de Taburiente. El Roque de los Muchachos limita por el norte este descomunal agujero de ocho kilómetros de diámetro y paredes verticales de más de mil metros de caída. “No es el cráter estricto de un volcán”, advierte Julio Marante, sino “una caldera de erosión, un gran socavón generado por un derrumbe, un colapso.”
La sal de La Palma
Terminamos nuestro viaje por esta isla con forma de corazón en su extremo sur, el vértice donde confluyen la costa este y oeste. Aquí termina (o comienza) la Ruta de los Volcanes, junto al Teneguía, que protagonizó hace medio siglo la penúltima erupción registrada en La Palma. La carretera desciende por su colada, un paisaje de malpaís de extraña belleza que nos acompaña hasta las salinas de Fuencaliente.
Al borde del océano, sobre la roca negra se extiende una sucesión de charcas y piscinas de cristalización que brillan al sol con tonos que van del verde al rosado. Una instalación tradicional que a punto estuvo de desaparecer en aquel episodio volcánico de 1971: “los brazos de lava nos rodearon por ambos lados y uno se paró justo a doscientos metros”, recuerda Andrés Hernández, tercera generación de salineros. Su actividad, completamente artesanal, sigue viva “debido al nivel de concienciación local. Aunque existe mucha competencia exterior a bajo precio, nosotros tenemos una cuota de mercado local del 95%.”
Su prestigiosa sal marina –que solo podía llamarse Teneguía– se vende en distintas presentaciones y preparaciones. La más apreciada es la flor de sal, la delicada película que cubre como copos de nieve la parte superior de las piscinas. Se puede conseguir en la pequeña tienda integrada en el restaurante temático El Jardín de la Sal, que marida gastronomía, vinos y vistas a la vera de los faros que marcan el final de La Palma.
Nuestro recorrido
1. Santa Cruz de La Palma
2. Mercadillo de Puntallana
3. Playa de Nogales
4. Piscinas naturales del Charco Azul
5. Granja Los Tumbitos (Barlovento)
6. Roque de los Muchachos
7. Centro de Visitantes del Roque de los Muchachos
8. Garafía
9. Tijarafe
10. Mirador de la iglesia de Tajuya
11. Salinas de Fuencaliente
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