¿Cómo se diagnostican y tratan las enfermedades raras?
- Los organoides cerebrales permiten observar el comportamiento de células en un ambiente similar al cerebro
- Los avances de la terapia génica permiten corregir el gen "defectuoso" que provoca una enfermedad rara
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El Cazador de Cerebros consulta esta semana con expertos y expertas del campo de la biomedicina y la genética para conocer cómo es el proceso desde que se detecta una enfermedad rara hasta que se logra encontrar una terapia para tratarla. Un proceso difícil, costoso y, para muchos pacientes, demasiado largo, pero en el que, a gran escala, la ciencia está avanzando a pasos agigantados.
Las pruebas genéticas: en busca del origen
Cuando el paciente pasa de un especialista a otro sin conseguir encontrar una explicación y una solución a sus síntomas, entra en acción la labor de Luis Alberto Pérez Jurado, jefe de Servicio de Genética del Hospital del Mar y profesor de Genética en la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona. Luis Alberto coordina grupos multidisciplinares para llevar a cabo pruebas genéticas, a través de las cuales se puede encontrar si existe una causa conocida, o incluso desconocida, para esa enfermedad. De hecho, en uno de cada 28-30 casos analizados se encuentra una enfermedad aún no descrita.
El 80% de las enfermedades raras tienen una causa genética: “un error en la información para cómo hacer un ser, que ocurre en el momento en el que la persona es concebida, o lo ha heredado de ambos padres. En algunos casos, es adquirida por cuestiones infecciosas o autoinmunes”, explica Luis Alberto Pérez Jurado. De las 7.000 enfermedades raras registradas, se ha encontrado ya la causa molecular de unas 5.000.
“El genoma es como un libro. A los pacientes con enfermedades raras les falta una página, un gen que tienen mutado”, que hay que encontrar a través de la secuenciación. “Nuestro trabajo consiste en leer todo el libro, identificar la página que falta, entender por qué la información no fluye y solucionarlo”, explica Aurora Pujol Onofre, profesora de investigación ICREA y jefa de Laboratorio de Enfermedades Neurometabólicas (IDBELL-CIBERER). Una vez secuenciado el genoma, se compara con un genoma sano y se buscan las diferencias.
Entender la mutación para buscar su remedio
Una vez identificada la mutación a través de los interactomas, redes de proteínas que interaccionan entre sí, se crean los fibroblastos: células reprogramadas de pacientes en las que se observan los efectos de la mutación genética a nivel celular. A partir de estos fibroblastos se crean células madre que, después, se convierten en organoides cerebrales, modelos de estructuras tridimensionales que simulan un entorno similar al cerebro, para observar cómo interactúan allí las células. Estos modelos “permiten comprender los mecanismos que están en la base de enfermedad genética. Lo que se encuentra en organoides puede ser el punto de partida para hacer un estudio de toxicidad de un fármaco”, apunta Antonella Consiglio, profesora de la Universitat de Barcelona y jefa del Laboratorio de Células Madre y Enfermedades Neurodegenerativas (IDIBELL).
El gran avance que suponen los organoides es que están creados a partir de células de un paciente concreto, por lo que “contienen el background genético” de ese paciente, subraya Antonella Consiglio. Esto permite que el equipo de Aurora Pujol Onofre afine mucho más su estrategia, utilizando “la célula diana de cada tipo de enfermedad para hacer cribados de compuestos químicos que ya están en el mercado. Como ya están probados, podemos reposicionarlos” para hacer ensayos clínicos de cada enfermedad.
Un paso más allá: la terapia génica
Fàtima Bosch es la directora del Centro de Biotecnología Animal y Terapia Génica, y catedrática de Bioquímica y Biología Molecular en la Universitat Autònoma de Barcelona. Es una referente mundial de la terapia génica, que consiste en la corrección de un problema genético introduciendo en las células una copia sana del gen defectuoso.
Estas terapias pueden realizarse ex vivo, extrayendo células para modificarlas genéticamente y volver a introducirlas en el cuerpo del paciente, o in vivo, introduciendo el gen terapéutico en un vector que se inyecta directamente al paciente. En este caso, los vectores se crean a partir de virus que no son infecciosos ni se introducen en el ADN celular, para evitar enfermedades y mutaciones no deseadas.
“Faltaba que hubiera más interés por parte de la industria para invertir, es lo que ha ayudado a que este campo avance, porque las investigaciones son muy caras”, reconoce Fàtima Bosch. “El problema es que estas terapias se tienen que aplicar lo antes posible, se necesita un diagnóstico precoz y que los tratamientos se puedan aplicar en individuos más jóvenes. En una terapia génica (…) hay muchos cuellos de botella para saltar del laboratorio hasta que llega a los hospitales”.
Al final, aunque hay margen para la esperanza, queda mucho camino por recorrer, tal y como reconoce Luis Alberto Pérez Jurado: “El consorcio internacional cree que se podrán diagnosticar casi todas las enfermedades raras en menos de un año desde que se inicia la odisea diagnóstica. Es más difícil pensar que vaya a haber una oferta de tratamiento adecuada para todas ellas”.