La tomatina, una divertida batalla de tomates que se popularizó gracias a este reportaje
- Te contamos cuál es la broma entre amigos que dio pie a la ya famosa tomatina de Buñol
- Descubre cuál es el reportaje de Informe Semanal que popularizó esta batalla del tomate
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"Nuestro país es tan rico y tan insólito en ritos y costumbres, como también en pueblos de nuestra geografía", y como ejemplo de "insólita fiesta, la que se ha celebrado esta semana en Buñol, esa que consiste en tirarse 20 toneladas de tomate a la cara". Con estas palabras se daba paso en 1983 al reportaje de Javier Basilio en Informe Semanal que popularizó la ahora aclamada "tomatina", una batalla con origen curioso.
Así empezó todo
El cronista Francisco Garcés fue uno de los responsables de que el tomate volase por los aires en torno al año 1946. Estaba él con un grupo de amigos cerca del ayuntamiento de Buñol cuando vieron llegar a lo lejos "un señor con un altavoz, era la época de la canción Amado mío y el hombre llevaba puesto este tema". Ese grupo de jóvenes "con ganas de fiesta" miraron el saco de tomates que tenía en la puerta la tienda de ultramarinos de allí y decidieron "coger unos tomates y retarse a ver quién podía meter uno dentro de esa bocina". ¿El resultado? "El pobre hombre se llenó de tomates", cuenta Garcés entre risas.
Kilos de alegría
Javier Basilio, el periodista que hizo el susodicho reportaje que pasó a la historia, contó que con aquel evento "enrojeció Troya", una "batalla de tomates valencianos que buscaba el blanco perfecto y la diana más provocativa".
En 1946, el pueblo valenciano de Buñol contaba con "10.000 habitantes orgullosos de su trayectoria, ya que asegurabana que esos aires tenían raíces ibéricas con resonancias sazonadas en esoterismo y magia". Precisamente magia pura es la que vivieron esos asistentes a la fiesta, "tras una tarde de lluvia, el día clave amaneció soleado", perfecto para bailar al rojo vivo. Aquella localidad que "vivía entregada a la industria del cemento y del papel" fueron los que colaboraban a la compra del tomate mediante su inversión en "loterías, rifas y pequeños detalles". Los organizadores solo eran "el vehículo transmisor que recogía ese dinero para luego adquirir las 20 toneladas del fruto rojo lleno de tradición". Ese año costó 13 pesetas, lo que suponía "mucha cantidad de dinero en total para que en 1 hora desaparezca todo".
Un dinero convertido en felicidad y una tradición que dura hasta nuestros días, cerrando las fiestas de Buñol cada último miércoles de agosto.
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