El futuro de 'As bestas salvaxes', los últimos caballos salvajes de Galicia
- Galicia es el último lugar de Europa donde todavía viven miles de caballos en libertad
- En el último medio siglo, su población ha caído a la mitad
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¿Qué son las 'bestas'? El imaginario colectivo evoca a los mustangs de las llanuras americanas o el caballo de Sebalski, en Mongolia, al pensar en las poblaciones de équidos salvajes más representativas. Pero existen unos caballos viviendo de forma silvestre que nada tiene que envidiar a los anteriores. Se encuentran en Galicia y en un número mayor que en cualquier otro lugar de Europa. Son las “bestas”, caballo en gallego, conocidas también como caballo de monte o garrano. Este animal es un gran desconocido incluso en nuestro país, a pesar de llevar miles de años en libertad. Están en peligro. Su población desaparece año a año.
“Las bestas llevan en Galicia desde la última glaciación, hace unos doce mil años”, afirma Xosé Lois Vilar, arqueología del Instituto de Estudos Miñorans, mientras sigue con su dedo el grabado de un caballo del petroglifo Outeiro Dos Lameiros. “Y que todavía los tengamos vivos hoy día es importantísimo porque es identitario”, añade. Pero conservarlo no es tarea fácil. Múltiples factores inciden en la desaparición de estos équidos que no cuentan con ningún plan de conservación.
Para empezar, es importante destacar que estos caballos salvajes tienen propietario. Una vez al año, desde hace siglos, se les agrupa y guía hacia un recinto cerrado llamado curro, donde se les desparasita, rapa e identifica. Antiguamente, en estos eventos, se escogía a los individuos más óptimos para comercializar su carne o sus crines.
¿Cuál es el futuro del caballo gallego?
Hoy día, con el aprovechamiento del caballo a la baja, los propietarios podrían haberse deshecho de estos animales, pero muchos continúan con la tradición, a pesar de comportarles más de un dolor de cabeza. “Los caballos son una tradición milenaria que tenemos aquí y nos sale muy caro conservarlos porque lo pagamos nosotros de nuestro bolsillo”, explica con cierto lamento Modesto Domínguez, presidente de la Asociación Gandeiros cabalos do Monte da Groba. En la última década, añade, la Xunta de Galicia insta a los propietarios a pagar el seguro, un microchip y desparasitantes. Estos gastos desalientan a muchos propietarios a continuar con la conservación y, con ello, se reduce la población de caballos salvajes. “Aquí el error de la administración es considerar que esto es una explotación ganadera”, apunta Xavier Álvarez-Blázquez, de la asociación. “Nuestra reivindicación es que la administración tenga una norma específica y los propietarios nos veamos beneficiados por subvenciones del gobierno como sucede en el Reino Unido, donde estos caballos son tratados como joyas y, aquí, sin embargo, a nosotros lo único que nos supone son quebraderos de cabeza”.
Pero esta no es la única causa del dramático descenso poblacional del garrano en los últimos 50 años. Como siempre, los problemas son complejos y hay que analizar diferentes factores para entender el contexto que les rodea.
En este caso, además del abandono de los propietarios, también se suma los ataques de lobo. Aunque, quizás, lo que más preocupa son los usos del monte. En los mismos hábitats donde los caballos viven en libertad, hay proyectados numerosos parques eólicos que podrían fragmentar los ecosistemas. Además, las plantaciones de eucaliptos reducen los recursos hídricos de los que podría disponer directa e indirectamente el caballo de monte. Por eso, desde la Universidad de A Coruña, la doctora e ingeniera de montes, Laura Lagos asegura: “Hay un movimiento muy fuerte en toda Europa para reintroducir herbívoros por los beneficios que nos generan a los humanos y aquí ya los tenemos, se trata de saber conservarlos”.
En Galicia, ganaderos, veterinarios y mundo académico trabajan al unísono, no hay fisuras en el discurso. Todos tienen claro cómo actuar y miran a la administración esperando a que se decida a proteger los hábitats de estas bestas y considerarlas como un patrimonio singular antes de que no sea demasiado tarde.