Elvira Navarro y Ray Loriga hablan con Página Dos sobre la relación entre la literatura y la muerte
- En Las voces de Adriana, la escritora Elvira Navarro (Huelva, 1978) dibuja a una protagonista que cuida de su padre enfermo
- «Cuando los hijos empiezan a ser padres de sus padres, comienzan a estar definitivamente solos»
- Óscar López charla también con Ray Loriga, que acaba de publicar Cualquier verano es un final (Alfaguara)
¿Cómo se reordena el mundo tras una muerte? La escritora Elvira Navarro (La ciudad feliz, La trabajadora, La isla de los conejos) ha dado forma en Las voces de Adriana (Random House) a una protagonista que afronta varios duelos paralelos. Vive con una sensación de estancamiento, de miedo y de inercia. Está a la intemperie, y solo le queda la observación y el humor negro. La grave enfermedad de su padre, a quien cuida, le pone un espejo delante.
«Tienes que caminar. Tienes que ir a rehabilitación. Tienes que dejar de fumar, insistía. Acto seguido, se justificaba: “Te lo digo por tu bien”. Aquellas seis palabras, que su madre le repitió siempre en vida y que Adriana detestaba, se escapaban ahora de su boca a borbotones. Se había convertido en una máquina expendedora de “Te lo digo por tu bien”. Pero, ¿qué sabía nadie sobre lo que era bueno para los demás? ¿No se moría de cáncer tanta gente joven atiborrada de aire puro, deporte y verduras crudas?».
Ray Loriga acaba de publicar una nueva ficción que también habla de los finales. Cualquier verano es un final (Alfaguara) es una novela sobre la amistad y la muerte. Cada personaje vive su drama; uno de ellos tiene una existencia privilegiada, pero desea la eutanasia; otro enferma y se cura; otro más vive al límite.
«Yo era muy pequeño y apenas guardo recuerdos de mi padre. Según he visto en las fotografías, llevaba bigote. Mi madre lloró un poco y enseguida se rehízo y encontró, por medio de una prima soltera, un empleo como azafata de galletas en una cadena de supermercados. (...) Mi madre no había trabajado nunca, fuera del deprimente trabajo del hogar, y descubrió que le encantaba. Se acicalaba todas las mañanas para ir a ofrecer esas galletas, malísimas por cierto, junto a su alegre prima, y volvía a casa al anochecer con los pies molidos pero satisfecha.»
Página Dos os recomienda también otros libros que tratan distintos aspectos de la muerte. Las Coplas de Jorge Manrique, una elegía de extraordinaria fuerza comunicativa; la lúcida visión clínica de Elisabeth Kübler-Ross en La muerte: un amanecer; Cuando el final se acerca, de la doctora Kathryn Mannix, que aconseja cómo vivir cuando la muerte —propia o cercana— se anuncia; La ridícula idea de no volver a verte, de Rosa Montero, el duelo tras el fallecimiento de su marido; Francisco Goldman y Di su nombre, que llora la pérdida de su joven esposa; El año del pensamiento mágico de la icónica Joan Didion; Ars moriendi, un manual medieval luego reinterpretado por el irónico filósofo Michel Onfray… Y aquella conclusión de Séneca: «Mientras vivas, sigue aprendiendo a vivir. Nuestro último día no es más que el cumpleaños de la eternidad.»