La nueva novela de Miguel Ángel Hernández habla de la tradición de fotografiar a los muertos
El autor de Intento de escapada, El instante de peligro, El dolor de los demás o El don de la siesta firma esta ficción sobre una viuda que redescubre su vocación
- Página Dos charla con Miguel Ángel Hernández de su nueva novela Anoxia, publicada por la editorial Anagrama
- Además de sus escribir novelas, ensayos y críticas de arte, también es profesor de Historia del Arte en la Universidad de Murcia
Anoxia (Anagrama), la nueva novela de Miguel Ángel Hernández, comienza cuando han pasado ya diez años desde que Dolores perdió a su marido. Tenían un estudio fotográfico que ahora lleva la viuda, y al que cada vez acuden menos clientes. Una tarde recibe una llamada extraña con un encargo insólito. Le pide retratar a un difunto el día de su entierro. Ella acepta. La petición la llevará a conocer a Clemente Artés, un excéntrico anciano obsesionado con recuperar la antigua tradición de fotografiar a los muertos.
«Dolores percibe la mirada inquisitiva de la hija del difunto en cada pequeña acción. Pero prefiere estar vigilada a quedarse a solas con el cuerpo. Se mueve en silencio, con lentitud y respeto. Pide permiso sin apenas levantar la voz para mover las flores y despejar el campo de visión. Ladea las coronas y sitúa el trípode a la distancia justa. Trata de ser rápida y centrarse en lo que hace. Es consciente de habitar un tiempo prestado e interrumpir un duelo. Por eso cada leve movimiento, cada mínima pulsación del disparador, le hace pensar en la incomodidad de la mujer que no deja de escudriñarla.»
Con su iniciación en esa práctica olvidada la protagonista descubrirá unos tiempos lentos, otro tipo de imagen y de recuerdo, un diálogo diferente con las fotografías, que pueden ser puertas abiertas pero también enigmas por descifrar. Hay muertos inquietos que no cesan de moverse y a veces se abalanzan sobre la memoria de los vivos.
El retrato de luto o fotografía post mortem tiene sus propios códigos visuales: se hacían simulando vida (los fallecidos se colocaban maquillados, vestidos y en poses como si fuera una foto normal), fingiendo estar dormidos (común en el caso de los bebés) o en la forma más clásica: en su lecho de muerte o ataúd. Para los sociólogos, la imagen del desaparecido no solo conserva el recuerdo y ayuda al duelo; se convierte a veces en un objeto de culto, como una estampa religiosa.
A Hernández le interesan los espacios y las disciplinas que han quedado varadas en el tiempo pero se resisten a desaparecer, como los estudios de fotografía y su vocación testimonial. También han publicado ensayos y ficciones sobre la imagen Walter Benjamin, Roland Barthes, Susan Sontag, Joan Fontcuberta, John Berger, Cartier-Bresson, Román Gubern, José Luis Brea o Mark Fisher. «La nostalgia de la que habla el libro» cuenta Miguel Ángel Hernández,«no es paralizadora, sino transformadora.»