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Las "Fiestas de los locos" y otros festejos demenciales de la Edad Media

Por
El Condensador de Fluzo - La fiesta de los locos por Javier Traité

Más allá de juglares y carnavales, la Edad Media está llena de celebraciones demenciales

La Fiesta de los locos

“...Sacerdotes y clérigos pueden verse llevando máscaras y disfraces monstruosos en las horas del oficio. Bailan en el coro vestidos como mujeres, chulos o juglares. Cantan canciones desenfrenadas. Comen morcillas junto al altar mientras el celebrante dice la misa. Juegan a los dados allí. Se inciensa con el humo apestoso de las suelas de los zapatos viejos”.

El 12 de marzo de 1445, los teólogos de la Universidad de París enviaron una carta a todos los prelados y capítulos de Francia, en la que expresaban que se sentían compelidos a “describir cuánto aborrecemos y cuánto execramos un cierto tipo de ritual de diversión, que es llamado por sus organizadores La Fiesta de los Locos”, o festum fatuorum, fiestas que tenían lugar a principios de enero.

Historiador y especialista en historia medieval, Javier Traité, recorre en El Condensador de Fluzo, ‘Qué fantástica, fantástica esta fiesta’ o, ‘Las celebraciones en la historia’, algunas de las fiestas más locas y divertidas del milenio medieval.

El ambiente

En estas fiestas de principios de enero, para celebrar el arranque del año, los romanos organizaban banquetes, intercambios de regalos, música, ofrendas y risas. Pero el cristianismo no acabó con ello, al contrario: fue justo a partir de la cristianización del imperio romano que estas fiestas se alargaron, desde víspera de año nuevo hasta el día 3, y se ampliaron con máscaras y disfraces.

Ocurría en todas partes de diferente manera y de ello se quejaban desde Isidoro de Sevilla en la Hispania visigoda a Burcardo de Worms en Alemania. Aprovechando las festividades de los santos, la gente, con ganas de disfrutar, se disfrazaba, bailaba y se emborrachaba. Así que muchos párrocos intentaron “controlar” este descontrol y lo incorporaron al calendario litúrgico, para integrarlo con las fiestas solemnes.

La Fiesta de los Locos

Tal y como detalla Javier Traité, la primera mención clara a la "Fiesta de los locos", se debe a un teólogo parisino llamado Jean Beleth, entre 1160 y 1164. En su libro sobre los oficios eclesiásticos la incorpora, junto a un juego de pelota que se jugaba dentro de la iglesia, dentro del calendario, mostrando esa intención de “apropiarse” de la juerga laica relacionada con las Kalendas de Enero. Esta fiesta, como tal, está circunscrita a Francia e Inglaterra por influencia francesa.

Estos festejos no contaban con la aprobación de todo el clero, de hecho, levantó quejas enseguida, el papa Inocencio III, a principios del XIII, dejó claro su desacuerdo. Pero, como dice Traité, “este tipo de fiestas siguieron muy en boga hasta el siglo XV, cuando ya muchas autoridades, como los teólogos de París antes mencionados, empezaron a presionar para que el terminara cachondeo”.

Existe documentación desde el siglo V, que indica que el pueblo se aburría en misa, hastiados se colocaban al fondo a charlar e ignorar las palabras del cura, así que muchos párrocos medievales optaron por el humor y la diversión como forma de atraer la atención. Esto lo hacían tanto en sus sermones como participando de mascaradas y festividades como la de los Locos, en la que participaban activamente, o incluso en la celebración medieval por excelencia, que es el torneo o la justa. No obstante, estos torneos y justas fueron muriendo lentamente durante los siglos XVI y XVII.

Otras fiestas locas

Según explica Traité,  la Edad Media no es un periodo uniforme y había todo tipo de fiestas que se celebraban entre diciembre y enero, no solo la de los Locos.

En Italia como en Alemania celebraban representaciones navideñas de Herodes: alguien se vestía de Herodes, subía al púlpito y abroncaba a los asistentes mientras sus secuaces aparecían golpeando a la gente, al cura y a los del coro con vejigas infladas.

La Fiesta del Asno era una representación de la huida a Egipto de la Sagrada Familia, huyendo de Herodes, en la que se introducía un asno en la iglesia y al acabar la misa el cura rebuznaba tres veces y la parroquia respondía con otros tres rebuznos. En la fiesta de los Niños, se elegía a un niño obispo y se le dejaba mandar durante unas semanas.

El fin de fiesta

Estas celebraciones causaban tal alboroto, que los moralistas intentaron acabar con ellas porque las consideraban inmorales y porque el precio de los destrozos corría a cargo de la Iglesia y, en algunos casos, los gastos se iban un poco de las manos, hacían hasta cabalgatas.

“Sabemos que en Besanzón desfilaban disfrazados de demonios, gigantes y prostitutas y el abad del monasterio de Saint Vincent recibía al Papa de los Locos con una lanza de torneos. Como si fuera un torneo, estos cogían la lanza y cargaban contra la puerta del monasterio; entonces, la lanza se rompía y todos se morían de la risa”. Explica Javier Traité.

El descontrol

Javier Traité explica que los clérigos también colaboraban en las fiestas laicas que se montaban en paralelo a las eclesiásticas, prestando ropas y materiales a los jóvenes, solteros casi siempre, que montaban jarana por los pueblos y ciudades parodiando al escalafón y pintándose la cara de negro con carbones o, incluso, estiércol de vaca. Existen registros de destrozos y compensaciones por alguna casulla destrozada, un candelabro de la iglesia roto, o incluso alguien se cargó un relicario.

Como nos enseñó Javier Traité, la juerga medieval no se limitaba a juglares y torneos.