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El porno gay según un actor retirado: "La mayoría de cosas no se pactan"

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PornoXplotación: el actor de porno gay David Calavia expone su caso en al industria
David Calavia, actor retirado de porno gay, en 'PornoXplotación'

Drogas, enfermedades de transmisión sexual, prácticas que acaban en urgencias, unos derechos de imagen cedidos durante décadas, sin control sobre las escenas que siguen circulando y que podrían llegar en cualquier momento a seres queridos… Es la oscura realidad que describe David, ex actor porno gay, en PornoXplotación, la nueva serie documental de Mabel Lozano que estrena RTVE Play. Su relato es estremecedor y descubre un mundo en el que el actor está a merced de la industria, donde a veces se paga la escena con una dosis de droga.

Mientras que en muchas ocasiones las mujeres acaban trabajando como actrices porno porque no tienen ninguna otra salida, los hombres lo hacen porque quieren. Es el caso, por ejemplo, de David, que veía al actor porno gay Macanao Torres como "un ídolo": "Yo quería ser como él". Pedro Oliver, conocido como Macanao Torres, se suicidó en 2019. Había sido muy crítico con la industria del porno antes de su muerte y ahora también lo es David.

Ni analíticas ni alta en la Seguridad Social

Todo comenzó un bar de sexo de Madrid, donde trabajó como camarero después de mudarse a la capital desde una pequeña ciudad. Un día conoció al propio Macanao Torres: "Iba acompañado de gente de la productora y allí me lo propusieron". "Salvaje", así define la primera escena porno que rodó: "Fue vestido de cuero y pegando a una persona". No le pidieron analíticas antes, no le dieron de alta en la Seguridad Social. Trataron incluso de pagarle con una suscripción premium en su página web, en vez de darle la cantidad pactada inicialmente.

"Una vez dentro, te das cuenta de que no es tan ideal como lo ves en las escenas. Cobras 100 euros por una escena que has estado rodando 8 horas para que luego se editen 20 minutos", asegura David. "Wow, te pagan por follar", le dice la gente. "No, me pagan por posar, por repetir, por sufrir, por sudar y por acabar con unos dolores de piernas horrorosos", rebate él. La mayoría de cosas, además, no se pactan, según explica.

Tirados en la calle con sobredosis

En el porno gay se ven "prácticas muy bestias". Los actores pueden acabar incluso en el hospital. A la hora de rodar, primero les pinchan un vasodilatador con una aguja de insulina. "Como se pasen con la dosis, eso no baja y terminas en urgencias para que te pinchen el antídoto. Eso es doloroso", advierte David. También van a urgencias si sufren un desgarro u otra lesión, aunque sin decir cómo ha ocurrido, y es que no tienen ni contrato ni alta en la Seguridad Social. "Hay cantidad de gente que ha acabado con un chungo, en el argot una sobredosis, desmayado, y han acabado en urgencias o en la calle. Lo han bajado, los han dejado ahí y ya quien te encuentre que llame al 112", cuenta.

Las drogas son habituales en la industria, a veces la moneda de pago. "Hay gente que está tan enganchada a las drogas que hace una escena a cambio de algo que no sea dinero. Te pagan con un gramo, con una dosis... Te pagan en especie. Todo eso lleva a que el cuerpo te pida más, más y más", explica. Las enfermedades de transmisión sexual, como sífilis o gonorrea, también están a la orden del día en el caso del porno gay. "Y no solo el contagiarte, sino todo lo que viene después", como afirma David, con costosos tratamientos y secuelas.

David es portador del VIH desde los 27 años. "En mis escenas he follado a pelo, sin condón, porque quien ve ese tipo de porno demanda escenas sin condón. Sí que te mandan un correo para que expliques tu estatus serológico para juntarte con personas del mismo estatus, seropositivas", cuenta en PornoXplotación.

Las imágenes siguen circulando

David Calavia ya no actúa. Lo dejó en 2016. Tras su experiencia, lo tiene claro: "En la pornografía pierden el actor, la actriz, todos los que están delante de la cámara. Quienes ganan son los que están detrás". Son ellos los que se enriquecen a costa de su trabajo, lo hayan grabado recientemente o años atrás. Son dueños del material que se ha grabado y con él pueden hacer lo que quieran. "Soy consciente de que firmé unos derechos de imagen y no sé ni cuándo acaban", explica. Con su primera productora firmó durante un periodo de 20 años, en otras son 50 años.

"Has firmado por la eternidad para que yo me siga forrando a tu costa. Yo lo sé y soy consciente, pero hay muchas personas que no. Tienen otra vida, otro trabajo, y no les interesa que esas imágenes lleguen a manos de sus jefes, de sus familias, de quien sea", revela. Retirarse de la industria no significa que esas imágenes desaparezcan: "Siguen circulando y pueden llegar perfectamente".

"A mí la pornografía no me pone porque sé lo que hay. No me excita", sentencia David, que ahora compagina su trabajo como entrenador personal con el activismo por los derechos del colectivo LGTBIQ+. Denunciar lo que ocurre parece casi una quimera. Es algo muy complicado: "¿Qué hace una persona en contra de toda esa industria? Nada". No hay contratos ni altas para demostrarlo, para empezar, más allá de imágenes. "La Justicia no hace nada para investigar todo eso. Cualquier persona que se atreva, yo creo que al final no lo hace", explica.