Las tres muertes de las que Jeffrey Dahmer se arrepintió, ¿por qué?
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"Nunca quise la libertad. Francamente quise estar muerto. Quiero decirle al mundo que hice lo que hice, no lo hice por motivos de odio. No odié a nadie", fueron las palabras de Jeffrey Dahmer después de escuchar su sentencia: 15 cadenas perpetuas por los 17 asesinatos que cometió. Después de escuchar a los familiares y seres queridos de sus víctimas, Dahmer se dirigió a ellos. "Si puediera dar mi vida ahora mismo para traer de vuelta a sus seres queridos, lo haría. Lo siento muchísimo", reconoció. Palabras de arrepentimiento que no consolaron a quienes lloraban la muerte de sus hijos o hermanos. Sin embargo, no mostró ningún tipo de remordimiento durante los más de diez años en los que no dejó de matar. Solo en tres ocasiones deseó no haberlo hecho, ¿por qué?
Steven Mark Hicks
Fue su primera víctima, cometió el crimen cuando solo tenía 18 años. Steven Hicks era un autoestopista, estaba buscando a alguien que le acercara hasta un concierto donde le esperaban unos amigos. Jeffrey Dahmer, que pasaba por allí, accedió a llevarle, con una condición: tenían que pasar por su casa para tomar unas cervezas. Después de hablar durante horas, Steven tenía la intención de irse, algo que Dahmer no quería permitir, así que le golpeó con una mancuerna para después acabar con su vida estrangulándolo.
Nunca antes había matado a alguien, por eso se quedó en shock. Por primera vez, se dejó llevar por sus instintos más oscuros, que le asustaban incluso a él mismo. Sin saber muy bien qué hacer, optó por diseccionar su cuerpo y enterrarlo en su jardín trasero. Ocurrió en 1978, en aquel momento todavía seguía viviendo con sus padres. Dahmer hizo todo lo posible por no volver a matar... hasta nueve años después, 1987.
Steven Tuomi
En 1981, Dahmer se mudó con su abuela a una casa en las afueras de Milwaukee. Ella le abrió las puertas de su casa, le acogió y le ayudó a seguir por el buen camino. Para reprimir sus instintos más oscuros, Jeffrey buscaba la forma de conformarse sin acabar con la vida de nadie. Tenía un maniquí con el que satisfacía su deseo sexual, incluso se le ocurrió buscar en los obituarios a personas que acabaran de fallecer para desenterrarlas, porque a él no le gustaban los cuerpos fríos y sin vida, él quería sentir ese calor humano. Por eso terminó descartando esa idea, además, las personas que fallecían solían ser hombres mayores y él tenía un prototipo: jóvenes y guapos.
Fue cuando su abuela encontró el maniquí cuando Jeffrey Dahmer volvió a las andadas. Su segunda víctima, Steven Tuomi. Se conocieron en un bar y acabaron en una habitación de hotel. Él recordaba haberle drogado, lo que ocurrió a partir de ahí, no lo sabe nadie, ni siquiera él mismo. Tuomi amaneció con varias lesiones, el pecho hundido, varios moratones por el cuerpo y sangre en la boca. Dahmer no tenía la intención de acabar con su vida. Se arrepintió, entre otras cosas, porque no se acordaba de nada.
Jeremiah Weinberger
Fue su víctima número quince. Jeremiah Weinberger y Jeffrey Dahmer se conocieron en 1991 y se gustaron, de hecho, Weinberger accedió a pasar todo un fin de semana con el asesino en serie. Además de Tony Hughes, otra de sus víctimas con quien mantenía una amistad, fue con quien más contacto tuvo. Sin embargo, cuando amenazó con irse, Dahmer no dudó en matarle. Le gustaba, sabía que era buena persona, que aquello no era un adiós, sino un hasta luego, pero sus traumas le llevaron a acabar con su vida, una vez más.