Un maniquí, somniferos y exhumación: los intentos de Jeffrey Dahmer por no matar a más víctimas
- El asesino en serie buscó otras formas de satisfacer sus necesidades sexuales antes de llevar a cabo los asesinatos
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Tras cobrarse su primera víctima, la de Steven Mark Hicks de 18 años, Jeffrey Dahmer intentó pasar desapercibido, una manera de actuar poco común entre asesinos en serie. Podríamos decir que se arrepintió, no porque no le gustase, sino por la tensión de deshacerse del cuerpo posteriormente. Eso le llevó a intentar suplir sus necesidades necrófilas de otra forma que no fuese llevándose por delante la vida de la gente. Un maniquí, exhumaciones y somníferos fueron las opciones que barajó en un principio el que finalmente se convertiría en el temido Carnicero de Milwaukee.
El maniquí
Intentó satisfacer su deseo sexual con un maniquí, el cual robó de una tienda de ropa. Un objeto inerte que le sirvió para saciar sus impulsos por un tiempo, pues Dahmer anhelaba estar con alguien que nunca se fuera, que no le abandonase, aunque no interactuase con él. Le hablaba, lo besaba, lo acariciaba y se acostaba con él. Una situación bastante espeluznante, pero que le ayudó a evitar llevar a cabo otro asesinato. Todo terminó cuando su abuela, la persona por la que más aprecio sentía en su vida y con quien además convivía, descubrió el maniquí escondido en el armario. La desconfianza se apoderó de ella, pues Dahmer no soltó ni una sola palabra que pudiese explicar aquel descubrimiento. Él no estaba preparado para contarle sus sombrías fantasías y ella, en consecuencia, se volvió más fría con él. El mayor miedo de Dahmer hizo eco en su cabeza: su abuela, la persona que más quería, lo estaba juzgando. Ya había sido abandonado por sus padres. Otro mazazo así era lo último que quería sufrir.
La búsqueda de cadáveres
Dahmer tuvo que descartar el maniquí y buscar otra forma de satisfacer sus deseos más oscursos. Se le ocurrió la opción de mirar el obituario para ver quién había fallecido recientemente. Su modus operandi era acudir al entierro y, por la noche, desenterrar el cuerpo. Un plan que no le convenció por dos razones: la primera, porque exhumar un cuerpo en Wisconsin, más aún en invierno, era muy complicado por las condiciones climatológicas; la segunda, porque los fallecidos, la mayoría de edad avanzada, no encajaban con sus gustos. Dahmer era exigente y solo deseaba a alguien joven y atractivo.
Los somníferos, su última carta
Jeffrey no contemplaba no saciar su apetito sexual, por lo que creyó que la mejor manera para vivir una experiencia similar a la de su primera víctima era suministrar a quien él escogiese una alta cantidad de somníferos. Fijó su zona de actuación en la sauna pública de Milwaukee. Allí invitaba a quien le llamara la atención a tomar una copa en su casa, donde les drogaba hasta el punto de quedar inconscientes. Pero, con el tiempo, corrió el rumor de que un chico rubio estaba abusando de los clientes, y aunque nunca obtuvieron pruebas, Dahmer fue vetado del lugar.
El principio del fin
Todo cambió cuando Jeffrey se fijó en Steven Tuomi, un joven de 25 años al que conoció en un bar. Acabaron pasando la noche juntos en el hotel Ambassador, y, al amanecer, Dahmer se dio cuenta de lo que había pasado: Steven se encontraba a su lado en la cama, magullado, con golpes por todo el cuerpo y sin vida. Entonces habían pasado nueve años de su primera víctima. A partir de ese momento, se despertó la bestia. Después de Steven, Jeffrey Dahmer acabó con la vida de 15 personas más, pasando a la historia como uno de los asesinos en serie más tenebrosos de Estados Unidos.