El viaje en bicicleta de un poeta entre París y Madrid hace 130 años
- Édouard de Perrodil contó su viaje de siete días entre la capital francesa y la española en el libro ¡Bici! ¡Toro!
- Un periplo en el que se enfrentaron a todo tipo de inclemencias temporales y en el que tuvieron mucha hambre
“Los destinos de un gran viaje en bicicleta pueden ser innumerables”, dijo Édouard de Perrodil. “¿Por qué ha elegido Madrid como destino de su excursión? ¿Por qué el recorrido París-Madrid y no París-Roma o París-Viena?”, le pregutaban muchas veces. En 2023 se han cumplido 130 años que el periodista y poeta francés hiciera este viaje en siete días sobre dos ruedas. De esta hazaña escribió el libro ¡Bici! ¡Toro!, que en España ha publicado Interfolio con traducción de Mariano Serrano.
“La bicicleta ha sido la más hermosa conquista del hombre, a parte de la poesía”, se empeña en demostrar. Él era “un francés, hijo de un ingeniero que estuvo trabajando de periodista en muchos periódicos, como Le Moniteur universel o Le Petit Journal, y que se enamoró completamente de la bicicleta”, cuenta Ángel Sanz, editor de Interfolio, en Como andar en bicicleta.
Ilustrador e ingeniero
En esta aventura le acompañó el ilustrador Henry Farman, que no pasó a la historia por este viaje sino por ser uno de los fundadores de La Société Générale des Transports Aériens (SGTA), “que es lo que después integraría Air France junto a otras empresas.
Farman está asociado a un avión que se llamaba Goliath, que es el primer avión de pasajeros que hizo el vuelo París-Londres”. Además, fue piloto de Renault “en las primeras carreras de coches y estudió ingeniería aeronáutica”.
“Esta maravillosa herramienta”
Partieron de París un 25 de junio de 1893 desde la embajada española y tenían que llegar el 2 de julio a la embajada francesa en Madrid. “Sea como fuere, no me voy a echar atrás en mi intento si puedo demostrar, no solo al mundo de la bicicleta, sino también a los profanos, lo que puede hacer un simple aficionado con esta maravillosa herramienta: la bicicleta”.
El horno castellano
A lo largo de todo el viaje se enfrentan a todo tipo de problemas mecánicos e inclemencias temporales. Cuenta De Perrodil que dirección de Valladolid los caminos castellanos se habían transformado en “un horno”: “Una llanura inmesa y árida a través de la cual, durante más de 350 kilómetros, transcurre una carretera blanca, sin que un solo árbol, un arbusto siquiera, o la planta enclenque, intercepte los rayos del sol”.
“Era una cosa alucinante”
“Lo que más me sorprende a mí es el hecho de que en 1893, sin redes sociales y con la comunicación que había, que la gente se enterara simplemente a través de los periódicos, en España también. Los esperaban en las ciudades y era una cosa alucinante”, destaca Ángel Sanz. Mandaban la información a través del “telégrafo” que “no llegaban a ser artículos sino que eran frases, notas, como flashes”.
“La multitud ya no se contenta con formar una fila, sino que se desborda. Yo empezaba a inquietarme seriamente”, escribió en ¡Bici! ¡Toro!. “A medida que íbamos adentrándonos en Madrid, ni los mismísimos caballos sirven para retener a estas masas populares que se lanzan hacia este ejército en marcha”.
Además de estos recibimientos, algunos multitudinarios, también se les unen ciclistas durante el viaje: “Acompañados por dos ciclistas de Burgos (que no iban a llegar demasiado lejos), nuestro fiel amigo Ribed y otro ciclista madrileño, el señor Lozano, que había venido a nuestro encuentro para acompañarnos, también él, hasta Madrid”, escribió De Perrodil.
Un trozo de pan
Durante los sietes días se enfrentan a situaciones delirantes de todo tipo que cuenta de una manera muy divertida en ¡Bici! ¡Toro!. Como por ejemplo, cuando llegan al pueblo de San Cristóbal de la Vega, Segovia, del que dijo que iba a permanecer “grabado” en su memoria “mucho tiempo” y añadió que su nombre “evoca la dichosa velocidad y que tan singularmente contrastaba con nuestro estado lamentable. Nos indican una fonda y, en efecto, vemos enseguida sobre una puerta un rótulo que dice posada”.
— ¿Nos podría servir algo para almorzar? — pregunto a la patrona, cuyo aire malhumorado y de pocos amigos no me augura nada bueno. — No, señor. No tengo nada. — ¿Ni un poco de leche?— ¿Leche? No, no me queda nada de leche a esta horas. [...]— ¿Y vino?— No, señor, tampoco tengo vino. — ¡Cómo! ¿Tampoco vino? ¿Entonces qué diferencia hay entre su posada y la casa del vecino?[...]— ¿Tiene usted pan al menos?
Añade en el libro que “la buena mujer tiene pan, siempre el mismo pan, duro y sin levadura, aunque, a decir verdad, no tiene mal sabor [...]. También tiene jamón la vieja, pero más bien es un trozo de granito”.
50 minutos de retraso
“Dicen que van a llegar a las 18.00. Fíjate que siete días y 1400 kilómetros en bici y en 1983. Mira a ver qué previsión te vas a hacer, cuándo vas a llegar. Resulta que llegan con 50 minutos de retraso, lo cuál no deja de ser curioso”, concluye Ángel Sanz. En Madrid fueron recibidos por, entre otros, Emilio Castelar: “Yo, queridos amigos, estaba en medio de la multitud que salió a aclamarles; yo también les gritaba ¡Viva Francia!”, les reconoció el expresidente de la República pocas semanas antes de retirarse de la política. De Perrodil cuenta en ¡Bici! ¡Toro! que le admira por los textos que había leído de él en la prensa francesa, por su talento como orador y por el liberalismo y sus ideas moderadas.