'Tarde para la ira', el thriller cañí, hiperrealista y extremo de Raúl Arévalo
- Una ópera prima que deslumbró en el Festival de Venecia, ganadora de 4 premios Goya
- Tarde para la ira (2016), ya disponible gratis en el catálogo de RTVE Play
Antonio de la Torre y Luis Callejo protagonizan Tarde para la ira, una espiral de venganza de la que es mejor no conocer demasiado antes de adentrarse en ella. Uno de los thrillers más brutales de los últimos años, brillante ópera prima como director de Raúl Arévalo, que puedes ver en RTVE Play. Esta historia cañí, llena de extremos, cuenta la catarsis de un hombre que, tras perpetrar un atraco, resulta ser el único de los implicados que es detenido y es condenado a ocho años de prisión. Cuando sale de la cárcel, solo piensa en volver a su barrio, vivir en calma con su novia y amigos, pero se encuentra con algo inesperado y un desconocido: José (Antonio de la Torre). Desde ahí, queda poco para que se desate la furia.
Tarde para la ira arranca con un plano secuencia electrizante y memorable que es ya historia de nuestro cine. Desde ese momento la película atrapa al espectador hasta el plano final. Una película llena de violencia que habla sobre violencia. Lo hace desde paisajes periféricos pocas veces retratados con tanta fuerza y tanta verdad en la gran pantalla. Tiempo de revancha, bajo un sol de justicia (¿o es de injusticia?) en el que Arévalo se rodeó además de otros grandes nombres como Manolo Solo, ganador del Goya al Mejor actor de reparto por su trabajo en esta película o Ruth Díaz, que obtuvo el premio a la mejor actriz en la sección paralela Horizontes del Festival de Venecia 2016.
Una ópera prima maestra
La primera incursión en la dirección de largometrajes del actor Arévalo no pudo tener una mejor acogida. Con un enorme éxito en taquilla, el respaldo que obtuvo en los Goya 2017 fue abrumador, gran triunfador con cuatro premios. Cuando se lanzó a la dirección, Arévalo acababa de obtener uno de sus mayores reconocimientos interpretativo s, gracias a su papel en La isla mínima, de Alberto Rodríguez, y contaba con la confianza que da una carrera consolidada. Tarde para la ira partía con once nominaciones, de las cuales se terminó haciendo con cuatro galardones, entre ellos el de mejor película, director novel, guion original. Un sueño más que cumplido para el novel cineasta que siempre pensó en dirigir antes que en actuar.
De niño devoraba las estanterías de acción del videoclub, años después su padre le enseñaría el trabajo de alguno de los grandes nombres de nuestro cine: las películas que producía Querejeta, Saura, Los santos inocentes (homenajeada explícitamente en la banda sonora de Lucío Godoy en esta película), El crimen de Cuenca. Por el camino, sin embargo, se cruzó el teatro y después su apabullante debut en azuloscurocasinegro (2006), tras la que le siguieron una vertiginosa veintena de películas, amén de series de tv y obras de teatro.
Aprendiz silencioso, observador e inquieto
Durante todos los años que se curtió como actor, Arévalo era, ante todo, muy inquieto por lo que sucedía en todos los planos del rodaje. Ha trabajado bajo las órdenes de Sánchez Arévalo, Almodóvar, Cuerda o Ruiz Caldera. Años de experiencia delante de las cámaras que le han servido para empaparse de quienes estaban detrás de ellas. No solo de directores, sino de directores de arte, fotografía, vestuario a los que preguntaba el oficio.
La tranquilidad profesional que vivió en a mediados de los 2000, favoreció que comenzase a dar forma a esta historia junto con su amigo David Pulido. Una historia que le sirvió de autoexploración, que partía precisamente de una observación sobre sí mismo. “Tengo mis arranques de ira, como cualquiera, y es un tema que me obsesiona. Más allá de que disfrute de la violencia como espectáculo de películas tipo Kill Bill, quería contar una historia de violencia seca y áspera”, recuerda sobre el origen del proyecto en una entrevista con RTVE.
La chispa creativa de su debut surgió de llevar al extremo conversaciones de bar de barrio, como el que tenían sus padres en Móstoles, cuando, tras aparecer un crimen truculento, algún parroquiano espetaba: “si a mí me hacen eso, cojo la escopeta y…”. Explorar esos puntos suspensivos es la trama de Tarde para la ira. Pulido, que más que guionista fue psicólogo, comenzó a orientar las pautas de un personaje que duerme la venganza.
Rodada a la vieja usanza
Rodada en 16 mm (que ya no se revela en España y tenían que mandar a Rumanía), el grano y la textura del celuloide casan a la perfección con la estética cañí de la película. Pero el hecho de rodar en celuloide limitaba el número de tomas, por lo que el ensayo y la precisión en el trabajo de todos era una cuestión esencial. Arévalo ha contado que llegó a odiar su película porque se obsesionó en el proceso de montaje, en el que estuvo presente en todo momento. Una mezcla de inseguridad y perfeccionismo que se calmó cuando todo quedó bien armado y llegaron los primeros pases en los que se sucedían las felicitaciones sinceras de sus colegas.
La afonía memorable de Manolo Solo
Manolo Solo se hace con la película con un papel secundario para el que Arévalo le pidió una voz completamente afónica para interpretar a su personaje: El Triana. “Era un gran riesgo, Manolo me decía que iba a hacer el ridículo y yo le decía que iba a ser mítico”, reconocía el director. Aunque el propio actor lo negaba, hay mucho trabajo detrás de este pequeño papel. Hay que leer muy bien la calle y tener tablas para dar vida a un personaje así. Un hombre que, por perrerías de la vida, se ha hecho un hueco entre la morralla del barrio y ha puesto en valor sus defectos disfrazándolos de virtudes. Un sinvergüenza adorable.
Un homenaje a su barrio y su pueblo de infancia
Retratar con honestidad los escenarios de la película tuvo mucho que ver con que Arévalo los conocía al dedillo. Parte de la identidad y marca personal de la película está en la selección de la ambientación. El actor se lo llevó a su terreno, a sus atmósferas, a los lugares en los que creció. Gran parte de la trama tiene lugar en Martín Muñoz de las Posadas, el pueblo de sus padres situado en la provincia de Segovia.
Al margen de la carretera y el pueblo, la película también es puro barrio de periferia madrileña, de los confines de la M-30, del mundo quinqui retratado de manera hiperrealista, aunque en el marco de una trama extrema. Un guiño a su Madrid natal y a los barrios que siempre ha frecuentado: Usera, Vallecas y Móstoles.