Así trabajan los últimos pastores trashumantes de Navarra
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Una nube de polvo que ascendía por encima de los campos de cultivo delató la posición del rebaño que avanzaba sin descanso. Al acercarnos, escuché el tintineo de los 2.000 cencerros y descubrí a otras tantas ovejas bañadas por la luz del atardecer. En ese momento fui consciente de que iba a ser testigo de algo mítico, que por desgracia corre el riesgo de desaparecer.
Fran y Domingo son dos de los últimos pastores trashumantes que quedan en Navarra. Ambos heredaron el oficio de sus padres y de sus abuelos. Esa cultura nómada corre por sus venas y si continúan adelante con los sacrificios que esta vida supone, es porque no quieren verla desaparecer.
Trashumancia, regulada en España por orden de Alfonso X
Desde que eran a penas unos niños realizan la ruta desde los pastos de Tudela hasta las cumbres del Roncal dos veces al año. 160 kilómetros a pie que recorren en 5 días, atravesando la Cañada Real de los Roncaleses, una ruta con siglos de historia.
La trashumancia quedó regulada en España por orden de Alfonso X el Sabio en 1273, que mediante el Concejo de Mesta dotó de protección a los caminos usados por los pastores con el fin de preservarlos de posibles violaciones. En total las vías pecuarias de España suman 125.000 kilómetros.
Hasta el siglo XIX cinco millones de reses trashumantes atravesaban Navarra. Actualmente la cifra no alcanza el medio millón. Cada año, cuando el calor del verano comienza apretar y los pastos de las llanuras navarras se tornan amarillos, Domingo y Fran ponen en marcha a su rebaño en busca de una segunda primavera.
De sol a sol, la jornada del pastor trashumante
Cuando eran niños, cargaban su equipaje en burros. Hoy lo hacen en un jeep en el que meten ropa, comida, tienda de campaña, mantas y botiquín. Les acompañan sus perros pastores, sin cuyo apoyo el pastoreo sería prácticamente imposible. La jornada comienza a las 5.30 de la madrugada, antes de que las primeras luces del día rompan la oscuridad de la noche.
Tras un escueto desayuno y cargar sus pertenencias en el jeep, aprovechan las primeras horas del día para hacer kilómetros. No es raro que el termómetro roce los 30ªC al mediodía. Es el momento de parar a descansar.
Ya por la tarde emprenden marcha en la segunda etapa de la jornada, que alargan hasta que se va el sol.
25 kilómetros diarios, en busca de la segunda primavera
Hay que estar en forma. Si alguna oveja se lastima o se pone enferma, tienen los medios para atenderla. Tras darle el tratamiento que necesita la meten en el remolque del jeep hasta que se recupera. Antiguamente no les quedaba más remedio que dejarlas como alimento para los buitres o aprovechar la carne para sus propias comidas. No es lo único que ha cambiado desde que eran niños.
Antes de dormir, Fran y Domingo montan en un momento un redil con un pastor eléctrico de quita y pon. En tiempos de sus padres, las guardias las hacían ellos acompañados de alguno de los perros, procurando que el rebaño permaneciera junto y quieto durante toda la noche.
Hoy en día el pastor eléctrico les facilita mucho la tarea, pero la noche sigue siendo un momento vulnerable para el rebaño. A veces algunas saltan la valla del redil. Otras, la posible presencia del lobo o del oso les obliga a dormir con un ojo medio abierto. A penas a unos metros del rebaño montan su modesto campamento.
Un hotel con miles de estrellas
Siempre que pueden aprovechan a cenar caliente en algún bar de la zona. Pero cuando se encuentran demasiado alejados de los núcleos urbanos, lo hacen a la antigua usanza, tirando de embutido, queso y alguna que otra lata de conserva. Solos y en silencio en medio del campo, sólo se escucha el balido de las ovejas.
Domingo se mete en su pequeña tienda de campaña a descansar, mientras que Fran, arropado por las mismas mantas de lana que utilizó su padre, prefiere dormir al raso, en lo que él llama “un hotel con miles de estrellas” En esos momentos de oscuridad y soledad, en medio del campo despoblado, sienten más fuerte una íntima relación con la naturaleza y esta forma de vida. No hay duda de que la de pastor trashumante es una profesión dura, exenta de comodidades, sometida a las inclemencias del tiempo.
Trashumancia, ¿en peligro de extinción?
Los de fuera no podemos evitar contemplarla con cierto romanticismo. Para ellos es su cultura. La aman porque la conocen bien, porque han aprendido a disfrutarla, porque todos sus recuerdos y su identidad están ligados a esta vida nómada, que ahora se encuentra amenazada por la extinción. En toda España, apenas quedan 100 familias que se dediquen a la trashumancia.
Es el modo más económico y sostenible de mover al ganado, y el menos traumático para estos animales. Su desaparición, no implica sólo la pérdida de un patrimonio humano y cultural. También la de su importantísima función para la conservación de razas autóctonas, el desarrollo de la biodiversidad y la conexión de los ecosistemas que conforman los bellos y característicos paisajes Navarros.
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