Velázquez se hizo un 'selfi' que anticipa los dilemas del presente
- La presencia del espejo y el pintor en Las Meninas nos invita a reflexionar sobre la imagen en la era digital
- Diego Velázquez es uno de los 50 personajes que compiten en El mejor de la historia
El selfi que la presentadora Ellen DeGeneres se sacó junto a los invitados a la gala de los Oscar, entre los que se encontraban personalidades como Bradley Cooper, Meryl Streep, Brad Pitt, Jennifer Lawrence o Julia Roberts, ha cumplido diez años. Cuesta creer hoy en día que una imagen semejante revolucionase la red como lo hizo, manteniéndose durante años como el tuit más compartido de la historia. Algo que solo viene a demostrar que, aunque estemos rodeados de elementos de una vida que hoy parece cotidiana y banal, todos ellos fueron en algún momento, con toda probabilidad, una auténtica revolución de las formas.
En el siglo XXI estamos más que acostumbrados a contemplar nuestra imagen desde todas las perspectivas, desde diferentes ángulos e introduciendo modificaciones varias, aunque la cuestión de vernos a nosotros mismos no deja de resultar inquietante y problemática. También es sencillo que los resultados de búsqueda nos devuelvan, tras contemplar una obra, la foto del artista a golpe de clic. Pero hubo un momento donde esto no era ni tan común ni tan frecuente. Aunque la frase tiene algo de exageración cómica, se ha vuelto popular reconocer a Diego Velázquez como autor del "selfi más famoso de la historia". Pero lo cierto es que cuando el pintor, que forma parte de los personajes que compiten esta semana en el programa de TVE El mejor de la historia, se introdujo dentro de su cuadro, Las Meninas (1656), desafió las convenciones pictóricas de su época y planteó ideas que siguen vigentes en el pensamiento actual.
El cuadro retrata una escena de la familia del monarca Felipe IV, prefigurando el realismo pictórico y ofreciendo una imagen que hoy nos parece muy semejante a la imagen fotográfica. En el cuadro, parece que todos los presentes hayan sido sorprendidos en mitad de un movimiento, que el tiempo se haya detenido gracias al sonido de un obturador: tal vez por eso, aunque otros autores habían pintado sus autorretratos antes, o incluso se habían escondido dentro de uno de sus cuadros aprovechando la oportunidad del reflejo —es el caso, por ejemplo, del pintor flamenco Jan van Eyck y su misterioso cuadro El matrimonio Arnolfini (1483)— es Velázquez en quien reconocemos, casi, una imagen del futuro, y en quien buscamos las respuestas a la hora de desentrañar el régimen de imágenes de hoy.
Se pensaba antiguamente que ser fotografiado era equivalente a ser robado del alma; que la imagen estaba inseparable y materialmente ligada con la realidad, y no había tal cosa como una diferencia entre la representación y el sujeto representado. Esta idea, que en el caso de la fotografía analógica tenía que ver con su capacidad para imprimir físicamente la luz en un material fotosensible, también aparecía ligada a la pintura y a la mano del artista virtuoso. Como imaginaba Oscar Wilde en El retrato de Dorian Gray, un cuadro parece capaz de encerrar incluso lo invisible del ser humano, de devolvernos una imagen moral y dotada de espíritu. Las Meninas es un laberinto en el que los ojos se pierden sin poder, a la vez, desviarse de su objeto, y tal vez es por eso: porque la composición nos transmite una enorme sensación de vida.
A la vez, como la selfi o la imagen digital contemporánea, el cuadro de Velázquez es, decididamente, una construcción: está perfectamente calculado para contener significados y esconder tanto como muestra, dando lugar a investigaciones profundamente complejas que van desde lo material hasta lo filosófico. Obra maestra de la pintura universal, la presencia del espejo en el cuadro lo convierte en todo un tratado reflexivo sobre el acto de ver y de representar, sobre las diferencias entre pintura y realidad y sobre los límites del propio cuadro, con los que un pintor inteligente puede jugar a su antojo.
En un momento en el que la inteligencia artificial y sus creaciones nos inquietan y parecen volver obsoletas las conversaciones que una vez tuvimos acerca del selfi, Las Meninas aparecen como un recordatorio del carácter siempre construido de la imagen. El cuadro es lúcidamente consciente de que ningún realismo es completo si deja fuera la mirada que opera en el procedimiento artístico. En un gesto de honestidad, si bien enigmático, Las Meninas nos muestra al autor inscrito dentro del cuadro y nos recuerda que, sea cual sea el momento tecnológico que habitamos, la producción de imágenes es un impulso profundamente humano que también encierra al autor, no sólo al sujeto representado.