Ni de regadío ni de secano: la agricultura española se adapta al cambio climático
• La agricultura debe adaptarse los efectos del cambio climático en los cultivos a la vez que reduce su impacto en la contaminación.
• Junto al sector agrario, se prevé que en España la industria del turismo también se vea muy afectada por la crisis medioambiental
Justo detrás del Palacio de la Moncloa, compartiendo terreno con el presidente del país, se sitúan los campos experimentales de la Universidad Politécnica de Madrid, donde la investigadora Margarita Ruiz estudia las variedades de distintos cultivos para comprobar cómo el cambio climático afecta los conreos.
La crisis medioambiental actual es una de las mayores amenazas para la agricultura. Ello implica no solo un riesgo para la seguridad alimentaria o la economía, sino también la obligada transformación del paisaje y de los métodos de producción y consumo. Su adaptación tiene una doble función: por un lado, reducir sus emisiones, que suponen una contribución importante a la contaminación del planeta, y por otro, ser capaz de soportar las alteraciones que el cambio climático provoque en este campo.
Como apunta Ruiz, además del aumento progresivo de las temperaturas, los cultivos están sometidos a la vulnerabilidad que conlleva la impredecibilidad de los patrones climáticos, con fenómenos cada vez más comunes y extremos, lo que dificulta la organización del cultivo, altera su desarrollo y genera grandes pérdidas materiales y económicas. La sequía, las lluvias torrenciales, las olas de calor o los cambios en la estacionalidad, entre otros, están afectando en el ritmo y el calendario natural de las especies.
La afectación en España: un problema en alza
A pesar de que todos los cultivos se están viendo afectados, en España son los cereales los que están sufriendo los estragos de esta crisis, como apunta Ruiz, “debido al encadenamiento de las sequías con las olas de calor que se han producido estos últimos años”. La falta de lluvia ha obligado a cambiar el ciclo, pero también se están produciendo por las heladas y el pedrisco que han llegado de forma imprevista y que han causado grandes estragos en los frutales.
La situación es crítica hasta para el olivo, un cultivo tradicionalmente muy resistente. En 2023, floreció antes de tiempo debido a las altas temperaturas, y, debido a la poca agua del suelo, muchas flores no acabaron de germinar, disminuyendo profundamente a la cosecha.
Aunque el cambio climático repercuta en la agricultura de todo el planeta y su mitigación deba ser global, la adaptación de los cultivos requiere un enfoque local. Como apunta Ruiz, “algunos cultivos que ahora se producen en verano van a pasar a hacerlo en primavera. Aunque ya ha ocurrido, se va a ir desdibujando la frontera entre secano y regadío. Ya no es un método absoluto, sino muchos cultivos con uno o dos riegos para ir utilizando el agua justo donde más provecho vaya a dar”.
“La postura del productor deberá ser más flexible y táctica.“
Esta situación obliga a los agricultores a barajar todos los escenarios posibles en el proceso de producción, sujeto a la llegada de condiciones atípicas durante todo el año. Y con ello, “la postura del productor deberá ser más flexible y táctica, aprovechando cada oportunidad según el año”, comenta Ruiz, por lo que se necesitarán “agricultores con más conocimiento, informados y con capacidad financiera para gestionar y reaccionar”. Esto implicará, por ejemplo, “apostar por sembrar variedades más resistentes cuando aparezcan los eventos extremos y que escapen de los momentos más críticos de la temporada”.