¿Por qué Felipe II encarceló a la Princesa de Éboli hasta su muerte?
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Los artesonados renacentistas del Palacio Ducal de Pastrana quedaron marcados con la historia de la princesa de Éboli, encerrada en vida durante once años. Alonso de Covarrubias jugó con los techos y las figuras geométricas, como los de la Torre de la Hora, donde la duquesa de Pastrana quedó recluida varios de ellos.
Tras la muerte de la princesa el palacio siguió funcionando como residencia principal de Los Duques de Pastrana manteniendo vivo el recuerdo de Ana de Mendoza. Finalmente en el siglo XIX el palacio, como muchos de los bienes, fueron donados a la Compañía de Jesús por los décimosegundos duques de Pastrana.
Una cárcel de lujo llena de oscuridad
Tras cuatro meses desde que el palacio se transformó en cárcel, la prisión se estrecha. Del piso principal se eligen tres habitaciones a las que se redujo su vida. Sólo había una ventana al exterior de la plaza principal de la villa y las otras dos daban al patio.
Estos escasos 20, 30 metros del Palacio Ducal se convirtieron en un ataúd en vida que ella definió como: “una cárcel oscura”. Incomunicada y aislada, no tenía libertad para moverse ni siquiera por la capilla y encima en 1590, cuando ya llevaba nueve años encarcelada y le quedaban dos de vida, Felipe II quiso encerrarla aún más poniendo rejas en sus ventanas, dificultando la visión del exterior y evitando que la luz del sol pudiera pasar, creando un ambiente más oscuro y aumentando la crueldad del ya de por sí, terrible castigo.
La princesa era una mujer libre, por nacimiento, por linaje y por educación y siempre cercana a las altas esferas del poder. No dejó de escribir al rey y sus consejeros rogando por la justicia y por su libertad, declarando sin cesar, que ella no ha hecho nada contra el rey.
Encarcelada, incomunicada, mal alimentada y envenenada
Durante los once años de su encarcelamiento, la princesa de Éboli mantuvo estrechos vínculos con todos sus hijos, pero en especial con la pequeña, Ana, que permaneció a su lado desde los 8 a los 29 años.
Madre, hija y tres criadas que las acompañaban pasaron auténtica necesidad y la princesa sentía pánico de ser envenenada, por eso pidió tener siempre a su cocinero de confianza. Pero sus peores miedos se confirmaron, cambiaron de cocinero, la envenenaron, enfermó y estuvo a punto de morir.
Tras este terrible episodio, Madre e hija trazaron un plan de huida que les llevó hasta el convento de monjas concepcionistas franciscanas donde disfrutaron de un año y medio de tranquilidad hasta que el rey ordenó nuevamente que fueran devueltas a su encierro en el palacio.
¿Cuál fue el motivo de la “leyenda negra” de Felipe II?
La historia sigue sin poder escribir el motivo principal del cruel encierro sobre la princesa de Éboli. Tal vez por querer casar a sus hijos con los del reino de Portugal, por su gran belleza, por sus amoríos, por haber participado en el asesinato de Escobedo, por desafiar al todopoderoso Felipe II, para servir de ejemplar castigo…
Lo que sí se sabe es que Ana de Mendoza era una mujer de encumbrada estirpe, inteligente, influyente, adelantada a su época y difícil de domar. Una princesa que dejó una huella imborrable en la historia de nuestro país. Ahora descansa en la Colegiata de Pastrana, junto a su marido, Ruy Gómez de Silva, y alguno de sus hijos.