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El misterio de Gila: soldado, bombero o cirujano, pero siempre con el teléfono a mano. ¿Por qué lo utilizaba?

Por
Gila, en Imprescindibles
Miguel Gila Cuesta y su inseparable teléfono

Supo reírse de todo, con humor negro, ácido y crítico. Y supo hacernos reír, a pesar de tocar temas muy serios. Manuel Gila Cuesta hizo de todo antes de ser artista, hasta escapar de un pelotón de fusilamiento. El estallido de la Guerra Civil hizo que su juventud saltara por los aires y se alistó como voluntario en las filas republicanas. En Córdoba pensó que iba a morir, pero los que tenían que apretar el gatillo estaban borrachos. "militares que tenían que disparar estaban tan borrachos que fallaron y él se hizo el muerto. "Nos fusilaron al anochecer; nos fusilaron mal. El piquete de ejecución lo componían un grupo de moros con el estómago lleno de vino, la boca llena de gritos de júbilo y carcajadas", contaba en sus memorias.

XIII, la firma de Gila

La guerra estuvo a punto de costarle la vida, pero luego fue su mejor forma de ganársela. "Me pilló la guerra cuando estaba empezando a madurar, y la viví muy intensamente y muy de cerca. De ahí saqué todas estas historias de la guerra", decía Gila, a quien la prensa apodó 'La bomba del humor'. Empezó haciendo chistes en papel en Zamora, y su popularidad se extendió cuando empezó a publicar en La Codorniz, firmando con un escueto nombre: XIII. Hizo humor con soltura, sin prejuicios, con un tono amable y crítico a la vez. "Lo malo de las guerras civiles es que no sabes si el enemigo soy yo o eres tú", se lee en una de sus viñetas.

Su genialidad le abrió las puertas de la publicidad y su talento le llevó al teatro, la televisión y al cine. Gustó a los mayores, a los jóvenes y a los niños, conquistó a sus compañeros y se convirtió en un maestro y espejo para las nuevas generaciones. "Es que consiguió que una guerra fuera algo divertido", dice Millán Salcedo, heredero de ese humor a veces absurdo y surrealista, igual que Joaquín Reyes.

Gila en el escenario con su teléfono

Cuando Gila comenzó a actuar en solitario decidió 'coger' el teléfono

Todos adoran al maestro Gila

Salcedo y Reyes son dos de los humoristas que intervienen en el documental, y junto a ellos vemos y escuchamos a artistas como Javier Cansado, Gallego y Rey, Fernando Esteso, Arévalo, Óscar Nebreda, Marc Lobato, Juan Carlos Ortega, Jaime Lobera, Peridis... Entre todos dibujan el retrato de un artista genial, brillante, creativo, "una fuerza de la naturaleza", dicen. Y también hablan del hombre detrás del cómico, una persona "melancólica, abstraída, cariñosa, simpática, aguda e inteligente", dice Serrat. Y el publicista Luis Bassat conoce el gran secreto de humorista. "Gila me dijo que cuando tienes un teatro lleno, con 800 personas, tienes que pensar como el más inteligente de ellos, pero tienes que hablar para que te entienda el más tonto".

"Mejor solo", decía Gila

Gila cambió las reglas del humor, supo ser tierno y feroz. En teatro formó parte de la compañía de Tony Leblanc con el espectáculo Todos contra todos, pero decidió estar en solitario: a solas con su teléfono. "Surge de la necesidad de dialogar y la no necesidad de de compartir con otro actor mis actuaciones. Pero no temor de compartir el sueldo que ganamos, pero ya sé que las parejas, por lo general, es muy difícil que perduren", dijo.

Retrato de Gila

Manuel Gila murió el 13 de julio de 2001

Era un hombre pequeño, "canijo y delgado", dicen en el documental, pero era un gran actor y pasaba con soltura de ser un solado a ser un bombero e incluso un cirujano: una guerra, un incendio o una operación a corazón abierto eran su base para hacer reír. Y hace falta mucho talento para transformar el drama, la tragedia y el dolor en una sonrisa. Gila fue uno de los artistas más populares durante años, pero el hombre que había detrás del humorista fue, para muchos, un gran desconocido: Se casó por dinero, como el mismo contó; no quiso reconocer a su segunda hija, como reveló ella en 'Lazos de sangre'; y murió arruinado, hasta el punto de que su familia no pudo pagar su funeral. ¿Quién lo pagó?