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¿Por qué desconfiamos de algunas personas? El origen social de los estereotipos

  • Los estereotipos pueden convertirse en discriminación, un problema latente en ámbitos como el trabajo, la educación o el acceso a la sanidad
  • 'El Cazador de Cerebros' entrevista a Susan Fiske, una de las fundadoras del campo de la cognición social y experta en prejuicios en las relaciones humanas

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¿Por qué desconfiamos de algunas personas? El origen social de los estereotipos
Pere Estupinyà en el juego "Quién es quién".

Clasificamos las personas según determinados rasgos: edad, género, profesión, clase social, afinidades… No es una manía, el cerebro humano está pre programado para organizar elementos en categorías, y lo hacemos con independencia de la cultura a la que pertenecemos o la época histórica. Pero ¿dividir a los demás en grupos, nos hace más fuertes o nos divide? ¿Afecta a nuestras relaciones sociales?

‘El Cazador de Cerebros' aborda esta cuestión con la catedrática y premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento Susan Fiske, una de las fundadoras del campo de la cognición social, la rama de la psicología que estudia cómo la sociedad percibe, interpreta y responde ante un entorno social determinado. 

Prejuicio no es lo mismo que discriminación

A menudo se utilizan los términos estereotipo, prejuicio y discriminación indistintamente, pero tienen implicaciones diversas. “Los prejuicios suelen describir los sentimientos que tienen las personas hacia los exogrupos, los grupos a los que no pertenecen, mientras que los estereotipos son pensamientos o creencias”, explica Fiske. En este sentido, "las emociones son un predictor de la conducta mucho más útil que los dogmas, si alguien te dice que cierta persona "le da asco", ya puedes imaginar lo que hará si se la encuentra. Si dice: "creo que es boba", no predice tanto el comportamiento de esa persona”. Ya lo dice el famoso refrán, “lo que dice Pedro de Pablo dice más de Pedro que de Pablo”.

Los prejuicios son malos para quien los recibe, pero también para quien los profesa.

Los estereotipos son el atajo que el cerebro ha desarrollado para tener rápidamente una percepción sobre los demás. Son como una especie de mecanismo de supervivencia, como no tiene tiempo de elaborar un retrato individualizado, toma este camino para favorecer la interdependencia, el poder trabajar con los demás en un entorno en el que dependen unos de los otros. Estos atajos suponen una ventaja en algunas situaciones, pero también pueden derivar fácilmente en prejuicios, que conducen a la discriminación. “Los prejuicios son malos para quien los recibe, pero también para quien los profesa. Es perjudicial para la salud, es un estado de enfado constante que te impide experimentar las cosas buenas de los demás seres humanos”, añade.

Dividir las personas según la calidez que nos generan

Una de las mayores contribuciones de Fiske en este campo es el modelo de contenido, una guía que categoriza cómo los estereotipos clasifican a las personas en función de dos dimensiones variables: la calidez y la competencia. “La primera es una dimensión muy importante en la impresión que se tiene de los demás, depende de las intenciones de las personas, de si percibimos que tienen propósitos hostiles o bondadosas”, apunta la socióloga. Sobre la competencia, “depende de si los creemos capaces de actuar según su intención, y acabamos haciendo mapas para reflejar este contenido de los estereotipos”.

¿Por qué desconfiamos de algunas personas? El origen social de los estereotipos

Modelo de contenido de los estereotipos

Estas dimensiones generan cuatro tipos de estereotipos a los que se asocia una emoción, aunque su ubicación depende también de la cultura, del país al cual hace referencia o a su región: 

  • Calidez y competencia altas equivalen a admiración, como la clase media.
  • Calidez baja y competencia altas implican envidia, presente en la imagen de los ricos o de los profesionales.
  • Calidez alta y competencia baja son signo de compasión, una emoción que podemos encontrar en perfiles como las personas discapacitadas.
  • Y por último, si tanto la calidez como la competencia son bajas, suscitan desprecio. Los inmigrantes son un ejemplo de este estereotipo.

¿Y cómo son los españoles?

“Los españoles están orgullosos de ser españoles y de ser blancos”, cuenta Fiske. Sin embargo, no todo es tan categórico y han detectado la existencia estereotipos mixtos, donde una dimensión es baja y la otra alta. Esto ocurre en el caso de las personas mayores, por ejemplo, que son percibidas como incompetentes pero bienintencionadas, de fiar pero no muy listas. De hecho, tienen un perfil muy similar al de los hippies. Y si se tienen en cuenta grupos con una visión mucho más negativa, encontramos las personas sin hogar, consideradas poco fiables e incompetentes por no tener una residencia, o los adolescentes, en el cuadrante del desprecio.

Nacemos con una predisposición natural a relacionarnos con personas parecidas a nosotros, y sentirnos incómodos con quien no cumple nuestros parámetros de lo que creemos deseable o aceptable, pero, para cambiar esta dinámica, Fiske considera que hay que “generar interdependencia con el exogrupo, trabajar mano a mano para que las personas acaben acostumbrándose unas a otras”. 

“Una de las conclusiones a las que he llegado tras todos estos años es que hay algo que nunca falla: respetar a la gente. Si no sabes cómo actuar o cómo relacionarte con alguien, céntrate en respetar sus valores”, defiende.