Los relatos olvidados de la Inquisición
- Raúl Ferrero nos presenta la historia de personajes como Esperanza Abadía y Cayetano Ripoll
- ¿Sabías que la Inquisición prohibió El Lazarillo de Tormes?
La Inquisición encuentra su origen en las preocupaciones del prior de los dominicos del convento de San Pablo de Sevilla, Alonso de Ojeda. Cuando los Reyes Católicos llegaron a Sevilla en 1477, fray Ojeda comunicó a la reina que había prácticas judaizantes entre los conversos andaluces. Tras escuchar su queja, Isabel I de Castilla ordenó que dos clérigos, Pedro González de Mendoza, arzobispo de Sevilla, y el célebre dominico Tomás de Torquemada, investigaran la situación. Ambos confirmaron las afirmaciones de Alonso de Ojeda, lo que llevó a la instauración de la Inquisición en la región.
En este momento es cuando se decide acabar con esos "falsos conversos" y se insta al papa Sixto IV que emita una bula que legitime esa persecución, siendo promulgada el 1 de noviembre de 1478 bajo el nombre Exigit sinceras devotionis affectus, por lo que quedaba implantada la Inquisición con el fin de mantener la ortodoxia católica en los territorios reinados.
¿Cómo se elegían a los Inquisidores?
En opinión de Raúl Ferrero Martínez, autor del libro Valencia hereje y uno de los últimos invitados de Espacio en blanco, la estructura de la Inquisición contenía una notable fuerza política. Por ejemplo, la figura más alta en este sistema era el Gran Inquisidor, que en este caso fue Tomás de Torquemada. Él era el máximo responsable y tenía autoridad sobre toda España, aunque su nombramiento dependía del papa, quien seleccionaba al candidato a propuesta de los reyes. Esto nos muestra que la monarquía ejercía un poder considerable sobre la Inquisición, incluso mayor que el de los propios clérigos o de la Iglesia.
Además, apunta que existía el Consejo de la Suprema Inquisición, que era el órgano de gobierno y administración de la Inquisición, con sede en Madrid. Este consejo estaba formado por teólogos y juristas que se encargaban de seleccionar a los inquisidores.
Composición de los tribunales
Cada uno de los tribunales contaba al inicio con dos inquisidores, un calificador, un alguacil y un fiscal, el "encargado de redactar la orden de arresto". Con el tiempo fueron añadiéndose nuevos cargos. El primero "determinaba si la actitud del acusado quebrantaba la fe católica y esa figura era encarnada por un teólogo", explica el experto. Mientras que los consultores "eran juristas que asesoraba a los inquisidores, pero no tenían mucha relevancia, puesto que al final la postura jurídica no prevalecía sobre la eclesiástica", ha indicado en los micrófonos de Radio Nacional.
Raúl Ferrero Martínez destaca la figura de los familiares, una figura muy interesante: "Eran los que comunicaban donde había herejías y donde se quebrantaba esa doctrina católica", apunta. También hace mención al nuncio, un clérigo, que "se encargaba de redactar los comunicados del tribunal anunciando qué tipo de herejía se habían cometido". El tribunal contaba además con tres secretarios: el notario del secreto, el escribano general y el notario de secuestros. A este último "se le conocía por registrar y custodiar las pertenencias del reo".
Las personas perseguidas por la Inquisición
Principalmente "se persiguieron a los judeoconversos y los moriscos, incluso más que la brujería y la hechicería. También se persiguieron delitos relacionados con la bigamia y la homosexualidad", expone. Sin embargo, en el caso de los judeoconversos, se les obligó de alguna forma a bautizarse y a convertirse al cristianismo. Se les conocía como los cristianos nuevos, en contraste con los cristianos viejos. Estos cristianos nuevos siempre fueron mal vistos. A pesar de que se habían abrazado a la Iglesia Católica en su intimidad, continuaban realizando actos propios de su antigua religión y se negaron a renunciar a sus tradiciones, cultura, actividades diarias y oraciones, como es el caso de Luis Vives.
Y aunque existe una leyenda negra que sostiene que en España la Inquisición exterminó a un gran número de brujas, la cifra real fue de solo 56, y en otras partes del mundo fue mucho más severa.
Esperanza Abadía, la hereje valenciana
Esperanza Abadía era una mujer que acudió a la calle Angosta del Almudín por su enamoramiento hacia un conocido librero de Valencia que no le prestaba atención. Fue allí donde le enseñaron un conjuro que decía: "Te conjuro por doña María de Padilla y toda su cuadrilla, por el Marqués de Villena y su gente, por la mujer de Satanás, por la mujer de Barrabás, por la mujer de Belcebú. Así como estas tres estaban unidas y venían juntas en paz, venga su corazón, atado, preso y enamorado", recita el experto.
Así fue como Esperanza Abadía, con sus sortilegios, intentó atraer el amor que tanto anhelaba. Sin embargo, una amiga suya la denunció por las prácticas que allí se realizaban, alegando que eran rituales demoníacos y brujería. En consecuencia, en el año 1655, Esperanza Abadía fue desterrada de Valencia por cinco años. Como menciona Raúl Ferrero Martínez, no hubo quema de brujas. También latigazos y fue objeto de escarnio público.
Cayetano Ripoll, el último asesinado por la Inquisición
Cayetano Ripoll fue un profesor nacido en 1778 en el seno de una familia modesta. Desde pequeño, quedó al cuidado de su tío, quien lo instruyó de acuerdo con los preceptos del dogma cristiano. Estudió gramática, filosofía y teología, y pasó mucho tiempo en Francia. Al regresar a Valencia, comenzó a impartir clases.
Raúl Ferrero afirma en Espacio en blanco que Ripoll fue acusado de no instruir a sus alumnos según el dogma cristiano, ya que no hacía rezar a sus estudiantes. Se le tildó de deísta por no aceptar los dogmas de la Iglesia, como la virginidad de la Virgen, la encarnación del Verbo y los misterios de la Santísima Trinidad. Además, él no asistía a misa ni entraba en iglesias, y en lugar de comenzar la clase con "Ave María Purísima" decía "¡Alabado sea Dios!".
Finalmente, fue condenado a muerte y ahorcado por la Inquisición. Su cuerpo fue luego colocado dentro de un barril, el cual llevaba dibujos de llamas como símbolo de herejía, indicando que debería haber sido quemado.