Uno de cada tres edificios provoca enfermedades a sus trabajadores: "Hay que construir pensando en las personas"
- La lipoatrofia semicircular y las enfermedades respiratorias, principales patologías asociadas
- La mala ventilación, las humedades y la suciedad ambiental, principales causas
Son cientos, miles, los edificios altos, acristalados, herméticos y llenos de oficinas que plagan nuestras ciudades. Templos modernos que albergan a miles de trabajadores y usuarios cada día; emblemas arquitectónicos que incluso dan fama a una ciudad, pero pocos se preguntan si esconden algún peligro oculto…
“Estornudos, ojos rojos, nariz tapada, molestias en la garganta... y ya en casos más graves, lipoatrofia semicircular…”, afirma el doctor Mario Borin, especialista en medicina del trabajo y estudioso en la materia.
“La lipoatrofia semicircular consiste en una especie de hendidura que aparece en el tejido graso de piernas o brazos y que está provocada por existir demasiada electricidad estática en el puesto de trabajo…” afirma, si bien “no hay que asustarse, solo es un problema estético, nada más”.
La Organización Mundial de la Salud afirma que aproximadamente el 30% de edificios de oficinas presenta el síndrome de edificio enfermo; es decir, por su estructura, materiales y sistema de ventilación, provoca patologías a trabajadores y usuarios.
“Trabajo en un búnker, sin ventilación, y con un montón de aparatos electrónicos“
“A los pocos meses de comenzar a trabajar noté algo raro en las piernas, como si me las hubieran estrangulado con una soga… resultó ser lipoatrofia semicircular”, nos cuenta Víctor, que trabaja en una empresa de cambio de divisas. “Trabajo en un búnker, sin ventilación, y con un montón de aparatos electrónicos… los de prevención no querían saber nada…”, recuerda.
Finalmente, consiguió que sus jefes adoptaran medidas como poner humidificadores y rebajar la electricidad estática: “Y ahora está controlado, aunque creo que tardaré bastante tiempo en tener las piernas como antes…”, nos dice.
Edificios cerrados y estancos
“Este edificio, el centro de vida comunitaria de Trinitat de Barcelona, lleva un año y medio cerrado. Emana formaldehido, un gas cancerígeno. Se ve que la madera del edificio está tratada con unos barnices que producen eso y hubo que cerrarlo de forma inmediata”, nos cuenta Ramon Samblas, delegado sindical de Prevención de riesgos laborales en el ayuntamiento de Barcelona.
El Ayuntamiento afirma que trabaja con unas pinturas que absorben el formaldehido, pero lo cierto es que el edificio, que incluso obtuvo premios arquitectónicos por su audacia constructora, sigue cerrado y sin visos de reapertura: “Es un edificio plagado de buenas intenciones y mal ejecutado. Hecho con materiales sostenibles e insostenible para los usuarios y trabajadores”, ironiza Samblas.
“Habría que colocar medidores de CO₂. Así sabríamos si el aire está limpio o sucio“
La plataforma Aireamos son un grupo de estudiosos e interesados en investigar la calidad del aire que respiramos, sobre todo en espacios cerrados, y denuncian que, precisamente, ese aire no siempre es bueno y convierte esos lugares en edificios enfermos: “Habría que colocar medidores de CO₂. Así sabríamos si el aire está limpio o sucio…; respirar aire sucio no trae más que enfermedades”, afirma Patricia Ripoll, portavoz de esta asociación.
¿Hay soluciones?
“La solución pasa por construir con materiales más naturales”, resuelve Íñigo Corrales, especialista en bioconstrucción. “Si aplicáramos lo que se hacía hace cientos de años con arcillas, maderas y vidrios… Todo mejoraría muchísimo. Hay que construir pensando en las personas y no tanto en la estética”, asegura.
Desde su empresa Kursaal de Hernani, Guipúzcoa, rehabilitan edificios enfermos que están provocando humedades y problemas respiratorios a sus habitantes: “Un edificio, sin duda, puede hacer enfermar a sus usuarios. Hemos visto moho generar graves problemas respiratorios”.
El ayuntamiento de Castelldefels ha tenido que reformar todo el edificio de servicios auxiliares: “Hubo un brote de lipoatrofia semicircular que se extendió como la pólvora entre las administrativas. Nos tuvimos que poner las pilas para atajar el problema. Hemos hecho ventanas donde no había, se han cambiado mesas y sillas, se han incorporado plantas, medidores de humedad y de electricidad estática… Una inversión de casi 400.000 euros para hacer del edificio un espacio sano”, nos cuenta Rubén Peláez, técnico municipal. “Hoy podemos decir que el edificio está curado, y las trabajadoras, también”.