Las carreteras del Imperio Romano no estaban llenas de losas enormes: esa imagen que tenemos es falsa
Durante siglos, la imagen de las calzadas romanas ha estado completamente asociada a enormes losas de piedra que cubrían todo su recorrido. Sin embargo, multitud de estudios han evidenciado que esta percepción es un estereotipo erróneo. Así se puede ver en el nuevo episodio de Ingeniería Romana.
Grava y cimentación: el verdadero secreto de las calzadas romanas
Varias investigaciones recientes han demostrado que las calzadas estaban construidas principalmente con capas de grava compactada, asentadas sobre una base sólida de piedras gruesas. Este sistema de construcción ofrecía una superficie lisa, regular y muy resistente, ideal para el tránsito de vehículos ligeros e incluso animales de tiro.
El enlosado o adoquinado se reservaba para las calles urbanas, donde era crucial evitar el polvo y el barro para facilitar el orden y la limpieza. En las afueras de las ciudades, el pavimento enlosado se extendía hasta los cementerios, donde estaban los mausoleos y monumentos funerarios. Pero más allá de estas áreas, la vía se convertía en una carretera funcional, diseñada para la eficiencia y la velocidad.
La construcción de estas vías comenzaba con la deforestación y el desbroce del terreno. Posteriormente, se retiraba toda la vegetación hasta encontrar una base firme. Los bordillos delimitaban el ancho de la calzada, y entre ellos se colocaban capas de piedras gruesas, medianas y finas. Todas ellas cuidadosamente compactadas para evitar huecos que impidieran su solidez y preservación en el tiempo.
La capa superior, llamada capa de rodadura, estaba formada por una mezcla de gravilla, arena y arcilla, caracterizada por la calidad de los materiales. Esta superficie permitía a los carros ligeros desplazarse a gran velocidad sin riesgo de accidentes, mientras que los caballos, que no estaban herrados, podían galopar sin dañarse las pezuñas.
El diseño de las calzadas incluía ligeras pendientes laterales que permitían drenar el agua de lluvia hacia cunetas situadas a unos 20 metros de distancia. Estas cunetas, recientemente descubiertas, no solo mejoraban la visibilidad del entorno, sino que también servían como una barrera de seguridad para evitar el acceso incontrolado de vehículos y proteger a los viajeros de posibles ataques de animales o todo tipo de asaltantes.
Gracias a esta infraestructura, los romanos podían realizar viajes rápidos y cubrir largas distancias en un solo día. Además, las rutas principales contaban con grandes instalaciones de servicio para los viajeros, como posadas y estaciones de relevo. Esto explica por qué el transporte terrestre romano alcanzó cifras significativas de viajeros y mercancías en movimiento.