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Érika Gabaldón, montañera ciega: "La cumbre es el símil de lo que consigues en la vida"

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De seda y hierro - Sin límites

El crujido de las hojas bajo los pies, el aire fresco y limpio que atraviesa el bosque, el sonido de la nieve compactándose con cada paso o la mano amiga de un compañero de ruta ayudándote a superar un obstáculo, son apenas algunas de las experiencias que el montañismo ofrece. Para Érika Gabaldón, ciega de nacimiento, la montaña no es solo un lugar de paisajes inalcanzables para su vista, sino un refugio sensorial donde el tacto, los aromas y los sonidos construyen un universo propio. Allí, entre árboles que reconoce con sus manos y senderos que pisa con cuidado, ha encontrado un espacio para superar sus propios límites y enseñar a otros que las cumbres son mucho más que un paisaje. Hoy, Érika es instructora de guías de montaña inclusiva.

“Para mí la montaña es como el símil de la vida, donde uno va recorriendo el camino, aguantando los diferentes obstáculos y tira hacia adelante con lo que venga”, afirma Érika en el programa ‘De Seda y Hierro’. Para ella, cada cima conquistada es un reflejo de los logros alcanzados. Su historia es una lección de cómo convertir las limitaciones en oportunidades para crecer y ayudar a otros a hacer lo mismo.  

Desde pequeña, Érika encontró en su madre, Manuela, una aliada fundamental para explorar el mundo que no podía ver. "Mi madre decía que no debía enseñarnos a andar solo por el asfalto, sino también por otro tipo de terrenos, que sintiéramos en nuestros pies terrenos más accidentados. Desde pequeños nos inculcó ese amor por la naturaleza", recuerda Érika.

El logro es igual de emocionante

Gracias a la pasión que despertaron esas primeras incursiones en la naturaleza durante su infancia, Érika decidió especializarse como instructora de guías de montaña para personas ciegas. Su labor en la asociación EIDÓS y en el club inclusivo Bukaneros Solidarios le permite devolver todo lo aprendido, capacitando a guías videntes para trabajar con personas con discapacidad visual. “En la montaña se crea una conexión muy fuerte con el equipo”, asegura Érika, quien también reconoce el reto mental que supone cada ascenso: “Es una situación en la que también te pones a prueba, porque mientras vas subiendo es un esfuerzo continuo”.  “Nosotros tardamos más en hacer una cumbre que el resto de personas, pero al final el logro es igual de emocionante", subraya Érika refiriéndose a las personas ciegas.

La primera cima que Érika conquistó fue en los Alpes franceses, una experiencia inolvidable que marcó el inicio de muchos sueños por cumplir. Hoy, su meta es seguir alcanzando nuevas cumbres y superando retos.

La montaña más allá de la vista

A menudo, Érika se enfrenta a la pregunta: ¿Qué interés tiene un ciego en ir a la montaña si no consigue ver el paisaje? La respuesta de la instructora es que “la gente olvida muchas otras sensaciones que también están ahí, como el sonido al pisar la nieve, que es tan bonito y agradable, o el crujir de las hojas”. También están las sensaciones emocionales. “Para todo el mundo, la montaña es un reto que se va cumpliendo. Decir 'lo he conseguido' es lo mismo para ti que para mí", afirma Érika.

Me gusta el contacto con la naturaleza

Ese vínculo especial con la naturaleza no se limita a los paisajes que otros ven, sino que incluye una riqueza sensorial que muchos pasan por alto. "A mí lo que más me gusta es estar en contacto con la naturaleza. Me gusta mucho el verdor, el cielo azul, es decir, lo que yo aprecio a través de mi pobre visión lo disfruto mucho", comparte con entusiasmo en el programa ‘De Seda y Hierro’.

Una madre que abrió caminos

Detrás de Érika, hay una figura fundamental: su madre, Manuela. Una mujer que, enfrentándose al desconocimiento y a los prejuicios de la sociedad, decidió que sus hijos -el hermano de Érika también es ciego- tendrían una vida plena y sin límites. "Nos tocó la china de ser invidentes. Yo no sabía nada de niños ciegos, nunca había visto ninguno, y de momento es como que te cae un chaparrón encima. Pero luego le vas cogiendo el hilo y vas funcionando", recuerda Manuela.

Lejos de ocultar a sus hijos o limitar sus experiencias, Manuela fue una rebelde en su tiempo. "La sociedad que te rodeaba entonces escondía a los niños con problemas, y yo me negaba a todo eso. He sido rebelde sin causa”, explica en ‘De Seda y Hierro’ porque, según ella, “tienes dos caminos: o te quedas en un rincón llorando o sales adelante".  Sin duda, para Manuela, la clave fue adaptarse y avanzar: "Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña".