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El capitán Nemo sumergiéndose en los fondos marinos a bordo de su Nautilus; Phileas Fogg y su fiel Passepartout recorriendo el mundo; Miguel Strogoff atravesando la estepa siberiana; el profesor Lidenbrock descubriéndonos el centro de la Tierra… Millones de lectores de diferentes generaciones han sido cautivados por los inolvidables personajes de los relatos de Julio Verne (Nantes, 1828 – Amiens, 1905).

En el 120 aniversario de su fallecimiento, Documentos RNE dedica un espacio al creador de la novela científica. Julio Verne, el futuro ya está aquí, con guion de Alfredo Laín y realización de Mayca Aguilera, es una propuesta singular que une el documental a la Ficción Sonora de RNE. Junto a fragmentos de sus obras, el documental se vertebra mediante una ficción original, con la participación de los actores Víctor Clavijo y Biel Montoro y otras voces habituales de Ficción Sonora.

Ariel Pérez Rodríguez, presidente de la Sociedad Hispánica Jules Verne y autor de Jules Verne. Un viaje extraordinario, nos ayuda a entender la vida del autor francés. El joven Verne estuvo muy influenciado por el ambiente portuario de Nantes, donde soñó con vivir grandes aventuras en la mar; el influjo de su padre, Pierre Verne, quien trató de que siguiera sus pasos como abogado enviándole a estudiar a París, donde hará realidad su sueño de hacerse escritor cuando conoce al editor Pierre–Jules Hetzel, que convertirá sus novelas en best sellers.

El documental también cuenta con el testimonio de un descendiente directo de Verne, su tataranieto, el periodista Jean Michel Verne, que recibió a Documentos RNE en su casa de Marsella. Sus palabras arrojan una visión íntima de su compleja personalidad y desliza la idea de que, quizás haya una zona de sombra en Julio Verne que no hemos sabido captar.

La entrevista completa con Jean Michel Verne podrá escucharse en RNE Audio como contenido extra al documental sonoro.

Documentos RNE se emite los viernes, de 23 a 24 horas, por Radio Nacional.

Lucha Reyes no tuvo una infancia, tuvo un preámbulo de tragedia. Nació en 1906 en Guadalajara, Jalisco, en la pobreza más pura, la que no inspira versos ni promesas. Desde niña supo que su voz no era la de los ángeles, sino la de los que desafían al destino a gritos. Garganta enferma, voz de lija, canto de mujer herida.

El escenario la reclamó temprano, primero con el Trío Reyes-Ascencio, de donde salió expulsada por su romance con el tequila. Pero Lucha no era mujer de coros ni de mitades. Su voz, bronca y desgarrada, se hizo himno de la canción ranchera con La Tequilera, Guadalajara, Traigo un Amor. En el cine, fue la sombra luminosa de Jorge Negrete y compañía.

Fuera del foco, su vida fue un rancho en llamas. Un amor la abandonó tras caer por las escaleras y perder al bebé que esperaba, después otros hombres que la marcaron con golpes y silencios. Y un día, el 24 de junio de 1944, decidió que su último trago sería el definitivo. Se bebió la noche y se apagó. Pero su voz, su nombre y su dolor siguen vivos, porque hay mujeres que no mueren, solo se hacen eternas.

Gerty Cori nació en Praga, donde las piedras aún resuenan con los pasos de Kafka. Fue niña de salón y de libros, de una madre culta y un padre químico que endulzaba la vida refinando azúcar. Pero la dulzura no era lo suyo. A los 16 años dijo: “seré médica”, y los hombres fruncieron el ceño, porque era una mujer.

Praga la educó, Viena la vio partir. Con Carl Cori, su amor, su compañero de estudios y después su esposo y su espejo, emigró a América cuando Europa se ennegrecía de esvásticas. Cruzó el océano con un título en la maleta y la certeza de que la ciencia es territorio hostil para una mujer. En Missouri, le dieron un sueldo de migajas y un despacho de segunda, pero ella, tozuda, desmenuzó el metabolismo hasta hallar el famoso “ciclo de Cori”.

En 1947 ganó el Nobel, la consagración. Y le llegó también la enfermedad. Diez años de transfusiones y fiebre, de estudiar mientras su propio cuerpo se le deshacía. Murió en 1957, con la misma pasión intacta. La primera mujer en obtener el Premio Nobel de medicina, Gerty Cori, una diosa, una rebelde.

Para las mujeres españolas, la posibilidad de practicar y competir en atletismo no existió desde 1936 hasta 1961. Fueron 25 años en que la sociedad, el franquismo, les asignaba un papel casero y maternal.

Pero como al campo no se le pueden poner puertas, prohibirle a alguien correr es una quimera, más para un espíritu libre como el de Carmen Valero, mejor atleta española del siglo XX, que desde niña sentía pasión por correr.

Carmen Valero, agitadora del atletismo en la España de los 70, con guion de Ana José Cancio y realización de Samuel Alarcón y Miguel Ángel Coleto, se adentra en el espíritu rebelde de una atleta talentosa, con una determinación imparable y una capacidad de entrenamiento igual a la de sus compañeros.

Carmen Valero ganó tres medallas consecutivas en Campeonatos del Mundo de Campo a Través, única española (hombre o mujer) con dos títulos mundiales consecutivos en esta especialidad, en 1976 y 1977. También es la primera mujer olímpica española en el deporte rey de los Juegos Olímpicos, el atletismo. Participó en Montreal 76 en 800 y 1500 metros.

Con sus éxitos agitó las estructuras machistas del atletismo español. El director técnico de la Federación Española de Atletismo, Julio Bravo, les dijo a las integrantes de la selección femenina en el Mundial de Campo a Través 1976: Haced lo que podáis porque sois unas culonas y unas pechugonas. Carmen Valero, ganó.

De sus memorables peleas con los federativos y de sus memorables éxitos hablamos en este programa con Leonor Valero, hermana; Albert Figuerola, pareja; José María Antentas, compañero de entrenamientos y confidente; Encarna Escudero y Montse Abelló, atletas coetáneas y compañeras de Carmen; y Gregorio Parra, periodista de RTVE presente en sus grandes hitos deportivos.

Gracias al Archivo de RTVE, podemos observar la enorme determinación de Carmen Valero por lograr la igualdad en el deporte, a través de sus declaraciones.

Documentos RNE se emite los viernes, de 23 a 24 horas, por Radio Nacional.

Los hombres escribían, los hombres viajaban, los hombres dibujaban mapas con las puntas de sus espadas, con las suelas de sus sandalias gastadas, con la tinta de sus plumas altivas. Y Egeria miró el horizonte y dijo: yo también.

Antes que Marco Polo, antes que Heródoto, antes que los libros de viajes que vendrían después con firmas de varón y páginas de patriarca, estuvo ella, desgranando el mundo en su latín de andar por casa. No escribía como Cicerón, no hacía versos como Virgilio, no adornaba con filigranas la historia.

En el siglo IV, las mujeres viajaban, sí, pero no lo contaban. Se desplazaban en silencio, con la boca sellada, con los ojos bajos. Egeria no. Egeria preguntaba, indagaba, anotaba. Egeria contaba.

Fue la primera escritora de Hispania.

La primera en unir Occidente y Oriente con su pluma.

La primera en hacer de la palabra un pasaporte y de la fe un camino.

Egeria, una mujer, una diosa, una rebelde.

Charlotte Cooper nació el 22 de septiembre de 1870 en Ealing, un modesto barrio de Londres donde el viento de la campiña aún se colaba entre las casas de ladrillo rojo y las calles vacías se llenaban del ruido distante de la gran ciudad. Su familia no era rica ni famosa, pero tenía algo que muchas otras no poseían: la visión de que su hija podía ser algo más que una sombra en la vida.

Su debut en Wimbledon, en 1893, fue una de esas gestas que nadie imaginaba pero que, con el paso de los años, se volvería una de las historias que forjarían la historia del tenis. Perder contra Blanche Bingley Hillyard en las semifinales fue solo una pausa en su camino, una pausa que dejó un regusto amargo, pero que, como el buen vino, fermentó en ella una determinación implacable. Y al siguiente año, en 1895, llegó la victoria: una final en la que derrotó a Helen Jackson. Charlotte Cooper no solo había vencido a su oponente, había derrotado al prejuicio, a la incredulidad de una sociedad que no estaba lista para una mujer campeona.

Pero el gran logro de su vida, el que la colocaría en el libro de oro del tenis, ocurrió en 1900. Los Juegos Olímpicos de París, la primera vez que el tenis formaba parte de los Juegos Olímpicos, abrieron un nuevo horizonte para las mujeres en el deporte.

En septiembre de 1945 Encarnación López Júlvez, la Argentinita, fallecía a la edad de 47 años. A pesar de su temprana muerte, la Argentinita es uno de los referentes en la creación de la actual danza española, cuyo arte llevó por escenarios de todo el mundo.

Con guion de Lara López y realización de Mayca Aguilera, Documentos RNE recupera su figura con el testimonio central de su hermana Pilar López, también maestra del baile, quien volcó su esfuerzo en fijar el legado de su hermana mayor.

La Argentinita fue una artista completa e innovadora que pronto entra en contacto con las tendencias renovadoras de la escena, acercándose al ambiente cultural de la Generación del 27 y al grupo de la Residencia de Estudiantes de Madrid; con ellos quedará vinculada artística y sentimentalmente.

Lorca y la Argentinita fue una fructífera pareja artística. En 1931, con Federico al piano y la voz de Encarnación, realizaron la histórica grabación Colección de Canciones Populares Españolas; una recopilación y adaptación de romances tradicionales hecha por el poeta. Y el torero amante de las letras, Ignacio Sánchez Mejías, uno de los principales inspiradores del grupo, también lo fue de la Argentinita.

Pero la guerra romperá el mundo cultural de la Segunda República. La Argentinita compartió su tiempo con Lorca hasta el momento de su trágico regreso a Granada. Y emprende una nueva gira internacional hasta que le sorprende la muerte en Nueva York, donde había llevado su versión del Amor Brujo al Metropolitan Opera House.

El programa cuenta con la participación de la musicóloga e investigadora de la UCM, Inmaculada Matía Polo, autora, entre otros, de Copla, ideología y poder; la bailarina e investigadora de danza española, María Cabrera Fructuoso; y la escritora Paulina Fariza, autora de La vida encontrada de Encarnación López, la Argentinita. Además, la actriz Patricia Extremera recrea la voz de la Argentinita.

Documentos RNE se emite los viernes, de 23 a 24 horas, por Radio Nacional.

Janis Joplin, la voz inconfundible de una época convulsa, no puede entenderse simplemente a través de la dichosa dicotomía de éxito y fracaso. Es inútil. Janis fue un grito, una explosión en la pantalla de la vida, sin pedir permiso, sin pedir disculpas. Esta mujer no se ajustaba a los moldes que la sociedad había establecido para las mujeres de su tiempo. No la encuentras en las filas de las amas de casa de suburbio ni en los programas de televisión donde todo es armonía y contención. Janis Joplin era la antítesis de esa imagen. Ella no era un adorno de la sociedad ni una musa dócil; era una mujer en llamas.

Documentos RNE se acerca al poeta Federico Muelas, polifacética figura de la vida periodística y cultural española desde la posguerra hasta la década de los años setenta.

Muelas fue poeta y escritor de la Generación del 36, pero además desplegó su actividad profesional como farmacéutico, abogado, periodista y guionista de cine.

Nacido en Cuenca en 1909, ciudad que sería su gran referente, Federico Muelas creó en ella la tertulia El Bergantín de la Vela Roja, actividad truncada por la guerra civil. Tras la contienda, trabaja para distintas revistas de Falange, como Medina o Haz, y en periódicos como Arriba, ABC, Pueblo o La Vanguardia. También fue colaborador de RNE y TVE. Para el cine destacó como guionista de Llegaron siete muchachas de Domingo Viladomat.

Ya en la década de 1950 se acercó al espíritu vanguardista del postismo y junto a Ángel Crespo funda la revista El Pájaro de Paja, donde aparecerían algunos de sus versos. Muelas no publicaría sus poemas en libro hasta el año 1959 en que aparece su antología Apenas esto; en 1964 obtiene el Premio Nacional de Poesía con Rodando en tu silencio.

Miembro del Ateneo de Madrid, Muelas fue orador y pregonero en recitales de poesía y eventos culturales y, también, fue de los fundadores de AEFLA (Asociación Española de Farmacéuticos para las Artes y las Letras). Tras su fallecimiento en 1974 fue enterrado en su ciudad natal, Cuenca, de la que fue cronista oficial: en su homenaje escribiría José Luis Perales Canción para un poeta.

Ana Vega Toscano se acerca a Federico Muelas a través de los numerosos registros históricos que sobre él se guardan en el Archivo de RTVE. El programa también cuenta con testimonios históricos de Gerardo Diego, José López Anglada o José Luis Perales. Participan además Daniel Pacheco, fundador y presidente de la sección de Farmacia del Ateneo de Madrid, y José Félix Olalla, poeta y presidente entre 2003 y 2015 de AEFLA.

Documentos RNE se emite los viernes, de 23 a 24 horas, por Radio Nacional.

Helen Keller. El nombre resuena como un eco en un cañón vacío, un susurro en el vasto abismo de la historia. Ella era mujer en un mundo de hombres, ciega y sorda desde los 19 meses debido a una enfermedad diagnosticada en su época como “fiebre cerebral”, probablemente escarlatina o meningitis. Pero Helen no era un eco; era el trueno. Su historia no comienza en los dorados salones de la posteridad, sino en el silencio opaco de Tuscumbia, Alabama, donde una niña pequeña, atrapada en su propio cuerpo, desafiaba a un mundo que insistía en ser invisible y mudo para ella.

Desde muy joven, Helen se enfrentó a barreras aparentemente insuperables. Incapaz de comunicarse con quienes la rodeaban, sus primeros años estuvieron marcados por la frustración y la rabia. Se cuenta que la pequeña Helen solía lanzar objetos y sumirse en crisis que reflejaban su impotencia. Sin embargo, con la llegada de Anne Sullivan en 1887, su vida dio un giro extraordinario. Anne, una joven maestra con problemas de visión, transformó el aislamiento de Helen en un puente hacia el mundo.

“La gran tragedia no es ser ciega,” escribió Helen en su autobiografía “La historia de mi vida”, publicada en 1903, “sino tener vista pero carecer de visión.”

A lo largo de su vida, Helen trabajó incansablemente para mejorar las condiciones de vida de las personas con discapacidades. Su activismo se extendió más allá de la discapacidad, ya que apoyó el sufragio femenino, los derechos laborales y el pacifismo.

Su voz nunca fue callada; resonó a través del tiempo, ensalzando la figura de la mujer como pionera en un mundo de hombres y recordando a la humanidad que el verdadero lenguaje es el de la perseverancia.

La mujer que escuchaba las piedras

La mujer que escuchaba las piedras

Era el 1 de noviembre de 1866, y, aunque el aire estaba cargado de historia, nadie sospechaba que Madeleine Colani, la niña que acababa de nacer en Estrasburgo, estaba destinada a escribir una historia propia, tan inquietante y sorprendente como las excavaciones que más tarde realizaría.

En 1909 Madeleine se embarcó en un viaje hacia un rincón apartado del mundo: Laos. En ese tiempo, las antiguas civilizaciones de Asia no eran tan estudiadas como las de Europa o Egipto, pero Madeleine sentía que allí, en la jungla de Indochina, se escondían secretos esperando ser desenterrados. En Laos, descubrió algo verdaderamente asombroso: los campos de jarras. En las montañas de Xieng Khouang, Madeleine encontró una serie de enormes recipientes de piedra, dispuestos en el terreno como si formaran parte de algún tipo de ritual ancestral.

A pesar de sus éxitos, Madeleine enfrentó desafíos constantes. Los hombres que dominaban el mundo académico no podían aceptar fácilmente que una mujer tuviera éxito en un campo que consideraban exclusivamente suyo. Había quienes dudaban de la validez de sus conclusiones, no por la calidad de su trabajo, sino porque se negaban a reconocer que una mujer pudiera alcanzar tales logros. Incluso en su regreso a Francia, donde su descubrimiento se hizo conocido, los académicos se resistieron a otorgarle el crédito que merecía. Su trabajo en Laos, aunque importante, fue minimizado por muchos de sus contemporáneos.

Algunos incluso insinuaron que su presencia en el campo de excavación se debía más a la casualidad que al talento.

El 29 de diciembre de 2024 se cumplen 150 años del pronunciamiento del general Martínez Campos que puso fin a la I República Española y abrió el tiempo de la Restauración. Un régimen político que tuvo en Antonio Cánovas del Castillo su principal ideólogo.

Liberal conservador y monárquico pro borbón, algunos autores consideran a Cánovas el político más importante e influyente y, a la vez, el más polémico del siglo XIX español. Presidió trece años el Gobierno y de su apellido surgió el término canovista, para referirse al sistema político que rigió España entre 1875 y 1923.

Al igual que su obra política, la Restauración, Cánovas suscita opiniones encontradas. Todos se referían a él como el monstruo, pero unos por su erudición y autoridad, y otros por su carácter autoritario y soberbio.

Mientras unos defienden su sistema político porque logró reunir a las familias liberales, alternándose en el poder de forma pacífica en el llamado turnismo, y ofrecer un horizonte de estabilidad, orden y desarrollo económico.

Para otros, su sistema descansa sobre el falseamiento electoral, apoyado en redes clientelares, que pervertía los usos liberales y excluía a sectores políticos y clases sociales, alejando el poder de la realidad del país.

Más admirado que querido, tras su muerte, en agosto de 1897, a manos del anarquista italiano Michele Angiolillo, su figura cayó en el olvido hasta que décadas después se le empezó a estudiar.

Con guion de Luis Zaragoza, el programa cuenta con la participación de los historiadores Carlos Dardé, autor del libro Cánovas y el liberalismo conservador; José Antonio Piqueras, autor de Cánovas y la derecha española; del magnicidio a los neocon; Carlos Gregorio Hernández, uno de los coordinadores de la obra Cánovas del Castillo: monarquía y liberalismo; Jorge Vilches, especialista en la segunda mitad del siglo XIX; y José Ramón Milán, autor de Sagasta o el arte de hacer política.

Documentos RNE se emite los viernes, de 23 a 24 horas, por Radio Nacional.

Aretha Louise Franklin nació con la música en las venas y la rebeldía en los ojos. Una mujer que cantó antes de aprender a hablar y que reinó en el soul como quien se proclama soberano de su propio destino, sin esperar coronas ni aplausos. En su voz estaba América: el lamento de los campos de algodón, las plegarias del góspel, la esperanza de los que marchaban por los derechos civiles.

Con diez años, ya huérfana de madre, Aretha cantaba en la iglesia bautista de Detroit, mientras su padre la exhibía como un diamante en bruto. Aprendió piano por instinto, por oído, como si las teclas fueran extensiones de su cuerpo, como un lenguaje secreto entre ella y Dios.

A los doce años tuvo a su primer hijo, Clarence. A los catorce, al segundo, Edward. Dos hijos antes de ser adolescente, dos vidas que cuidar mientras la suya aún no terminaba de arrancar. Pero Aretha no se detuvo. Salió de casa, dejó a los niños con su abuela y su hermana, y se lanzó al mundo con una voz que era una promesa y una amenaza.

En los años 60, cuando el soul comenzó a incendiar las radios y los corazones, Aretha tomó el micrófono como quien toma una bandera. Grabó “Respect” y el mundo la escuchó: no solo una canción, sino un manifiesto, un grito de guerra para los derechos civiles y la liberación femenina. En esa voz cabían todas las luchas, todas las derrotas, todas las victorias.

Se casó, se divorció, tuvo dos hijos más. Vivió entre las luces del escenario y las sombras de su vida privada.

Aretha Franklin no fue solo una cantante. Fue un puente entre el dolor y la redención, una luz que nunca dejó de brillar, una reina