La librería Somnis de Paper tenía los cristales blindados porque antes, en ese local, había un banco. A pesar de ello, el agua entró y desvalijó las estanterías. Ya nadie podrá leer el ejemplar que tenían de Saber perder, de David Trueba. O el Brooklin follies de Paul Auster.
En Algemesí, en la librería Samaruc, Enri Polo duda sobre cómo serán las ventas navideñas porque muchos clientes no consideran que sea un bien de primera necesidad. Y, claro, van a tener que ser más selectivos con sus compras tras el paso de la tormenta.
Un libro puede parar una bala, pero poco puede hacer ante el barro. Cortazar dijo que los libros van siendo uno de los pocos lugares donde todavía se puede estar tranquilo. Estos días, entre el barro, en Valencia, ojalá sea verdad.