Todas deberían estar vivas. Pero la mano asesina de quienes un día aseguraron quererlas, acabó con ellas:
1000 mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas; 1000 mujeres que convivían con sus asesinos o que lo hicieron durante un tiempo. Algunas habían presentado denuncia e incluso tenían orden de protección. Otras no. Un porcentaje de las víctimas habían buscado refugio con su familia o en casas de acogida: otras, no podían o no se atrevieron. Todas habían recibido amenazas verbales de sus compañeros sentimentales y algunos eran reincidentes. Todas tenían miedo. Entre las víctimas hay un porcentaje elevado que tenía hijos con el agresor. Muchos de estos huérfanos presenciaron el asesinato de sus madres o fueron quienes descubrieron el cadáver. Hay menores que aún tuvieron peor suerte: 26 han sido asesinados por sus padres o por las parejas de sus madres, desde el año 2003 cuando comenzaron las estadísticas oficiales sobre Violencia de género.
Entre las 1000 mujeres asesinadas, las hay jóvenes y mayores; de condición humilde y de posición acomodada. La mayoría son de nacionalidad española.
El pacto de Estado contra la violencia de género, acordado por las distintas fuerzas políticas en el Congreso en septiembre de 2017, establece que nuestro país debe comenzar a llevar un registro de los asesinatos machistas más allá delos cometidos por las parejas. Sin embargo este registro aún no existe.
Se llamaban Yaneth, Rocío, Rosario, Gloria, Manuela, Elena, Silvia, Yaiza, Candelaria, Silvia, Amparo, Sandra, Beatriz, Celia, Itziar, Maria Luisa, Nanci, Nuria, Jennifer, Juana, Pilar, Fuensanta, Sara, Rosa, Yadira, Lidia, Esvetlana, Mari Luz, Tatiana, Deborah, Fátima, Gabriela, Josefa, Mari Paz, Gabriela, Fabiola.... y así hasta mil y más.
Hay que recordarlas para que sus muertes violentas no caigan en el olvido y sean la semilla que termine con la mayor de las desigualdades posibles.